En: La Prensa (13 octubre 1841)
Animada y divertida estuvo La Habana el domingo último con motivo del cumpleaños de nuestra Reina, a lo que contribuyó en gran parte la benignidad del tiempo que nos dejó disfrutar de un día agradable y una noche deliciosa.
Por la mañana las salvas de ordenanza y repiques generales anunciaron desde bien temprano que el día a que despertábamos estaba consagrado a celebrar el nacimiento de la Escelsa Isabel II. El besamanos que en su nombre dio el Escmo. Sr. Gobernador y Capitán General estuvo brillante.
Tres músicas militares colocadas en la nueva alameda hicieron más delicioso el paseo de la tarde. Nunca hemos visto en él mayor concurrencia: henchidas estaban sus calles, especialmente las contiguas a la principal, donde nuestras bellas, engalanadas con la gracia elegante y lujosa sencillez con que saben encantarnos, desde sus magníficos quitrines llevaban tras sí la admiración de todos, doquier dejando el entusiasmo, y robando corazones.
Digan cuanto quieran, el paseo de por la tarde en La Habana es tan imponente a la vez que agradable, reina en él un aire de decencia y señorío, de magnificencia y decoro, que admira, que arroba, y le hace más interesante y sorprendente que en ninguna otra ciudad. A pesar de todo hay quien censura la costumbre de pasear en carruaje, pretestando que con ella se nos priva de la satisfacción y complacencia inherentes al contacto o fusión de los dos sexos si ambos paseasen a pie; pero nosotros, aunque concedemos la razón del pretesto, no podemos dejar de aplaudir el apego, en este caso, de las hermosas habaneras a sus volantes; porque en la distancia que con él establecen, en la alternativa de placer, al mirar el objeto que se espera, sentimiento cuando desaparece y deseos de ver su vuelta; en esas miradas furtivas de amor, tan modestas como apasionadas; en ese silencio espresivo, elocuencia muda que impera en todo el espacio del paseo, encontramos nosotros precisamente su principal encanto. Concurre a darle mayor realce y solemnidad la arrogante presencia de los bien portados lanceros encargados con sus fogosos bridones de mantener el orden en las líneas de carruajes: y cuando como en la tarde del domingo tenemos música, un cielo despejado y una brisa blanda y embalsamada por la fragancia de las flores ¿dónde puede pasarse un rato más delicioso? En verdad que si de él disfrutase algún creyente, al ver tal paraíso y tanta hourí, se juzgaría ya trasportado a la inmortalidad de los bienaventurados. Así como así, no han sido pocos los cristianos a quienes hemos oído esclamar en igualdad de circunstancias:
¡Esta es la gloria!
Por la noche reemplazó al paseo en pies ajenos el menos rígido de la retreta, servido en la plaza de armas con dos bandas militares. La concurrencia a él fué de jueves santo: creerán tal vez los que de fuera nos lean que no había otros llamativos en la ciudad; pues sepan que el teatro Principal estuvo concurridísimo en la repetición de la Chiara, que no dejó de estarlo el Grande de Tacón en la también repetición de una función dramática de poco mérito, sin embargo de haberse representado otra por la tarde; que el nuevo Diorama, calle del Obispo, aunque pequeño, reunió muchos espectadores, y que en el antiguo, estramuros, se dio por la Academia de Cristina un baile de máscaras que duró toda la noche. La concurrencia a éste fué numerosa, aunque vimos muy pocos disfrazados. Mucha afición hay en la Habana, como en todas partes, a esta clase de diversión, pero fuera del carnaval falta el embullo y sobra la calor. De todos modos agradecemos a la Academia la buena noche que nos hizo disfrutar, aplaudimos el esmero y delicadeza que empleó en el baile, y nos alegramos en el alma de la buena entrada que tuvo y demandaban ya con exigencia los crecidos desembolsos que ha tenido que hacer para poner el local en el pie brillante en que a la sazón se halla.
El que quiera ver una ciudad rica, populosa y sensata, venga a La Habana en un día festivo como el diez del actual, en que celebró los natales de su amada Reina.