Por: Jacobo de La Pezuela
En: Historia de la Isla de Cuba, Tomo 3
En una población privada hasta entonces de localidad para representarlas, sólo por los pocos que las leían podían las bellezas del teatro español ser conocidas. La masa de su vecindario, cuya apasionada tendencia a distracciones cultas se desarrolló con tanta fuerza luego, ignoraba hasta lo que fuese una comedia.
El público de Santiago, en este punto más favorecido en tiempo de Casa Cagigal, había presenciado funciones teatrales en un almacén habilitado para coliseo. Pero no había trascendido al de la Habana más que alguna rara representación de Calderón, Lope o de Moreto, ejecutada por aficionados en el domicilio particular de algún notable. Calculó el marqués de la Torre, que la novedad de tan útil diversión se acogería con entusiasmo, y se propuso diestramente sacar de una, dos ventajas á cuál más fructífera.
Se esforzaba en balde el nuevo obispo Hechevarría en continuar la fábrica de la casa de Recogidas, en 1746 comenzada por Tineo y abandonada después, aún cuando en sólo las paredes maestras se expendieron los cincuenta y ocho mil setecientos noventa y ocho pesos que se lograron realizar para este objeto.
Pasaba de setenta mil el presupuesto sin estar siquiera ideados los recursos permanentes que habían de sustentar el establecimiento. En su mismo domicilio convocó el marqués de la Torre a junta extraordinaria con el ayuntamiento a todos los pudientes y a los representantes del gremio de mercaderes. Con su facilidad en el decir y su robusta lógica no le fué difícil decidirlos a contribuir a la fábrica de un teatro cuyo arriendo se destinase al sostén de aquella casa.
Después de ejecutar una limpia general de la ciudad, y de asear y nivelar las plazas del Santo Cristo y San Francisco, trazó el mismo marqués el primer plano de una Plaza de Armas, la mas hermosa de la ciudad, y la que aún lleva ese nombre. En su primer proyecto se propuso simetrizar los cuatro frentes de esa plaza con cuatro edificios de un orden y una magnitud en el país no conocida. Destinábalos a ser: un hermoso cuartel de infantería; una vasta aduana con todas las dependencias dé la hacienda; una casa municipal con local para alojamiento de los gobernadores y sus oficinas, y otro vasto departamento a la espalda para la cárcel. El cuarto, en fin, había de servir a la administración de correos, importante dependencia encargada entonces del despacho de todos los de América.
Cuando terminó el marqués su mando, la plaza de armas quedaba ya formada, y las casas de gobierno, ayuntamiento, cárcel y administración muy adelantadas por el ingeniero Manuel Trebejo; aunque, por esperar a que el Rey las aprobase, no se comenzaron esas obras hasta el 18 de mayo de 1776. Aplicáronse a ellas los productos de la antigua sisa de la Zanja que seguía cobrándose.