Por el promotor de lectura Adrián Guerra Pensado
Segundo domingo de mayo Día de las madres
Pichoncito mío, podremos hablar de tantas cosas, podrás gritar de alegría, también de miedo, pero, por sobre todo, podrás cantar.
Te enseñaré pronto a usar tu voz, a unir los sonidos
¡y cantar,cantar,cantar!.
Te ayudaré siempre y aunque se me rompa el corazón un poco, he de ser yo quien te anime a arrancarte del suelo y volar, volar sin amarras.
He estado pensando ¿si te portas mal, qué he de hacer?,
¿y si sales cabezón?,
¿cómo enseñarte a buscar la paz, la libertad?
He de aprender también a ser madre, a dejarte hacer, a respetar tus silencios, tus soledades, a permitir que te arriesgues, que te equivoques y que sufras.
Será difícil, pero lo más hermoso.
MAYOR hasta siempre.
El 11 de mayo de 1873 cae en el combate de Jimaguayú el mayor Ignacio Agramonte a quien Martí llamara “diamante con alma de beso”.
¿Sabrán los más jóvenes por qué lo llamó así?
Pues porque el diamante es el mineral más duro de la naturaleza y nuestro Ignacio Agramonte era inflexible en el respeto a la ordenanza, a la familia y a la honra, que constituían para él la base firme del amor a la independencia. A la vez, dentro de aquel diamante aguerrido había también sentimientos muy nobles y dulces para con los desvalidos, los necesitados y los pequeños y también mucho amor para su esposa Amalia.
Pasaje memorable de la vida de Agramonte lo es el del rescate del general Julio Sanguily. El bravo guerrero tenía inutilizados las piernas y un brazo, y sus hombres lo ataban a la montura para que pudiera ir al combate. Lo secuestró un día una columna española y lo llevó prisionero. Escribe Martí al respecto: «Cayó sobre la columna Ignacio Agramonte, atravesó por ella a escape con sus treinta hombres, y arrancó a Julio Sanguily de la silla de un sargento».
Anécdota
Luego de la muerte de Agramonte, hacia el Camagüey se encamina el mayor general Máximo Gómez nombrado por Carlos Manuel de Céspedes como sustituto del jefe caído.
Una avanzada de las tropas de Gómez se encuentra con una tropa de la caballería camagüeyana. ¿Quiénes son ustedes?, preguntan. Somos la avanzada del mayor Máximo Gómez, responden los recién llegados.
— ¡Ah! —exclaman los camagüeyanos. Dirán ustedes del mayor general Máximo Gómez, porque aquí no hay más mayor que Ignacio Agramonte.
Todo el que visita Camagüey, sabe y siente que allí, él sigue siendo el MAYOR.