Por el promotor de lectura Adrián Guerra Pensado
La flor más grande del mundo escrita por el portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, constituye una entrega muy delicada de esta gran persona para contribuir desde la actitud del niño protagonista y héroe del cuento, a sembrar en todos los que lean esta historia, la certeza de que los sentimientos de bondad, respeto, laboriosidad, sacrificio y perseverancia pueden cambiar y mejorar el mundo. El chico que sale de casa, como todos alguna vez lo hicimos, él quiere conocer mundo y lo que descubre no es solo una flor marchitándose, él descubrirá lo que es capaz de lograr cuando el querer despliega toda su fuerza, esa que llevamos dentro y que tenemos que llegar a reconocer para resolver las dificultades y conflictos con amor y constancia.
Saramago también insinúa que fuera de la zona de seguridad donde nos sentimos amparados hay un mundo que debemos conocer para sentirnos realizados, útiles y felices. El niño consigue llevar a cabo el proyecto- sueño de salvar a la flor gracias a su empeño y voluntad, gracias a que ha creído en sí mismo. La vida en lo adelante, le agradecerá poniendo a su paso otros retos para que crezca como su flor. Todos, pequeños y adultos, debiéramos hallar una flor que salvar.
Saramago termina su libro con una frase que nos hace a los adultos reflexionar: “ Y si las historias para niños fueran lectura obligada para los adultos? ¿Seríamos realmente capaces de aprender lo que desde hace tanto tiempo venimos enseñando?”
Nacido el 16 de noviembre de 1922 en Azinhaga, a cien kilómetros de Lisboa, su infancia y adolescencia estuvo marcada por la miseria, primero en el campo y luego en la ciudad, donde se trasladaron intentando huir de la pobreza. Obligado a trabajar desde niño, estudiaría en la biblioteca pública ya que le era imposible asistir al colegio. Murió a los 87 años en Lanzarote y su cadáver fue velado en la biblioteca pública de Tías localidad en la que residía, que justamente lleva su nombre desde aquella triste tarde. Las cenizas del escritor descansan bajo un olivo traído de su tierra natal, Azinhaga do Ribatejo, que fue plantado en el Campo das Cebolas, con vistas al río Tajo, frente al edificio de una fundación que lleva su nombre.
En la Sala Infantil de la Biblioteca Pública Rubén Martínez Villena existen varios ejemplares de esta obra bellamente ilustrada por Joao Caetano.