Por el promotor de lectura Adrián Guerra Pensado
Isabel Allende es una famosa escritora chilena, Premio Nacional de Literatura 2010, narradora incansable, fuertemente cuestionada por la crítica, pero dueña según algunos de la “escritura chilena más universal”. Aborda temáticas relativas a la mujer, la memoria, el imaginario latinoamericano y su propia biografía. Su primera novela, La casa de los espíritus, la convirtió casi inmediatamente en la novelista latinoamericana más leída.
Isabel nos habla de su respeto por las palabras:
Mi oficio es la escritura. El único material que uso son palabras. Palabras… palabras… palabras de este dulce y sonoro idioma español. Están en el aire, las lleva y las trae el viento, puedo tomar la que quiera, son todas gratis, palabras cortas, largas, blancas, alegres como campana, amigo, beso, o teribles como viuda, sangre, prisión. Infinitas palabras para combinarlas a mi antojo, para burlarme de ellas o tratarlas con respeto, para usarlas mil veces sin temor a desgastarlas. Están allí, al alcance de mi mano. Puedo echarles un lazo, atraparlas, domesticarlas. Y puedo, sobre todo, escribirlas. Escribir ya no es sólo un placer. Es también un deber que asumo con alegría y orgullo, porque comprendo que estoy en posesión de un instrumento eficaz, un arma poderosa, un ancho canal de comunicación. Siento que soy, junto a otros escritores latinoamericanos que, como yo, tienen la suerte de ser publicados, una voz que habla por los que sufren y callan en nuestra tierra. Mi trabajo deja de ser solitario y se convierte en un aporte al esfuerzo común por la causa de la libertad, la justicia y la fraternidad, en la cual creo.
Los escritores somos intérpretes de la realidad. Es cierto que caminamos en el filo de los sueños, pero la ficción, aún la más subjetiva, tiene un asidero en el mundo real. A los escritores de América Latina se les reprocha a veces que su literatura sea de denuncia. ¿Por qué no se limitan al arte y dejan de ocuparse de problemas irremediables?, les reclaman algunos. Creo que la respuesta está en que conocemos el poder de las palabras y estamos obligados a emplearlas para contribuir a un mejor destino de nuestra tierra. Esto no significa hacer panfletos ni renunciar a la calidad estética, al contrario. El primer deber es crear buena literatura, para que esta cumpla su tarea de conmover a los lectores y perdurar en el tiempo.