Por el promotor de lectura Adrián Guerra Pensado
Un matrimonio habanero introdujo la lectura en voz alta a su pequeño bebé cuando tenía 26 días de nacido pues les pareció algo un poquito más interesante que sólo alimentarlo y cambiarle los pañales. Desde la primera vez, el pequeñín Claudito parecía que disfrutaba que le leyeran. Día a día, semana tras semana, su gusto por los libros creció constantemente. A los 3 meses él supo cómo se debe sostener un libro y pasar la página cuando el silencio le indicaba el fin de cada página. ¡Con sólo 3 meses!
Más adelante aprendió a preferir las palabras rimadas y a los troquelados que le permitían mover las piezas. Alrededor de los 6 meses ya podía identificar muchos de sus libros señalando la cubierta y se iba haciendo más capaz de pasar el dedo por el texto de izquierda a derecha. Recorría más de 15 libritos sentado durante una hora sin abandonarlos. Pronto fue capaz de decir dos o tres palabras seguidas y en ocasiones intentaba leer con sus padres cuando ellos le leían y completaba las pausas que ellos hacían con toda intención para comprobar su memoria.
A los 21 meses el vocabulario de este tan pequeño niño superaba las 400 palabras; algo que su madre atribuía a los libros que ellos le leían. Él podía reconocer a la vista unas 20 palabras.
El aprendizaje de Claudito fue una coincidencia divertida. Sus padres no hicieron nada super especial con él, excepto amarlo, jugar con él, leerle y proveerlo de muchos libritos para llenar de placer compartido sus horas.
Claudito podría ser el niño de cualquiera: suyo o mío, o el pequeñito de la casa de al lado. Él no es especial. Él es normal pero tiene una increíble bendición en su vida: padres que leen en voz alta para él.