Por el promotor de lectura Adrián Guerra Pensado
Es indiscutible que ninguna de las grandes novelas norteamericanas se acerca tanto a la literatura infantil como Aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain. Hemingway consideraba esta obra como el verdadero punto de partida de la moderna literatura norteamericana. Es la historia de un muchacho blanco y un esclavo negro, flotando a la aventura en una balsa por el río Mississippi. Comenzó a escribir el libro como una continuación de su relato para niños Las aventuras de Tom Sawyer que es un buen libro y aún muy leído. Pero Huckleberry Finn es una obra cargada de un peso humano duradero y auténticamente original.
Huck no tiene que ir a la escuela ni someterse a las reglas cotidianas, él decide a dónde ir y cómo actuar según sus propias decisiones. Se va al río para asegurar su propio destino y sus aventuras en la balsa y fuera de ella, en la orilla, son espectaculares. Así llega a disfrutar de las cosas más simples pero indispensables para la vida y contadas por él mismo y viéndolo todo desde sus propios puntos de vista. Huck llega a conclusiones propias y comprende que su compañero, el negro Jim, volverá a la esclavitud si es capturado. Admiramos el humorismo de esta novela pero también su dignidad moral porque Huck preserva su inocencia pero aspira a una madurez suficiente para reinterpretar el universo de los adultos.
Su verdadero nombre era Samuel Langhorne Clemens (Florida, Estados Unidos, 30 de noviembre de 1835 – Connecticut, Estados Unidos, 21 de abril de 1910) pero tomó como seudónimo el de Mark Twain que significaba en el lenguaje de los marinos de vapor “dos brazas” de profundidad en el río.