Por: Francisco González del Valle
En: La Habana en 1841
Los hombres de saber, cultos y progresistas, pertenecían en su mayor parte a la Sociedad Patriótica de Amigos del País, tanto en esta Capital como en las distintas Diputaciones que ella tenía en las principales ciudades de la Isla para poder actuar mejor en pro del adelanto y bienestar económico y cultural de Cuba.
Las diferentes secciones que integraban la corporación patriótica, como las de Educación, de Agricultura, de Industria y Comercio, pero de modo principal la primera, hacían cuanto les era dable por difundir la instrucción pública y mejorar los métodos de enseñanza: los hombres más significados y de mayor saber y cultura desempeñaban los cargos de comisionados o inspectores de los establecimientos de enseñanza.
Inspectores eran José de la Luz y Caballero, Manuel Costales y Govantes, Antonio Bachiller y Morales, José Bruzón, Juan Francisco Funes y Morejón, Joaquín José García, José Silverio Jorrín, y tantos otros.
La preocupación de aquellos hombres por hacer llegar el saber y la cultura al mayor número de sus coterráneos era hija de su patriotismo, de su amor a la cultura y de sus sentimientos humanitarios y progresistas; pues sabían bien que mientras más adelantada e instruida estuviera la sociedad cubana, más derechos tendría a obtener las mejoras políticas, sociales y económicas de que era ya digna, por haber conquistado alto rango en el orden de los conocimientos y de la cultura en general.
Mucho habría que escribir para decir algo de esa institución. Todos saben que ella fué la generadora del movimiento cultural y donde se unieron cubanos y nobles españoles de aquellos tiempos que sólo querían el adelanto y progreso de esta Isla. La Sociedad fué llamada “Patriótica” porque tenía por fin adelantar las artes, las ciencias, la agricultura y la industria del país en que se establecía, y reunía en ella a todos los hombres de saber, de iniciativa y que tuvieran algo que decir y hacer en pro del mejoramiento de la patria. Hubo un tiempo en que todos en ella se reunían, no para contradecir ni obstaculizar lo que otros pretendían, sino para aunar las aspiraciones y ponerse de acuerdo sobre los propósitos que se perseguían. Era aquélla una madre feliz, único refugio entonces de los cubanos y de los extranjeros que amaban a Cuba; fué el primer centro de ilustración de los naturales de este país, donde se podían adelantar las ideas y las instituciones en beneficio de todos sin temor a sospechas y malas interpretaciones.
Sin ella, Cuba no hubiera llegado a ser lo que fué en aquel entonces, o sea durante la primera mitad del siglo XIX; allí se formaron y propagaron las ideas relativas a la enseñanza pública, sus cambios desde el punto de vista filosófico y práctico, que era lo que al fin había de llevarlos a todos a ver nuevos horizontes, tanto en lo político y social como en lo económico, que hicieran aspirar al mayor número a conseguir algo mejor de lo que existía.
La Real Sociedad Patriótica de La Habana era presidida oficialmente por el Gobernador y Capitán General, y su directiva estaba formada, en 1841, por los llamados “ministros” siguientes:
José de la Luz y Caballero, director reelecto; Conde de Casa Bayona, vicedirector; Manuel Martínez Serrano, censor; Pbro. Francisco Ruiz, vicecensor; Antonio Bachiller y Morales, secretario; Rafael Matamoros y Téllez, vicesecretario; Ángel José Cowley, contador; Juan Francisco Chaple, vicecontador y José Antonio Valdés, tesorero.
La biblioteca era atendida por el Pbro. José María Budier, bibliotecario, y el Sr. Rafael Muñoz, estacionario. Componían la Memoria mensual: Joaquín José) García y Francisco de Paula Serrano. La Sección de Literatura, presidida por Luz y Caballero, estaba formada por Francisco Chacón y Calvo, Manuel Costales y Fernando Saavedra. La Sección de Agricultura, por Juan José Presno, presidente; Gaspar Mateo de Acosta, Rafael Matamoros y Téllez, y León Martiartu. La de Comercio e Industria Popular la presidía José Bruzón, y actuaban además en ella Tomás de Juara, Joaquín José García y Juan Escoto.
Los socios de honor eran el Barón de Humboldt, y los Excmos. Sres. Mariano Rocafort, Joaquín de Ezpeleta, Vicente María Rodrigo, Pascual Enrile, Antonio Ramón Zarco del Valle y el Marqués de la Unión de Cuba, ausentes; y el Arzobispo de Guatemala administrador de la diócesis de La Habana, el Conde de Villanueva, el Conde de Fernandina, el Pbro. Manuel de Hechavarría, y los Excmos. Sres. José Ricardo O’Farrill, José Cadaval, Antonio Julián Alvarez y José María Zamora, residentes en La Habana.
Socios de mérito eran Félix Várela, José Antonio Saco, A. P. De-candolle, Moreau de Jonnes, Carlos Enrique Siegling, Estraton Bauza, José Jaime Valcourt y Domingo de Aristizábal, ausentes; y residentes en la ciudad: Tomás Romay, Felipe Poey, Antonio Bachiller y Morales, Domingo del Monte, Tranquilino Sandalio de Noda, José María de la Torre, Nicolás de Cárdenas y Manzano, Lucas de Ariza, el Conde de Mompox y de Jaruco, el Marqués de Esteva de las Delicias, Antonio Zambrana, Francisco de Paula Serrano, Manuel Pastor, Juan Ángel Pérez Carrillo, Pedro Paz, Tomás Agustín Cervantes, Juan Montalvo y O’Farrill, Joaquín Santos Suárez, Juan Agustín de Fe-rrety, Juan Justo Reyes, Luis José Casaseca, Marcial Antonio López, Pedro José Morillas, Francisco Alonso Fernández, José Bernal, y Joaquín de Miranda y Madariaga, que se hallaba residiendo en Pinar del Río.-Datos de la G. F., 1841, p. 210-214.