Por: S. de Urbino
En: Revista Arquitectura (1930)
La antigua Iglesia de Paula, ayer templo, y hoy convertida en almacén por su proximidad a la Aduana, orgullo que fué de la Ciudad colonial, amenaza ruina. Una grieta que atraviesa todo su frente casi partiéndolo en dos mitades y que ha hecho necesario su apuntalamiento, promete destruirla en fecha próxima.
¿Nos cruzaremos de brazos, nuevamente, ante la desaparición de esta otra reliquia ciudadana?
La Revista del Colegio de Arquitectos, consciente de sus deberes para salvar este monumento, solicita la ayuda del Club Rotario, esa magnífica Asociación que entre otros fines altamente nobles y con objeto de hermosear la Ciudad, tiene constituidos premios anuales para las mejores fachadas y que conociendo a la vez cuanto hermosean las viejas piedras, no nos negarán su concurso.
También solicitamos públicamente la ayuda de la Academia de la Historia, de la Sociedad Económica de Amigos del País y de cuantas sociedades culturales, revistas y periódicos se interesen por el mejoramiento de nuestra capital.
Hemos dejado aparte la ayuda oficiosa que puede prestarnos el Arquitecto Govantes, jefe del Departamento de Fomento. Es muy conocida la labor restauradora que juntamente con el compañero Cabarrocas ha realizado en el Templete, Palacio del Ayuntamiento y del Senado, y es por esto, que deseamos sumarle a esos aciertos suyos, una obra más y para la Habana su viejo monumento.
Desconocemos si esta antigua Iglesia es propiedad particular, o del Estado, pero su abandono, puede motivar la orden de reparación y restauración. Si la opinión pública la clasifica como algo a respetar, sus mismos propietarios serán los primeros en complacernos.
Creemos indispensable para la Ciudad que aquella comisión de Historia, Ornato y Urbanismo creada por el Municipio de la Habana y que de manera brillante actuó en el corto tiempo que duraron sus funciones, debe volver a actual. Ella preparará el camino a leyes y disposiciones que se hacen cada día más urgentes, y que por su propia necesidad, se implantarán.
El cuidado y la posible restauración de la Alameda de Paula, el paseo preferido de los Habaneros en el siglo XVIII, con esta Iglesia en su fondo, limpia de la mezcla y repellos con que están cubiertas sus piedras, harían en este barrio, de los más antiguos de la Capital, una perspectiva interesante.
¿Qué camino recorren las formas del estilo jesuítico, de aquella doble superposición de órdenes rematadas con un frontón y alerones y que partiendo con Vignola y Della Porta del “Gesu” en Roma, atravesando la España borbónica van a llegar degeneradas, a este viejo rincón de la Habana?
¿Por dónde vienen esas corrientes a través de dos siglos de Renacimiento? A poco que se analice esta fachada de un barroco casi Herreriano, que pudiera ser contemporánea o posterior a ese maestro español que se llamó Ventura Rodríguez, por la “contingencia” de sus formas abiertas, lo clásico de sus órdenes dóricos contrastando con lo pintoresco del remate, nos hace dudar de su parentezco hispánico directo, más bien creemos encontrar en esta pequeña fachada, un reflejo del barroco y estilo de misiones setecentista que floreció en Méjico y en Guatemala.
Lo pintoresco del movimiento ascencional de su remate y aquí vemos hasta donde puede llegar estilizado o deformado el elemento clásico del frontón, el lugar de las antiguas estatuas ocupados por tres pequeños arcos que dan a las campanas el sitio de honor, la supresión de torres y el motivo central convertido en simple campanario, es lo que nos hace pensar su parentezco lejano con el estilo de misiones, y suponer a la corriente de las formas, una llegada directa a Méjico, y una vez éste en su plenitud, enviar un reflejo que el ambiente de la Habana y la falta de escultores temporizan.
Las bellas proporciones de su pequeña cúpula octagonal nos afirman nuestra creencia anterior de estar en presencia de una cuenta suelta de ese rosario de cúpulas que floreció en Méjico.
Ignoramos la fecha en que se construyó esta pequeña Iglesia y el nombre de su autor, tal vez algún archivo histórico o alguna obra que no tenemos al alcance de la mano, pudiera aclarar nuestras dudas.
¿Qué otra hipótesis pudiéramos sentar?
Antes que nada declaramos que se han hecho muy pocos estudios sobre los orígenes de nuestra arquitectura colonial en algunas conferencias, revistas técnicas y aun de muy poco tiempo a esta fecha: confesamos que no existe una obra adonde pudiéramos dirigir nuestra investigación para encontrar el hilo que amarrase las formas simples y nada complicadas de esta pequeña Iglesia, con las ejecutadas anteriormente en Cuba y que nos permitiese desechar la hipótesis anterior.
No nos duele confesar que estamos empezando el estudio de estas materias.
Ahora bien, al barroco hispano-incáico e hispano-azteca reconocidos por todos los modernos historiadores de arte, hay que agregar una tercera rama barroca, más simplista y más clásica, que se desarrolla en Cuba, distintas de las derivaciones anteriormente citadas.
Sus diferencias esenciales serán motivo de próximos artículos.
Creemos que estos estudios superiores podrían ser tema excelente para esa juventud brillante e inquieta que ocupa los puestos de instructores y auxiliares de nuestra Universidad Nacional.