Por: Enrique Luis Varela
En: Arquitectura (1930)
Me encanta pasear, en horas de la tarde, por las calles solitarias y silenciosas de la Habana Antigua. Parece que el alma se goza en el espíritu del pasado, captando el lejano y evocador mensaje de las piedras viejas.
Alameda de Paula, Plazas de San Francisco y de la Catedral, legendaria Plaza de Armas… ni aún el irreverente progreso capitalino puede destruir vuestro encanto inefable! Siempre que paso por estos lugares de ensueño, al atardecer o en la alta noche, mi imaginación tiende un velo sobre las construcciones modernas y se remonta, en alas de la tradición, a la época colonial. El artista, amante celoso de su Patria, al evocar el pasado, guarda en su mente el recuerdo más querido para el lugar de los hechos que para los hechos mismos. Cuando voy caminando lentamente por las callejas solitarias, voy reconstruyendo en mi memoria las grandezas y miserias de una época que no gocé ni sufrí. Pero mi emoción vibra más intensamente al contemplar las piedras centenarias, -testigos mudos del eterno devenir y de la eterna lucha humana- que al evocar esa misma humana lucha que va formando la Historia.
Hoy mi curiosidad -compañera inseparable de mi esperanza se ha detenido frente a una puerta olvidada.
Una puerta olvidada en un rincón de misterio… Cuántas ricas sugerencias pueblan la mente frente a una puerta olvidada! Y aun más, si ésta es la puerta lateral de nuestra antigua Catedral de San Cristóbal, prestigiada por casi dos siglos de venerable existir.
Esta hermosísima puerta, de un barroco español tratado con más mesura y corrección que el de la fachada principal, tuvo también sus días de gloria, cuando se abría diariamente al culto de nuestra “siempre fidelísima Ciudad”.
Ahora permanece perennemente cerrada. Nadie cruza su antes acogedor umbral. Y la puerta olvidada se repliega en sí misma, saturada de una tristeza infinita.
Yo comprendo el por qué del alma sombría y triste de esta puerta que siempre está cerrada. Semeja la de esas pobres mujeres que tras una amable y turbulenta juventud llegan, derrotadas y solas, a la vejez, sin un hijo ni un amigo. En ellas, empero, la belleza fué fugaz. En esta puerta olvidada de la Catedral, no: así nos enseña la vida, por contraste del barro y la piedra, el valor de nuestra miseria.
La puerta se halla flanqueada por pilastras dóricas cuya principal belleza reside en sus justas proporciones y en las curvas delicadas de la escocia de la base y del equino del capitel. He querido descubrir cierta originalidad en el trazado de estos perfiles. En otra oportunidad estudiaré este detalle minuciosamente y quizás si llegue a la conclusión de que poseemos -en lo que a esta puerta respecta, no a la totalidad de la obra- la prueba de que fué proyectada aquí y no en la Metrópolis, como hasta ahora se ha asegurado por los contados historiadores que ha tenido nuestra Catedral.
Qué estupendo descubrimiento sería el demostrar que hace cerca de dos siglos ya había en la Habana un arquitecto nativo capaz de proyectar, con un tan fino sentimiento arquitectónico de las proporciones de las masas y de la escala de las molduras, una portada tan bella como ésta!…
Esta portada pertenece a la Capilla de Nuestra Señora de Loreto, la cual fué terminada en 1755.
Cuando, en el año de 1748, el Iltmo. Obispo Gregorio Lazo de la Vega bendijo la primera piedra, no pudieron soñar los habaneros que estaban colocando la primera piedra de la Iglesia que más tarde había de llegar a ser Catedral de la Habana, título que le fué concedido por Real Cédula de 8 de Diciembre de 1793, independizando a la ciudad de la Habana de la Diócesis de Santiago de Cuba.
Estos importantísimos datos, unidos a la relativa importancia de la ciudad porteña (a mediados del siglo XVIII no pasaban de 30,000 los habitantes de la Habana), me han hecho suponer que, en sus comienzos, la Iglesia primitiva no fué proyectada con las actuales dimensiones, y es, por lo tanto, muy posible que esta bella portada de la Capilla de Nuestra Señora de Loreto fuese la entrada principal -única- de la Iglesia.
Por otra parte, de todos es sabido la costumbre, nacida del nuevo rito y rigurosamente seguida hasta los comienzos del siglo XIX, de orientar las fachadas de las Iglesias hacia el Poniente. (Esta costumbre fué derrotada por el extraordinario valor que desde hace más de un siglo ha adquirido el terreno urbano. La Santa Iglesia, antes tan poderosa, vencida por la economía moderna!…) Pues bien: esta portada está perfectamente orientada hacia Occidente, mientras que la actual fachada principal, terminada en 1810 y atribuida al arquitecto gaditano Pedro de Medina, lo está hacia el Sur en oposición a las más fundamentales reglas del Catolicismo.
Además, esta puerta tiene, en su conjunto, cierta nobleza y un singular carácter de fachada principal de pequeña Iglesia, pero más sencilla que aquellas españolas de las cuales debe derivar, y con típico sabor de portada de gran casona colonial.
Toda ella se destaca del cuerpo del muro, mediante un gran resalto que le imprime masiva sobriedad, y está rematada por un cuerpo triangular a modo de frontón escalonado.
Todos los gradientes de este frontón estén formados por piedras piramidales, que son, como en la arquitectura Herreriana las típicas esferas, el leit-motiv de la composición, pues también rematan el cornisamiento de las pilastras a la altura del banconcillo, y se repiten una vez más en la cornisa superior que se curva, graciosamente ascendiendo, con la tipicidad característica del frontón barroco.
Quizás sea un poco aventurada mi hipótesis de que esta portada, fué en algún tiempo, antes de la construcción del resto de la obra, la única entrada a la Iglesia. Algo que desconcierta a primera vista es su apariencia de puerta de palacio; y únicamente ciertos símbolos de la Religión, emplazados sobre la puerta y allá en lo alto dentro del curvado frontón, le salvan el carácter a su destino.
Pero lo que no deja lugar a duda alguna es que el arquitecto de la fachada principal no fué el de esta puerta. El factor cronológico no interviene en pro ni en contra pues sólo unos treinta o cuarenta años las separan. Pero si estudiamos ambas obras con cuidadoso detenimiento veremos en seguida cuán grande es la diferencia entre ellas. Realmente puede asegurarse que no hay ni un solo punto de contacto en ambas.
Qué lejos está la fachada de Pedro de Medina de la línea recta, justa, sobria y severa de la Portada de Nuestra Señora de Loreto!
Lo que en ésta es rectitud, es en aquella retorcido, falso, atormentado… Lo que en la Portada de la calle de San Ignacio es real, en la fachada de la Plazoleta es ficticio.
Partiendo, pues, de esta hipótesis, bien podemos suponer días de fasto en esta puerta hoy olvidada.
Ella fué, durante medio siglo, la única entrada de la Iglesia.
Y hoy, qué sola y abandonada se vé… Ni siquiera los mendigos, esos infelices desterrados de la sociedad, descansan en sus escalones implorando la pública caridad.
Así se aleja, fugaz la Gloria…
Pero, tú, Portada de Nuestra Señora de Loreto, que dentro de veinte años cumplirás dos siglos de existencia, tienes un prestigio para mí, en tu nobleza arquitectónica, que nadie ni nada logrará borrar.
Yo veo en tus viejas piedras, en tus molduras y en tus proporciones, la mano amorosa y el espíritu inmortal de un arquitecto que nadie conocerá jamás, pero cuyo poderoso recuerdo vive en ti como inseparable compañero.
Puerta olvidada de Nuestra Señora de Loreto, yo sé que los que me leyeren habrán de irte a contemplar siquiera una vez. Háblales al espíritu, filosóficamente, con la elocuencia, de tu silencio!