Por el promotor de lectura Adrián Guerra Pensado
Desde el 9 de octubre de 1868, los patriotas de los sitios cercanos comenzaron a llegar, unos a caballo, otros a pie, a la hacienda Demajagua, ubicada entre los ríos Buey y Gua, en el camino de Manzanillo a Campechuela. Carlos Manuel de Céspedes le pidió a Cambula Acosta que hiciera una bandera cubana para que presidiera el levantamiento.
Años después ella relató a un periodista: “Él mismo me pintó en un papel el diseño, indicándome los colores que debía llevar […] Yo entonces desbaraté mi mosquitero, que tenía tela roja, descosí un vestido azul de mi uso y con una pieza blanca que tenía sin usar, me puse a hacer la bandera en la sala de mi casa, cosiéndola a mano.
La estrella la dibujó en un papel Emilio Tamayo, un joven que había venido a unirse a la acción revolucionaria […] Cuando la bandera estuvo terminada, Carlos Manuel me dijo, poco más o menos, lo siguiente: ‘Tómala, dásela a Tamayo y grítale a nuestras fuerzas que antes mueran que entregarla al enemigo”.
“Ciudadanos, hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora sois tan libres como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar su independencia. Los que me quieran seguir, que me sigan: los que se quieran quedar, que se queden. Todos seguirán tan libres como los demás”.
Honores a quien peleó hasta la última bala de su revólver. Padre de la Patria.