Yo quisiera encontrar un hombre honrado y capaz que pusiera en entredicho la justicia conque se ha erguido el pueblo cubano ante sus gobernantes obcecados. Seguro de convencerlo, a ese hombre le diría -como le digo a los equivocados, como le digo a los mismos culpables-, estas palabras que encierran verdades innegables:
¿Tiene, o no tiene, el pueblo de Cuba el derecho a ser gobernado honradamente y tiene o no tiene el derecho de pedir a sus gobernantes la honradez y la capacidad que no tienen o las cuales cree el pueblo -aunque fuera equivocadamente- que carecen?
¿Es, o no es, cierto que un grupo de hombres ha iniciado una protesta en la cual se ha organizado la opinión pública; y es o no es cierto que, contra todos los obstáculos y los presagios, se ha dado el milagro, en nuestro medio de indiferentismo y corrupción, de que se desarrolle y crezca en todo el país el movimiento regenerador?
¿Son, o no son, justas y necesarias las peticiones que ese pueblo ha hecho a su gobierno, mediante una exposición, entregada a los Poderes Públicos el día treinta de agosto pasado? ¿No sabe todo ciudadano que la Lotería es un antro de corrupción administrativa, almacén de prebendas, y arma política de soborno,empleada sucesivamente por todos nuestros gobernantes para alquilar conciencias y pagar favores personales? ¿No es cierto que con relación a la llamada Ley Tarafa, que tiene ventajas e inconvenientes -sin que las primeras lleguen a neutralizar o justificar a los segundos- se dice públicamente que su aprobación ha sido a los congresistas, a tanto por cabeza, dándole entrada en el reparto al propio Jefe de Estado? ¿No es cierto que, sin haber pruebas materiales de tal vergüenza, el coronel Tarafa firmó un pacto con intereses americanos, comprometiéndose a hacer modificaciones en el proyecto, pendiente de aprobación en el Senado, sin tener ese señor atribuciones para ello ni representar al Congreso de Cuba, levantando así la sospecha de que entre él y nuestros congresistas había una relación de amo a esclavos? ¿No es cierto que el silencio, y algo más, de los que se llaman representantes del pueblo le ha dado a esa sospecha la fuerza de una evidencia no desmentida y pública, más bochornosa,si cabe, que el soborno a ocultas? ¿Es o no es esto ignominia nacional? ¿Es o no es verdadera la necesidad de mejorar nuestro Código Electoral en lo que se refiere a otorgar garantías al elector y asegurar la pureza del sufragio? ¿Tenemos, o no tenemos, una legislación obrera, tan indispensable en toda nación y más que nunca en los actuales momentos de la evolución social del mundo? ¿Conviene, o no conviene, proteger al obrero nativo y buscar la forma propia a resolver los conflictos entre el capital y el trabajo? ¿Conviene, o no conviene, independizar al Poder Judicial de la influencia política, ejercida legalmente a través de leyes defectuosas, que convierten al Ministerio Público en una oficina del Ejecutivo, muy apropiada para toda clase de persecuciones procesales? ¿Hay, en fin, algún argumento cardinal que se oponga a la adopción de todas o la mayor parte de las medidas que ha solicitado la Asociación de Veteranos y Patriotas? Si hay alguno que quiera discutir cara a cara, que levante el brazo. el brazo armado de una pluma honrada; que levante la voz, armada de una sinceridad como la nuestra!
Y si nuestro programa es bueno en esencia, nada más que bueno, ¿por qué -dígase- por qué, ni se atiende, ni se discute, ni se adopta? ¿No es cierto que, lejos de ello, no se ha contestado a él más que con palabras evasivas y con actos precisamente contrarios a los que se pedían? ¿Constituye, o no constituye, tal cosa una burla sangrienta a ese programa, cuya bondad es innegable y a estos hombres que hemos jurado mantenerlo y lograrlo, por saberlo salvador para la Patria y beneficioso para todos, sin que nadie haya podido, ni intentado, convencernos de lo contrario?
Pues bien: si a esas preguntas se ha contestado con lealtad, con honradez, llegamos a esta conclusión forzosa: ya no es un derecho; es el honor de un pueblo lo que está en peligro. Bien lo sabemos los que nos hemos echado sobre los hombros, conscientemente y sin vacilaciones, la mayor de las responsabilidades: la responsabilidad contraída en lo más sagrado de nuestras conciencias, invocando a los héroes que oyeron nuestro juramento, y ante la espectación de todo un pueblo que exige el cumplimiento de las promesas que le hicimos.
No es hora de andar con componendas y transacciones y amasar y comer juntos un nuevo “pastel” de imposible conciliación, en el que entren por igual hipocresía de gobernantes astutos y claudicaciones de ciudadanos cobardes.
No es cuestión de fracasar ahora, cuando ya el fracaso no lo dignificaría ni el sacrificio, tan inútil como hermoso. No es cosa de permitir que todo un pueblo, que vuelve por sus fueros y por su honor, puesto en tela de juicio hasta por el extranjero vigilante, haga, después del esfuerzo cívico, el ridículo histórico. El pueblo que pide honradez y la obtiene de sus gobernantes, puede alzar su bandera y su frente ante cualquier nación, por poderosa que sea. El pueblo humillado, explotado y cobarde, que no logra lo que en justicia supo pedir con energía, no tiene derecho al respeto de los hombres verdaderos.
Sepan todos: que los cubanos que nos pusimos a la vanguardia de este movimiento regenerador, no para lucir entorchados ni cargos, sino para caer los primeros si era preciso caer, pensamos y obramos así, de acuerdo todos en el mismo propósito inquebrantable. Nada nos hará cejar. Ni vamos a llevar al pueblo a un sacrificio inútil, ni queremos de ese pueblo más que la confianza en nuestra sinceridad y el auxilio necesario y sin riesgos en el momento en que lo solicitemos de él. En cambio, le ofrecemos la victoria.
El honor vale tanto como la vida. Y a presencia de ese pueblo noble que nos sigue juramos salir de la lucha con Honor.
Habana, octubre 11 de 1923.
El Universal, 12 de octubre de 1923, pp. 1-2.