Por: Luis Bay Sevilla
En: Costumbres cubanas del pasado. Diario de La Marina (1 agosto 1946)
A la América llegaron muchos emigrados. Algunos de ellos se afincaron y fueron troncos de familias principalísimas, pero son contados los que a Cuba vinieron con cargos oficiales: los Zayas, los Mahy, los O-Reilly, los Montalvo, los Jústiz, y posiblemente, alguno que otro que olvido en estos momentos. Entre estos estaban los O-Farrill, cuyo primer representante fue don Ricardo O-Farrill y O-Daly, que llegó a nuestras playas como factor de la Compañía de Asientos de Esclavos de Inglaterra.
Este O-Farrill, pertenecía a una familia del Condado de Longford, Irlanda, que hasta el reinado de Enrique II se llamaron Reyes de Commaiene. El último Rey de Commaiene fue Anly O-Farrill, fallecido en 1203, nombrándose sus descendientes “Señores de Annaly“.
Casó en La Habana don Ricardo O-Farrill con doña María Josefa de Arriola y García de Londoño y sus descendientes enlazaron con las familias más principales de Cuba.
Un hijo de este matrimonio casó con doña Luisa María Herrera y Chacón, hija del IV Marqués de Villalta. Los hijos de este matrimonio fueron María Teresa, casada con Ignacio Herrera y Pedroso; María Josefa, con el primer Conde de Casa Montalvo, abuelos de la famosa Condesa de Merlín; María Catalina, con el III Conde de Casa Bayona. María Luisa, con el II Marqués del Real Socorro; Bárbara, con don Nicolás Calvo y de la Puerta, Caballero de la Orden de Carlos III y Regidor Perpetuo de la Habana y en segundas nupcias con el II Marqués de Casa Peñalver; Ignacio, que fue clérigo, Juan Manuel, teniente coronel de Caballería de Milicias de Matanzas, marido de su prima hermana María Luisa Montalvo y O-Farrill; Gonzalo, notabilísimo cubano que representó papel extraordinario en la política europea de comienzos del siglo XIX, siendo, además, teniente general del Ejército español y Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Prusia. Al caer el trono de España en la familia Bonaparte, Gonzalo O-Farrill continuó de Ministro de la Guerra, pero vuelto los Borbones fue O-Farrill desposeído de sus bienes y honores, muriendo en París, años después, y recibiendo cristiana sepultura en el famoso cementerio de Pere Lachaisse, de aquella gran ciudad. Rafael, el último de los hijos de María Josefa y Ricardo, fue coronel del Ejército español, casado con su prima María Luisa O-Farrill y Arredondo, el cual heredó el mayorazgo de su casa.
Esta familia O-Farrill levantó en La Habana una casa que, para suerte de nuestros arqueólogos, se conserva hoy como hace 128 años; el palacio actual del Cardenal Arteaga y desde mucho tiempo residencia de los Obispos y Arzobispos de La Habana.
Esta casa fue construida en el año 1818 por el Brigadier don José Ricardo O-Farrill y Herrera, ascendiendo el importe de las obras, según antecedentes que he tenido ocasión de examinar, a la suma de trescientos mil pesos.
No conozco el nombre del arquitecto que construyó este edificio, pero pienso que puede haber sido el capitán del Ejército español Lorenzo Camacho, cubano de nacimiento, que construyó la fachada de la capilla de Loreto que da a la calle de San Ignacio.
Los dos únicos edificios gemelos de Cuba de que tenemos conocimiento, son este palacio de los O-Farrill y el de Conde de Casa Montalvo, situado en Cuba y Chacón, construidos en la misma época.
La circunstancia del parentesco de las familias O-Farrill y Montalvo, la similitud del estilo clásico de estos dos edificios con la de la capilla de Loreto, y las características de su composición, de sus molduras y de sus detalles constructivos, nos permiten suponer que fuera Camacho quien los proyectara y construyera, pues un arquitecto, al estudiar una fachada, aunque no llegue a copiarse a si mismo, deja siempre en sus obras una huella, algo íntimamente propio que se manifiesta palpablemente en ellas.
El Brigadier O-Farrill fue Alcalde Ordinario y Prior del Real Consulado de la Habana. Por su condición de hijo primogénito, fue el primero poseedor del Mayorazgo fundado por sus padres.
Al quedar terminada la construcción del edificio se trasladó a la nueva casa en compañía de su mujer doña María de Loreto Arredondo y Ambulodi y de sus hijos, que fueron los siguientes: María Luisa, Gabriela, Rafaela, María Josefa, Teresa María, Catalina, Antonio, Gonzalo, José Ricardo, Rafael, Ignacio y Juan José.
Al morir el viejo O-Farrill en esta capital, en su propia casa el 4 enero de 1842, el inmueble fue heredado por su hija Luisa O-Farrill y Arredondo y sus nietos Ricardo y Loreto O-Farrill y O-Farrill, según testamenría de 15 marzo de 1846. Estos herederos vendieron la propiedad a los banqueros de esta plaza “Sobrinos de don Joaquín Gómez y Compañía“, según la escritura otorgada con fecha 15 mayo de 1856. Y estos, a su vez, la traspasaron al Obispado para Palacio Episcopal, por la cantidad de 145,000 pesos, según escritura de fecha 6 febrero de 1860. Los sobrinos Gómez, Toca de apellido, fueron Condes de San Ignacio y levantaron la quinta que en el Paseo de Carlos III ocupa el Colegio de la Salle. A esta familia perteneció también el notable abogado licenciado Manuel Enrique Gómez y Petit.
Es interesante decir que el inmueble de los O-Farrill, al ser edificado, tuvo el número 204, cambiándosele por el 58 cuando la numeración de Albear y dándosele el 152 con la última hecha en La Habana.
En esta casa los que gustan de hurgar en el pasado, pueden ver salones y corredores que tienen sus pisos de ricos mármoles, siendo los de las habitaciones particulares de hormigón de color rojo oscuro, trabajados y pulidos con maestría que asombra todavía. Los dormitorios son de proporciones extraordinarias, teniendo por lo menos 36 metros cuadrados de superficie cada uno.
Existe una anécdota muy curiosa, que pone de relieve el espíritu altamente religioso de don Ricardo O-Farrill, y cuya anécdota es la siguiente: al recibir de Italia los pisos de mármol de variados colores que había encargado para la sala de su casa, los encontró tan lujosos como ricos, y afirmando que aquellos mármoles estaban mejor en la catedral que en su casa, procedió a colocarlos en el presbiterio de este templo, donde existen todavía.
La amplia sala de la casa de O-Farrill, está actualmente dedicada a salón de recibo del Cardenal, decorándola, entre otras valiosas obras de arte, dos lienzos de tamaño mayor, uno de ellos con la imagen de San Juan el Grande, de la Orden de San Juan de Dios, de autor desconocido y de técnica semejante a la Escuela de Velázquez o de Zurbarán. En el lado opuesto de este muro está el otro, también de autor desconocido, que nos ofrece a San Francisco en oración en el Monte, y que parece de la Escuela Sevillana. Las dos lámparas de bronce que penden del techo, pertenecieron a los marqueses de la Real Campiña, que las adquirieron en París y las mantuvieron en su residencia de Cuba y Sol, durante largos años. Son de bronce de forma muy artística teniendo en la parte inferior una esfera en la que se ven grabadas varias flores de lis, rematándolas en la parte superior, una corona de marqués. Éstas dos lámparas fueron un obsequio de la señora Dolores Morales viuda de del Valle, actual Marquesa de la Real Campiña, que se las envió al Cardenal Arteaga para que decoraran aquella hermosa sala.
En el hueco de puerta que da entrada a la capilla privada de su Eminencia Manuel, Cardenal Arteaga y Betancourt, capilla que ya existía en ese mismo lugar desde que la casa fue construida, hay una artística mampara. En el altar se venera la imagen de la Sagrada Familia. Últimamente el artista español don Hipólito Hidalgo de Caviedes, pintó en las paredes laterales dos admirables frescos, representando una la Adoración de los Reyes, y el otro, la de los Pastores. Al frente y alrededor del altar, se ven unos lindos ángeles. Toda esta obra está bien concebida y ejecutada, aunque predomina en ella la técnica moderna que caracteriza casi todas las últimas obras de este artista.
En tiempos del obispo Monseñor Pedro González Estrada, la capilla fue trasladada al local destinado a comedor de aquella residencia, permaneciendo allí hasta hace dos años que Monseñor Arteaga decidió instalarla nuevamente en su primitivo lugar.
El edificio tiene en la planta baja un gran patio central de bellísimas arcadas, rodeado de columnas dóricas y en la alta una galería de persinas, con sus grandes medios puntos, típicos del estilo colonial cubano, pero sin los cristales de colores amarillo, rojo y azul, que tan agradable tonalidad de luz dan a las piezas de las viejas residencias de la propia Habana y de Matanzas, Trinidad, Remedios y Camagüey, que son las ciudades de Cuba donde existe mayor número de construcciones de este estilo.