Por: Emilio Roig de Leuchsenring
En: La Habana de ayer, de hoy y de mañana (1928)
Así como la fuente de la India puede considerarse hoy símbolo de la ciudad de la Habana, el Castillo del Morro ostenta, indiscutiblemente, la representación de la Isla de Cuba, al extremo de que, fuera de nuestra patria, para los que sólo la conozcan de nombre, la identifican siempre al contemplar alguna reproducción de la vieja fortaleza que se levanta a la entrada de nuestro puerto.
Pero aun hay más. Si desde los puntos de vista geográfico e histórico, el Morro tiene ese extraordinario y singular carácter simbólico, su significación en el orden político es aún mucho mayor, al extremo de que encarna la patria misma: la colonia ayer, la República hoy. Así, cada vez que nuestra Isla ha cambiado su status político, el acto simbólico del cambio de soberanía y con él el de banderas, no se ha realizado en el palacio de los capitanes generales o en alguna otra de las fortalezas de la capital de la Isla, sino en el Castillo del Morro.
En cuatro ocasiones se ha verificado esa solemne y trascendental ceremonia: la primera, a las 3 de la tarde del día 30 de Julio de 1762 en que, como consecuencia de la toma de la Habana por los ingleses, después de cuarenta y cuatro días de ataque, fué arriada la bandera española y sustituida por la inglesa; la segunda, al volver a tremolar aquélla, en Julio de 1763, recuperada la plaza por los españoles; la tercera, en l9 de enero de 1899, al perder España la Isla como resultado de la guerra hispanoamericana y ocuparla militarmente los Estados Unidos, izándose entonces, en vez de la enseña gualda y roja, la de las barras y estrellas; y la cuarta y última, el glorioso 20 de Mayo de 1902, en que la bandera de la Unión fué sustituida por la de Cuba libre, la bandera del triángulo rojo, “la bandera más linda del mundo“, naciendo a la vida de los pueblos libres, la República de Cuba.
Vieja fortaleza, cronicón de piedra, cuya historia es la historia de nuestra patria en sus más trascendentales acontecimientos, ¡cuántas veces, en momentos de vicisitudes y crisis políticas, desilusionados y tristes, hemos vuelto nuestros ojos a tu mole inmensa de piedra y, al contemplar ondeando sobre el mástil que se levanta junto a tu faro la bandera de la patria, las nubes que ensombrecían nuestra mente se han disipado, la fe ha renacido y un voto patriótico hemos hecho, salido de lo más profundo de nuestro corazón: ¡que siempre ondee en el Morro la bandera de la estrella solitaria!
Hagamos ahora un poco de historia. Los continuos ataques de corsarios y piratas y el no considerarse suficiente el Castillo de la Fuerza para rechazarlos y resguardar en debida forma la ciudad, motivaron que Felipe II creyera necesaria la construcción de una gran fortaleza que hiciera inexpugnable este puerto, y, al efecto, comisionó al ingeniero Juan Bautista Antonelli para que, bajo la dirección del Capitán General, Maestre de Campo Tejeda, se emprendieran los trabajos para la edificación, iniciándola efectivamente en 1589, no terminándola en dicho año, a pesar de aparecer así en una inscripción que existe a la entrada del Castillo y dice: “Gobernando la Majestad del señor don Felipe Segundo hicieron este Castillo del Morro el Maestre de Campo Tejeda y el ingeniero Antonelli, siendo Alcaide Alonso Sánchez de Toro. Año de 1589.”
Según aclara Arrate, de una representación del sucesor de Tejeda, Juan Maldonado Barnuevo, consta que no fué concluida la fortaleza en 1589 ni Tejeda el que la concluyó, necesitándose para ello el auxilio del vecindario. No parece que estuviera completamente terminada hasta 1630, según Pezuela, siendo Gobernador don Lorenzo de Cabrera, terminándose conjuntamente con el del Morro, el Castillo de la Punta.
La más interesante descripción de la primitiva fortaleza y Castillo del Morro, tal como se encontraba antes de que fuera destruido en parte por los ingleses, al tomar la Habana, es la que hace el más antiguo de los historiadores cubanos, José Martín Félix de Arrate, en 1761, un año antes, precisamente de aquel extraordinario acontecimiento.
“Sobre un peñasco —dice— que combate embravecido el mar, por su elevación dominando el puerto, la ciudad y las playas circunvecinas de barlovento y sotavento, está situada la gran fortaleza de los tres Reyes, célebre en ambos orbes, en una punta que, de la parte del oriente, sale a la misma boca o entrada de la bahía y cae al Nornoroeste, levantándose 35 o 40 varas de la superficie del mar, que a veces, furioso, suele asaltar tanta altura.”
En el sitio en que se levanta existía una peña en cuya cima, al decir de Pezuela, “formaron los habitantes un casucho desde el cual vigilaban los movimientos de los buques que se descubrían. Llamaban aquel puesto la Vigía.”
La fortificación del Morro tiene la forma de un polígono irregular, porque va siguiendo la superficie de las rocas, y se compone de tres baluartes unidos por cortinas y un cuartel acasamatado.
Uno de esos baluartes tiene, en lo más angosto de la punta, un torreón que Arrate califica de “sublime torreón de doce varas de alto, que llaman el Morrillo“, agregando que se utilizaba “de atalaya para vigilar las embarcaciones que se avistan y hacer seña con la campana del número de velas que se descubren, las que se manifiestan por unas banderitas que se fijan sobre la cortina que cae encima de la puerta del Castillo y mira a la población, distinguiéndose por el lado en que las colocan, el rumbo o banda por donde aparecen“.
La fortaleza contaba, dentro de sus murallas y fosos, con dos grandes aljibes que se consideraban suficientes para abastecer la guarnición por largo que fuera el sitio que se le pusiera, una iglesia, casas del comandante, capellán y oficiales, tres cuarteles para la tropa, oficinas, calabozos y bóvedas.
En cuanto a piezas de defensa, tenía varios cañones gruesos mirando al mar, otros de menos calibre a la boca y fondo del puerto, y una batería de media luna con doce cañones, que se conocían con el nombre de “Los doce apóstoles“. A 500 varas del Castillo se formó otra, denominada “La Pastora“, con igual número de piezas.
El primer Alcaide del castillo fué Alonso Sánchez de Toro, según vimos en la inscripción citada, y el puesto llevaba aparejadas grandes preeminencias para sus ocupantes y, entre ellas, la más importante era la de sustituir en el Gobierno militar de la Isla al Capitán General, por muerte de éste.
Durante muchos años, más de un siglo, la fortaleza del Morro llenó cumplidamente los fines de defensa del puerto y ciudad de la Habana, rechazando sus cañones, repetidas veces, los asaltos de escuadras holandesas, francesas e inglesas, entre estas últimas, las de los Almirantes Hossier, Vernon y Knoweles.
No pudo resistir, en cambio, el asalto de la enorme flota inglesa, la mayor que se había visto en América, que la atacó el 6 de junio de 1762, y, después de heroica y desesperada defensa, en que tanto se distinguieron Luis de Velasco y Vicente González, se tuvo que rendir, en 13 de Agosto.
Recuperada la ciudad por los españoles, a consecuencia del tratado con Inglaterra, el capitán general Conde de Ricla se consagró a la reconstrucción de las fortalezas, principalmente el Morro.
Desde entonces sus cañones han permanecido mudos para toda acción de guerra. Sólo nos falta, antes de terminar esta breve reseña histórica decir dos palabras más sobre el faro o farola del Morro.
Hasta 1818 existió una luz que se alimentaba con leña. En ese año se trató de sustituirla por otra alimentada con gas, pero no dio resultado, haciéndose, en cambio, con aceite. En 1845, se construyó la torre de sillería que hoy existe, con un fanal Fresnel.