Por: Francisco González del Valle
En: La Habana en 1841
Era el teatro, después del baile, la diversión preferida de los habaneros, con tanto mayor entusiasmo cuanto que todavía no se había desarrollado ni, salvo raras excepciones, parecido el cultivo de los deportes como ejercicio personal y desinteresado ni menos como espectáculo colectivo, con fines benéficos o especulativos.
La Habana contaba en 1841 con los siguientes teatros:
El Principal, llamado también de la Opera, que se alzaba en la Alameda de Paula, y había sido construido por el Marqués de la Torre e inaugurado en 1775 con el nombre de Coliseo, con estructura de mampostería y madera, y reedificado después, todo de mampostería y con mayor amplitud, a principios del siglo XIX, por iniciativa del entonces Gobernador de la Isla, Marqués de Someruelos; había de durar muy poco más, ya que fué destruido por el terrible huracán de 1846.
El Gran Teatro de Tacón, recién inaugurado, pues databa de 1838, “mirando a la Alameda de Isabel II y a las puertas de Monserrate”, según Pezuela, y construido por el catalán don Francisco Marty y Torrens, bajo los auspicios del despótico gobernante, cuyo nombre habría de llevar hasta que se instauró la República, siendo desde entonces llamado Teatro Nacional.
El Gran Diorama, construido en 1830, en la calle de Industria, y que también cayó bajo la furia del ciclón del 46; el de Jesús María, en la calle de Cienfuegos; y el más antiguo, el Circo, heredero de la vieja Casa de Comedias, que se hallaba en el Campo de Marte, y donde había comenzado su carrera teatral el gran actor Covarrubias.
En 1841 estuvo ocupado el Principal, de acuerdo con su segundo nombre, por una compañía de ópera italiana, desde enero a marzo, y de octubre a diciembre; en los meses cálidos, el terror a la fiebre amarilla alejaba de La Habana a los cantantes extranjeros.
En el Gran Teatro de Tacón actuaba una compañía dramática integrada por actores españoles y cubanos, donde se destacaba el ya citado Covarrubias; aquí las funciones se celebraron continuamente a través de todo el año; representábanse especialmente obras del teatro español de la época, aunque no faltaban alguna que otra clásica, y otras traducidas de otros idiomas, ni tampoco ¡cosa curiosa! las de autores cubanos, que cultivaban entonces, por lo visto, todos los géneros, desde el altisonante drama en verso hasta la piececilla cómica de actualidad.
En el Gran Diorama se ofrecían vistas panorámicas, no sabemos por qué procedimiento, y fué nota curiosa la presentación de una compañía dramática inglesa, de la cual dijo en D. H., 15 de mayo, p. 2, un simpatizador anónimo que se firmaba The Jersey Scholar, lo siguiente:
Llamamos la atención pública en favor de estas habilidades extraordinarias que hoy trabajan para divertirnos, y que tan mal les correspondemos; es un escándalo, un oprobio, una afrenta para tantos británicos y norteamericanos como existen entre nosotros, que al fin estos beneméritos y distinguidos artistas tengan que suspender sus admirables representaciones y marcharse donde se les reciba con mejor hospedaje. Sepan los ingleses residentes transeúntes que en los primeros días de la presente centuria legó aquí, por accidente, una compañía francesa mixta de canto y verso, y por cierto que era bastante indiferente, en la cual figuraban como partes principales Mr. Lavalette y Mr. Dantilly; que en el acto fueron auxiliados, y fabricaron un pequeño teatro de tablas sobre la Alameda de Paula, que sus paisanos lo sostuvieron con entusiasmado furor; y sin temor de equivocarnos podemos asegurar que aquélla fué la mejor escuela para los que aprendían el habla de Saint-Pierre y de Moliere. Decimos más: el establecimiento de aquella comedia despertó el gusto de los naturales por el idioma en que se recitaba, y la lengua francesa se familiarizó en el país.
Y terminaba The Jersey Scholar proponiendo que se abriese una suscripción entre ingleses y norteamericanos en favor de los artistas, para la cual se ofrecía como primer suscriptor. Días antes, y en el mismo periódico, otro comunicante anónimo, The steady applauder, había elogiado a esta compañía en la representación de la tragedia Virginius.
El interés apasionado de los habaneros por las representaciones teatrales se manifestaba de mil diversas maneras, entre ellas las más ruidosas, pues vemos que, al referirse al estreno del drama Wenemaro o Las Pasiones y el juramento, decía Lucas de Ariza que hacía la crítica, en L. P. de 17 de diciembre, … sin haber leído este drama… ni oído tampoco entera su representación, por los repetidos garrotazos que la interrumpieron, según la moda loable establecida en el teatro de extramuros… Costumbre era ésta en que, por lo visto, persistían los habaneros aunque constituyese desobediencia expresa a los mandatos de la autoridad, ya que, precisamente a principio del mismo año de 1841, en disposición de fecha 8 de febrero, publicada al día siguiente en el N. L., todo un señor Gobernador de la Isla, el Príncipe de Anglona, no había considerado cosa inferior a su autoridad el ordenar:
Se prohibe aplaudir con palos o bastones. Igualmente debe tenerse entendido que las exigencias a los actores para que ejecuten lo anunciado en los carteles no serán toleradas por la autoridad, castigándose en el acto a cualquiera que falte a estas prevenciones.
Y hasta el campo de lo judicial llegaban resonancias de la vida del teatro, como puede verse por la siguiente nota de D. H., 6 de abril, página 3:
Por auto del teniente de gobernador primero y por ante Jorge Díaz Rodríguez, en las diligencias promovidas por Francisco Marty y Torrens para acreditar el alzamiento de Eufrasia Borghese, dama prima de la ópera italiana, se la cita para que en el término de tres días se presente ante su Señoría a responder de las reclamaciones que le hace el expresado Marty.
Como es de suponerse, además de las representaciones de carácter profesional, otros amantes del teatro se animaban a cultivar, por mero placer, el arte dramático; y así vemos que la prensa de 1841 da cuenta de algunas funciones de aficionados; por ejemplo, en 26 de marzo hablaba el D. H. del “bien representado simulacro del Convenio de Vergara, en el Teatro de Tacón, el domingo 14 del corriente, por unos aficionados…”. Para enseñanza del arte existía la Academia de Declamación y Filarmonía de Cristina, presidida por D. Narciso Foxá, y situada en la Plaza Vieja, Teniente Rey y San Ignacio, “encima de los portales del Rosario”, cuyas varias actividades eran tema frecuente de los periódicos y en cuyas representaciones, como se verá, tomaban parte, intelectuales distinguidos de la época. El domingo 27 de julio, en el Gran Diorama se representaron por dicha academia las obras Napoleón lo manda, de Scribe, y Apuros del Carnaval, del cubano José Agustín Millán; según el folletín del N. L., 29 de julio, el folletinista elogió la actuación de A. López Consuegra en la primera de estas obras, en el papel de Bernardo, y a la señorita Muñoz en el papel de Anaís; también habló del joven Zequeira y Caro, de Muñoz hijo, y de Rodríguez. El viernes 17 de diciembre, según el F. Y., del 19, se celebró, también en el Gran Diorama, otra función de esta academia, en que fué interpretada la comedia de Scribe, La sociedad de los trece, por la señorita Dolores Font y los señores Manuel de Zequeira, Lucas Arcadio de Ligarte y Andrés López Consuegra.
Grandes proyectos de engrandecimiento tenían los integrantes de esta academia, pues vemos que en enero 12, decía A. F., folletinista del D. H., que había visto en la Lonja Mercantil “un cuadro litografiado, con la planta, fachada y dimensiones del teatro que hace tiempo piensa edificar dicha institución”, y le recomienda, como lugar más apropiado para construir dicho edificio, alguno de la alameda de extramuros (hoy Paseo de Martí), en el tramo comprendido desde la Pila de Neptuno hasta la antigua de los Leones. Pero no tenemos noticias de que llegara a levantarse tal edificio.
En medio del ambiente de entusiasmo por el arte dramático que nos ofrece el panorama de la vida habanera en 1841, sólo hemos podido encontrar una nota discordante. En el N. L. dijo Hurón, que los beneficios que dio a su dueño el orangután que se exhibió en La Habana fueron superiores a los que produjo la representación de la ópera Beatrice di Tenda. Pero agreguemos que L. P., en 3 de diciembre, salió en seguida “en defensa de nuestro país“, para contradecir al criticón…