Por: J. M. de Andueza
En: Isla de Cuba pintoresca, histórica, política, literaria, mercantil e industrial
Del muelle de S. Francisco se entra á la plaza del mismo nombre. Esta plaza nada tenía que llamase la atención cuando yo la vi por primera vez; ahora adorna su centro una hermosa fuente nueva, rodeada de un enrejado de buen gusto; fórmala una columna que se apoya sobre esfinges por cuyas bocas cae el agua á borbotones al gran pilón: como á dos tercios de la altura de la columna presenta un plato circular que puede compararse á la cofa de un palo mayor:
este plato contiene varios conductos ó chorros por los cuales despide el agua, que sube á llenarlo por el interior de la columna, y sobre su centro se eleva una aguja delgada, en forma de candelera, que despide al aire un sinnúmero de juguetones hilos de agua, los cuales al caer en el plato, para colmar su abundancia, parodian los ramos de un sauce llorón, y deslumbran la vista con los bellos cambiantes que del sol reciben. A la izquierda de la plaza, mirada ésta por la parte del muelle, y en la calle que lleva su nombre y que algunos confunden con la de los Oficios, se encuentra la entrada del convento de San Francisco, el monumento más importante de la Habana, si no por su arquitectura poco elegante, al menos por las riquezas que encierra.
Pero á la compañía de ópera española, compuesta de Muñoz, de Domínguez de la Santa Marta y de la Galino, sucedió la italiana, y vimos en el teatro principal á la Rossi, a Montresor, á la Albini, buenos artistas por cierto, de más mérito que los primeros, pero extranjeros, á quienes hemos protejido mucho más que á los nuestros, á pesar de necesitarlo ellos mucho menos.
Al teatro principal empieza ya á dársele el nombre de Teatro de la Opera, por hallarse casi esclusivamente destinado á esta, así como se llama de Verso al de Tacón.
Este es magnífico, y honraría á la capital, que sólo cuenta con los mezquinos del Príncipe y de la Cruz. El infatigable don Francisco Martí y Torrens, tan emprendedor, como poco á propósito por su falta absoluta de luces para ponerse al frente de una empresa dramática, dio principio á la grande obra del teatro, bajo la protección del general, cuyo nombre lleva éste, sin perdonar fatiga ni desembolsos hasta verla concluida.
Entrase al teatro por tres puertas de reja que conducen á un patio espacioso, á cuyos lados hay dos cafés, uno para el despacho de helados y otro para el de vinos: al extremo de los corredores laterales de este patio y paralelas á las anteriores, se hallan otras tres puertas, por las cuales se penetra al interior del teatro. Todo es lujoso en éste: los palcos presentan una perspectiva elegante, y permiten, por hallarse abiertos, que las hermosas en ellos sentadas hagan alarde de sus ricos trajes y adornos, desde el peinado hasta el breve zapato de raso: además pueden hablarse las personas que se encuentran en dos palcos inmediatos, pues no lo impiden los tabiques de tabla que convierten á los nuestros en cajones ó confesonarios; en el teatro de Tacón nadie se encuentra oculto á la vista de los demás, todos gozan del mismo modo, en una palabra, todos ven: las lunetas son anchas y cómodas; á fin de evitar confusiones y molestias, hay, además de la carrerilla principal para pasar á ellas, otras varias á derecha é izquierda, de modo, que en los entreactos forman los concurrentes, cuando salen á desahogarse á los anchísimos corredores, cinco ó seis procesiones paralelas, que partiendo de distintos puntos desde las primeras lunetas, se confunden en la puerta principal de entrada. El proscenio corresponde á la magnificencia exterior, no debiéndose omitir, al hablar de éste, el hacer mención de la famosa araña, que es una alhaja preciosa. Lo único que en mi concepto no está en armonía con la suntuosidad y grandes dimensiones de este edificio, son los vestuarios, demasiado reducidos para que los actores puedan servirse en ellos con alguna comodidad: esta falta es hija del empeño que tuvo el señor Martí de dar la mayor amplitud posible a la escena.
Dos periódicos de política, si de política pueden llamarse, cuando sus redactores no se ocupan de ella, se publican en la capital de la Isla de Cuba: el Diario de la Habana y el Noticioso y Lucero, la lectura de cualquiera de sus números ofrece la idea más triste del estado de la prensa en aquel país: esclavizados los escritores, oprimidos por una censura discrecional, opuesta á las leyes y á los adelantos del espíritu humano, no pueden emitir en los papeles públicos la más inocente opinión política: sus periódicos, pues, están circunscritos á copiar de los nuestros, no los artículos que conocemos con los nombres de fondo, de entrada, ó de redacción, sino puramente las reales órdenes y las noticias provinciales.
La política se halla enteramente escluida del periodismo habanero, y cuando allí se habla de polémica, se entienden por polémicas literarias, que tampoco lo son en realidad, puesto que por lo común se reducen á contestaciones.
En la Habana nada, absolutamente nada puede imprimirse sin la firma entera del censor y la rúbrica del Capitán general. ¿Qué dirán en Madrid y aun en la misma Isla de Cuba muchos que lo ignoran, cuando lean en mi obra que hasta los carteles de las funciones de teatros y de toros que se fijan en las esquinas están sujetos á la misma formalidad?