A bordo del «N.Y.», 31 de julio de 1930
Mi Ásela querida:
Nunca olvidaré los momentos de anoche. Nunca olvidaré la última visión que tuve de ti, alejándote de prisa por el muelle. ¡Mía! Perdimos muchos minutos: todavía se quedaron a bordo muchos visitantes un rato más. Cuando te fuiste, volví a sentarme en el mismo banco, detrás de la mesita, en el mismo lugar donde hacía un momento tú estabas todavía conmigo. No sé cómo pude resistir tu adiós; sólo haciéndome la idea de que aquello era una despedida por días. Pero después que te fuiste, cuando no tuve necesidad de darte valor, ¡qué tristeza tan horrible! Empezaron después los gritos de despedida, pues mucha gente se quedó en el muelle para ver salir el barco. No sabía si hubiera sido mejor que te quedarás tú también; pero en realidad, como es impresionante el alejamiento del vapor, preferí que te hubieras ido. Fui sin embargo adonde estaba el grupo de pasajeros. En el muelle un grupo mucho mayor estaba erizado de brazos, de pañuelos, de gritos.
Los gritos eran alegres, pero todo para mí era triste. De pronto, entre la gente, entre tanto brazo que se agitaba, vi uno que no tenía la mano abierta, sino que levantaba el puño, con nuestro signo.
Busqué la cara a que respondía, y pude, al cabo, reconocer a Paz, que fue al muelle, como había prometido, pero a última hora. (Tuve que interrumpir esto para ir a desayunar.) Paz me gritó que si la judía venía y le dije que sí, aunque yo no la veía en cubierta. Pero después Paz, por señas, me indicó que estaba en otro sitio. Cuando ya el barco se alejó del muelle, quedó muy oscuro; entonces me puse a ver desfilar a Nueva York, todo iluminado. El barco marchaba en dirección contraria al subway que te conducía a ti. Te seguí mucho tiempo con el pensamiento; luego me fui al camarote, pero había calor y volví a cubierta. Me senté en la única silla que había abierta, y allí estuve un gran rato (voy a seguirte ésta con tinta porque pienso que se va a emborronar). Allí sobre la cubierta, solo, sin ver ya más que el cielo, porque la borda me tapaba la ciudad y el mar, pensé y recordé mucho, en ti, mi Ásela amada, que te quedabas sola en esa tremenda ciudad, que te quedabas por un tiempo, ¡quién sabe cuánto!
Completamente igual que si yo hubiera muerto. ¡Cuando pienso que no voy a saber de ti, quizás, lo menos, hasta dentro de un mes, me desespero! Pero ahora se me ocurre que acaso en Cuba, y si no por medio de Moreau,32 puedes lograr o usar una dirección para el Departamento Latinoamericano de la Com.,33 dirigiéndole la carta a Ramírez, por ejemplo, y en tal caso yo tendré carta tuya mucho antes, porque no tendrás que esperar que yo te escriba dándote una dirección. Hazlo así, mi vida.
Anoche me acosté tarde, y me costó mucho trabajo dormirme; pero el camarote es bueno, viajan en él conmigo dos alemanes, el viejo aquél, y un joven simpático. Cuando yo llegué a acostarme tenían abierta la claraboya, y el barco no se mueve nada. Completamente igual que en un hotel. Parece que también es porque el mar está muy tranquilo. Me desperté temprano y salí a cubierta. Allí estuve hablando con mi compañero de camarote, el joven. Y después vine al salón de fumar para escribirte. Estando en eso llamaron al desayuno. Son huevos pasados, una naranja y café con leche.
¡Casi el mismo que tú me preparabas en el Bronx! Después salí a cubierta y compré una silla (un peso), y me pareció ver a la judía de Paz con otra amiga, pero se me desaparecieron. Fui por donde creí que estaban y las hallé en su saloncito al lado del comedor, con otra más y un joven.
Entonces me acerqué y le pregunté si ella era Sof. Niel.; ¡pero me dijo que no! Imagínate; ahora estoy desorientado: no sé si es ella y me lo ha negado, o si no es en realidad. Voy a volver a ver la lista de pasajeros. También tengo que ver al funcionario que me tiene que firmar el papel para cobrar los ocho pesos: Veremos a ver. Hasta luego. Besos de Rubén, tu compañero y amante de siempre.
Te añado estas líneas con las últimas cosas, horas después. Estando sentado en cubierta vi que la supuesta Sof., con dos jóvenes, hablaban y me miraban. Al fin uno de ellos vino y me dijo que el otro me había reconocido de verme en la T.V.L, y que a él Paz le había hablado de mí. Entonces vino también la judía y habló conmigo, explicándome que ella viajaba con otro nombre y como no me conocía me negó su nombre real. Pero después de irme yo, el muchacho que me había visto en la T.V.L. le dijo que yo era un compañero spanish, y entonces me buscaron, sin encontrarme al principio, porque era cuando te estaba escribiendo. La judía le dijo a los muchachos que buscaran el compañero por quien yo le preguntaba; que era el de Colorado, y enseguida me he puesto en contacto con él. Habla español y poco de inglés. Ya almorcé. El almuerzo, bueno, aunque no abundante, ahora voy a sentarme en cubierta a coger aire y sol. A esta hora, ¡pobrecita!, tú estarás sola en el cuarto aquel que tengo tan presente. Besos de tu
RUBÉN