Rubén Martínez Villena fue portador, como pocos, de las vanguardias artística y política…
Por Laura Mercedes Giraldes Collera
Vivió en la primera mitad del siglo XX cubano, un joven que no llegó a cumplir los treinta y cinco años.
“De estatura mediana, cuerpo frágil, cabellera tempestuosa (…), palidez con leve tinte rosáceo (…). Pero lo que más sobresalía e impresionaba de su estampa física eran sus ojos verdes transparentes y taladrantes, verdeazules a veces, ora rojoverdes, según los encandilara el entusiasmo o la indignación”, así lo describió su amigo Raúl Roa, en el prólogo de El fuego de la semilla en el surco, texto que le dedicara.
Rubén Martínez Villena (1899-1924) era —prosigue el Canciller de la Dignidad— “Conversador extraordinario (…). Polemista terrible: rendía o machacaba. Su poder de persuasión solía ser irresistible. Y, como naciéndole de oculta veta, siempre más preocupado por el prójimo que por sí mismo”.
El joven Villena fue, ante todo, poeta y revolucionario, graduado de Derecho Civil y Público. Un hombre portador, como pocos, de las vanguardias artística y política, dos vertientes que se imbricaron para formar a uno de los luchadores más completos de ese siglo en la Mayor de las Antillas.
Fue periodista cuya obra siempre estuvo apuntalada por la denuncia a la marginalidad, la corrupción político-administrativa, la situación económica y los males que envolvían a la sociedad cubana de su tiempo. Editoriales, crónicas, manifiestos, críticas de arte, ocuparon su narrativa, sobre todo a finales de los años 20 y los primeros de la década del 30, etapa en la que también se sumergió en las problemáticas de Venezuela, Nicaragua, Panamá, Ecuador y otras tantas naciones.
Sin embargo, su máxima valía como escritor y artista recae en la poesía, donde ha sido enmarcado como uno de los modernistas cubanos más reconocidos. Cubanidad, tuteo con la muerte, cotidianeidad, dolor, sufrimiento, son tratados con elegancia mediante un lenguaje refinado, un lirismo insinuante. Villena portaba un verbo provocador, que lograba sumergirse, ocasionalmente, en la ironía.