El Templo Encantado
Singular y antológico exponente de la arquitectura religiosa habanera del siglo XVIII, esta extensa fábrica se asienta en lo que fuera litoral de la bahía, con su frente dando a la calle de los Oficios, y su costado, a la tradicional plaza de San Francisco.
Convertida hoy en sala de conciertos, la iglesia fue originalmente de planta basilical de tres naves, con cúpula en la cabecera y cubierta abovedada. Demolidos en 1850, cúpula y ábside fueron recreados con una pintura de ilusión (trompel’oeil), como resultado de la restauración del inmueble (1990-1994).
En contra de la desidia y el rigor del tiempo, han llegado hasta nuestros días su iglesia, dos claustros (norte y sur), el espacio de la Capilla de la Tercera Orden, y un terreno aledaño donde se erigía la cúpula de la iglesia y que, hoy, es un jardín en homenaje de la Madre Teresa de Calcuta.
Con el rango de basílica menor –adjunta en su tiempo a la Basílica Romana de San Giovanni Lateran–, este conjunto religioso remonta su fundación a 1575 cuando el Cabildo otorga licencia a la Orden Franciscana para que se instale en la villa de San Cristóbal de La Habana, y desde aquí irradie la evangelización al continente.
A la primitiva fábrica, demolida en 1719, le sustituyó la actual edificación, consagrada en 1739 por el obispo franciscano Juan Lazo de la Vega y Cancino. La gran construcción patrimonial que es el convento con su iglesia, se atribuye al habanero fray Juan Romero como director de obras, mientras que el proyecto de la torre se adjudica al arquitecto José Arcés.
En la comunidad eclesiástica convivían cerca de 60 frailes que se ocupaban del coro, asistencia a los moribundos, consuelo de los penitentes, predicación y enseñanza de latinidad, arte y teología, pues desde 1647 Su Majestad les había otorgado autoridad para conferir grados menores en esas materias.
Hombres de la talla de fray Junípero Serra y san Francisco Solano estuvieron vinculados al convento; a éstos le sucedieron relevantes figuras de la ilustración cubana como el presbítero Félix Varela y el educador José de la Luz y Caballero.
Cuando en 1842 el Gobierno español promulgó las leyes de desarmonización de los bienes de las órdenes masculinas, se dispersan los valores que atesoraba el recinto religioso, y éste fue destinado a almacén, depósito y viviendas para empleados de la Aduana. En 1907, el Estado cubano adquirió la propiedad del inmueble, y en 1915 quedaron instalados aquí la Dirección General de Comunicaciones, el Centro Telegráílco y el Centro Telefónico, lo que con el tiempo abrían de concretarse –una década después– en su restauración paulatina.
Concluida la recuperación parcial el inmueble, el 4 de octubre de 1994 fue inaugurada la basílica menor de San Francisco de Asís como sala de conciertos. En años posteriores se pusieron en uso social el primero y segundo claustros, el jardín Madre Teresa de Calcuta, y actualmente se trabaja para terminar lo que era la Capilla de la Tercera Orden como pequeña sala de teatro. La grandiosa edificación recuperó así su sacralidad de antaño, mas para convertirse en majestuoso templo del arte. Y, como si sus naves y galerías estuvieran predestinadas a cobijar toda suerte de mitos, una de sus criptas recibió los restos de aquel orate habanero legendario: el Caballero de París.
LA IGLESIA
En las criptas de esta iglesia fueron enterrados el renombrado obispo fray Juan Lazo de la Vega, en 1752; el gobernador Diego Manrique, muerto en 1765 de fiebre amarilla, día después de haber tomado posesión del cargo, y Luis de Velasco, el heroico defensor del Castillo del Morro durante la toma de La Habana por los ingleses (1762). Junto a la nobleza habanera, recibieron aquí sepultura gobernadores, generales, comandantes de la flota, títulos de Castilla y hasta una virreina del Perú: la marquesa de Monte Claro.
La iglesia fue originalmente de planta basilical de tres naves con cúpula en la cabecera. Su cubierta abovedada es de aristas en las naves laterales, mientras en la nave central es de cañón, apoyada en columnas de planta cruciforme.
Toda la fábrica fue construida de cantería, usando la típica piedra del litoral conocida como de Jaimanitas. Su torre fue la más alta de la villa en su tiempo (42 metros).
Por la magnificencia de su espacio interior, éste era el templo preferido por la sociedad colonial habanera. A través de los ventanales acristalados y óculos abiertos en los tímpanos de los lunetos, la luz entra y se reparte moderadamente desde la nave central hacia las laterales, gracias a la notable diferencia de altura entre éstas.
El ábside, el crucero y la cúpula fueron demolidos hacia 1850, debido a que su estructura quedó maltrecha tras el paso –cuatro años antes– del ciclón conocido como «Cordonazo de San Francisco». Como resultado quedó, aún hasta nuestros días, un volumen constructivo en estado ruinoso que, delimitado por un muro inclinado con respecto al eje longitudinal de las naves, remata exteriormente en un macizo frontón. Estos restos del edificio contrastan con la ondulada silueta exterior de las bóvedas y la curiosa torre escalonada que ennoblece la fachada principal de la iglesia.
Dicha fachada se manifiesta en absoluta simetría con respecto al eje central del edificio, realzada por la mencionada torre, y tiene tres puertas: una para cada nave.
Un monumental arco estriado y abocinado enmarca la puerta central, que es la de mayor altura. Expresión manierista en el rejuego de los elementos clásicos, ella deviene el foco del austero diseño barroco de influencia herreriana. En su superficie se agrupan, o aíslan, reiteradas columnas adosadas a pilastras, que enmarcan los vanos y nichos con esculturas. También aparecen aquí las clásicas terminaciones en pirámides o bolas.
Coronada por la recién restaurada estatua de Santa Elena, la torre sobresale tres niveles sobre el gran cuerpo, central, escasamente balanceado por dos hastiales con óculos cuadrifoliados que inciden con las portadas laterales. Una consola estilizada y comprimida extremo norte de la composición a la altura de los nichos estatuarios, mientras –a nivel del terreno– un robusto fuerte refuerza la esquina.
Un portón lateral, también en arco, abre a la plaza frente a la llamada Fuente de los Leones, creando un eje virtual que curiosamente se prolonga hasta el interior del edificio. Mirando desde el surtidor, puede comprobarse cómo ese eje cruza la puerta que une la iglesia con el claustro norte y su patio, y luego entronca con los arcos trilobulados que dan acceso a la escalinata –regia por sus proporciones– que intercomunica verticalmente los dos claustros (norte y sur). Singular correspondencia que enlaza el más íntimo reducto conventual con el espacio abierto de la plaza. Enmarcada por retropilastras, esta portada lateral resulta coronada por un frontón con varios planos de profundidad y abierto en su parte superior para recibir una hornacina, solución de diseño muy repetida en aquella época tanto en arquitectura religiosa como doméstica.
CONVENTO Y CAPILLA DE LA ORDEN TERCERA
El claustro norte consta de tres niveles: el inferior, de cubierta abovedada, y los dos restantes, de viga y tabla de madera. Sus pilastras en planta baja se reforzaron muy tempranamente con gruesos contrafuertes, quizás para contrarrestar los empujes de las naves de la iglesia. En su patio se encuentran dos grandes aljibes que garantizan el abasto de agua.
El claustro sur (también de tres niveles, pero todos con cubierta en viga y tabla de madera) está separado del norte por la crujía que acoge funcionalmente la espléndida escalera ya citada.
En este claustro se halla la portería y, en consecuencia, la portada del convento. Situada frente a la calle Teniente Rey, la misma tiene una solución en retablo, con tres niveles y vanos enmarcados por columnas adosadas sobre pedestales, conjunto que remata una graciosa espadaña con óculo cuadrifoliado.
Al extremo sur del edificio, lindando con el callejón de Churruca, se encontraba la capilla de la Tercera Orden, cuyo espacio original desapareció al demolerse la crujía anexa al callejón, que contenía uno de los brazos del crucero.
La capilla tiene una historia paralela a la del convento, pero no siempre coincidente. Primeramente se instaló, en 1608, dentro del propio edificio, en un local de entrada independiente cedido a los frailes. Luego, en 1678, compraron sus miembros una franja de terreno en el extremo sur del propio convento edificar una capilla digna. Conocida también con el nombre de la Santa Veracruz, de ella salía –los viernes de cuaresma– la procesión del Vía Crucis que, por la calle Amargura, llegaba hasta el hurnilladero (después, iglesia del Santo Cristo del Buenviaje).
Por ser una asociación seglar, la capilla de la Tercera Orden no quedó incluida en la ley de desamortización, y sus miembros permanecieron usándola hasta que se trasladaron a otro emplazarniento, anexo al convento de San Agustín, donde se reunieron los frailes franciscanos.
Con el espíritu de refuncionalizar apropiadamente los espacios del convento, el claustro sur acogerá un conservatorio experimental con todas las facilidades para alumnos y profesores, mientras sus galerías exhiben exposiciones transitorias.
RENACIMIENTO
A inicios de los años 90, gracias a la estrecha colaboración entre la Oficina del Historiador y el Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología (CENCREM), se inicia la intervención salvadora de la iglesia y convento de San Francisco con la contribución financiera de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI). Apoyan este esfuerzo los profesores y alumnos de la Escuela Taller Gaspar Melchor de Jovellanos (Oficina del Historiador).
Durante la intervención, desde un inicio fue priorizada la atención estructural del inmueble, ya que existía el peligro de un movimiento o desplome de la fachada lateral a la plaza, así como la apertura en dos de la torre debido a las grietas que presentaban las cubiertas abovedadas de la iglesia, problema ostensible a través del descendimiento de claves y dovelas en los arcos.
Puestas en su lugar todas las piezas descendidas, se rellenaron las juntas y grietas con productos de la familia de las resinas. Existió, además, la voluntad de observar el comportamiento del edificio para detectar la mínima presencia de movimientos en sus estructuras luego de su recuperación tectónica. Por otra parte, las superficies de las bóvedas expuestas a la intemperie fueron impermeabilizadas.
La torre de la iglesia quedó liberada de un gran tanque de agua que, fabricado con planchas remachadas de hierro fundido, impedía el acceso al campanario, además de recargar su estructura y afectarla con peligrosas filtraciones. Una vez retirado el tanque, siguiendo las huellas de empotramiento en la antigua estructura, pudo construirse la nueva escalera para acceder a lo alto de la torre, desde donde se divisa todo el Centro Histórico, así como gran parte de la bahía y los ultramarinos pueblos de Casablanca y Regla.
Por ser el sistema menos agresivo, se empleó agua tratada para fregar superficies exteriores que, cubiertas de suciedad y polvo, ofrecían a piedra erosionada bajo el efecto de reacciones químicas que hacían muy difícil su limpieza. En el caso de las superficies interiores, fueron adoptadas medidas para homogenizar los dos sistemas de terminación encontrados: el encalado, que en un inicio debió recubrir todos los interiores y el decorativo despiezo falso que se colocó durante la época de Comunicaciones.
Con el fin de lograr una apropiada atmósfera cromática en el interior de la iglesia, se utilizaron cristales color ámbar en varias intensidades para sus ventanas, cuya carpintería tuvo que modificarse con el fin de enmascarar el sistema de climatización de las naves y el coro, condicionante exigida para su uso como sala conciertos.
Fue necesario fabricar, copiando el diseño primitivo, dos de las puertas de entrada de la fachada principal. También se colocó una baranda en el coro, de igual diseño que la de la escalinata del convento, criterio que también se siguió para las galerías del claustro norte. En el claustro sur se mantuvo la baranda de hierro existente, al igual que la del balcón corrido en el tercer nivel del claustro norte La costosa restitución de elementos deteriorados garantiza la estabilidad de las cubiertas generales, que en un alto porciento se encontraban afectadas por filtraciones hasta la pudrición de la madera preciosa, especialmente los cabezales de las vigas empotradas en los gruesos muros. De hecho, prácticamente toda la carpintería y exterior del convento es de construcción, copiando los diseños originales conservados.
Como los pavimentos estaban dos por el maltrato mecánico, si es que no habían desaparecido, hubo que poner losas de barro en armonía con la arquitectura del edificio. Esta solución se complicó para el caso de las naves de la iglesia: la losa hexagonal y rada de diseño en célula alejandrina, era la solución más cómoda para la planta cruciforme de las columnas, por lo que se introdujo una cenefa en piedra de Jaimanitas que posibilita el encuentro simétrico de éstas y los muros.
Se construyeron nuevas facilidades que actualizan los sistemas eléctrico e hidrosanitario. Un nuevo sistema de climatización beneficia el espacio de la iglesia. La iluminación exterior permite destacar en la noche sus valores a escala urbana. El más notable logro de la restauración de interiores, es la solución ejecutada en el muro inclinado que cierra y corta el espacio longitudinal de la iglesia. Retomando justamente una solución barroca, se realizó una arquitectura en trompel’oeil, una pintura de ilusión, donde quedan incorporados los espacios del ábside y la cúpula, perdidos desde el siglo XIX.
Esta pintura sirve de fondo a un valioso óleo de la Trinidad, obra del pintor cubano José Nicolás de la Escalera (siglo XVIII), y a un espléndido Cristo en la Cruz, talla en madera polícroma (siglo XVIII), regalo al convento del Conde de O’Reilly.
El espacio libre entre la construcción conventual y la calle de San Pedro (Avenida del Puerto) se ha convertido en un área ajardinada dedicada a la Madre Teresa de Calcuta. Con pavimentos de diseño contemporáneo en losa de barro, complementados con bancos e iluminación apropiada, ese espacio está rodeado perimetralmente por una cerca de hierro con pilares y acceso desde la plaza o desde el callejón de Churruca. Paralelamente, el antiguo paredón de carga del almacén de Aduana, con sus vanos en arco, ha pasado a protagonizar la vista del conjunto cuando se mira desde la mencionada Avenida del Puerto.
SANTUARIO DEL ARTE
La iglesia es usada como sala de conciertos, gozando ya de una reconocida popularidad. El claustro norte del convento acoge una exposición permanente de los hallazgos arqueológicos del edificio, orfebrería religiosa, muebles e imaginería de la época. Los niveles superiores sirven para la exhibición de exposiciones transitorias. El claustro sur se ha proyectado para un conservatorio experimental con facilidades administrativas y comedor en la planta baja, aulas en la planta intermedia, y albergue de alumnos y profesores en la planta superior.
Del espacio de la capilla de la Tercera Orden se utilizará el nivel inferior para una pequeña sala de teatro de uso múltiple que, además de tener entrada al público desde la calle Oficios, permite acceder a ella privadamente desde el conservatorio. Para éste, en el nivel superior de ese mismo espacio se instalarán cubículos de estudio, salón de grabaciones y recitales, biblioteca y fonoteca.
El jardín Madre Teresa de Calcuta ofrece facilidades para distintas actividades culturales propias o ajenas a la instalación central. Su acceso también permite el control necesario.
Ahora recuperado y garantizados su uso y conservación, el conjunto Basílica Menor y Convento de San Francisco de Asís no se erige como perla entre ruinas, sino como centro de un entorno cada vez más reanimado.
Sólo una férrea voluntad cercana a ese estado en que hablan los poetas («furor sacro», lo definía Platón) posibilita que renazcan de su estado ruinoso edificios como éste… por la mano de los que construyen.
Proyectista principal en la restauración del convento e iglesia de San Francisco de Asís.
Tomado de: Opus Habana, Vol. III, No. 3-4, 1999, pp. 4-15.