Por el promotor de lectura Adrián Guerra Pensado
Testigos fueron el Cauto y el Contramaestre en ese triángulo fatal, Martí cabalga en Baconao, tentado por algo más que su voluntad, quizás por la alegoría que sobre su destino había dictado en sus propios versos: Siento dentro de mí un cántico que no puede ser otro que el de la muerte.
Avanzó resueltamente hasta caer alcanzado por tres balas, y su cadáver abandonado fue recogido por las tropas españolas.
Él había dispuesto como deber inexcusable su alistamiento en la lucha armada y arriesgar su vida en la causa emancipadora de su patria, que tanto había predicado. Así lo había sentenciado en un discurso pronunciado el 10 de octubre de 1890, en Harmand Hall, Nueva York.
«El hombre de actos solo respeta al hombre de actos. El que se ha encarado mil veces con la muerte, y llegó a conocerle la hermosura, no acata, ni puede acatar, la autoridad de los que temen a la muerte.»
Mi verso crecerá: bajo la yerba, yo también creceré.