Por el promotor de lectura Adrián Guerra Pensado
Dulce María Loynaz (La Habana, 10 de diciembre de 1902–27 de abril de 1997) mereció condecoraciones tan importantes como la Cruz de Alfonso X El Sabio, las órdenes Félix Varela y Carlos Manuel de Céspedes, el Premio Nacional de Literatura y el Premio Miguel de Cervantes, el mayor galardón que pueda recibir un escritor en lengua española.
Hace mucho, mucho tiempo que la correspondencia tradicional con carta manuscrita, sobres, sellos de correo y dirección cedieron su lugar a la mensajería electrónica y tanto, que los adolescentes de hoy recibieron en cuarto grado el conocimiento del “cómo se hace” pero nunca lo han puesto en práctica.
Entre los años de 1977–1987 un pequeño de seis años nombrado Julio Orlando y una anciana de 75 años mantuvieron una inolvidable y muy sincera correspondencia. Ella, Dulce María Loynaz, dama que sobresale entre las personalidades más notables de la literatura de habla hispana en el siglo XX; él, un niño que gana el amor de la escritora y se convierte en su “encantador amigo” a quien le confiesa que es el primero en su corazón.
Leyendo Cartas a Julio Orlando quizás comprendas cuánto puede significar la correspondencia entre edades tan diferentes si tomando pluma y papel acercamos esos, los más generosos extremos de la vida, niñez y ancianidad. Ella le mostró que pensaba en él más que en nadie y él aprendió a crecerse en esa mirada.
Las cartas de puño y letra encierran una presencia espiritual más cercana, quedan impresas confirmando la veracidad de su origen.
Cartas a Julio Orlando (La Habana, Editorial Gente Nueva, 1997), cuaderno epistolario preparado por Esteban Llorach Ramos, lo puedes encontrar en la Sala Juvenil de nuestra biblioteca.