Moscú, 15 de julio de 1931.
Querida Tera:
El día 23 de mayo, cuando llegué a Moscú, encontré aquí el paquete que me enviaron de allá tú, Judith y Ásela. Nada faltaba en él. Muchas gracias por tus regalos, que me han sido muy útiles. Recibí también tu carta y tu retrato. También vi éste publicado en El Mundo, pero aunque es una buena fotografía no me explico por qué saliste con una nariz tan distinta a la tuya y tirando a lo Margarita de Armas.
¿Cómo andas de salud? ¿Cuánto pesas? ¿Ya has reanudado tus clases de canto? ¿Progresas en ellas? Yo salí del sanatorio muy mejorado, pero figúrate, por mucho que uno se esfuerce es imposible hacer fuera de un sanatorio la misma vida que se hace en ellos; por eso he bajado en estos dos meses cuatro libras. Aquí hago una vida bastante regular, sobre todo después de la llegada de Ásela, que llegó el día dos de este mes. Vivimos en un buen hotel, pero creo que dentro de poco nos trasladaremos a otro mejor en donde estoy esperando que se desocupe un cuarto grande para dos personas. Trabajo, pero solamente siete horas al día, de las cuales empleo una media hora en almorzar en el mismo sitio en que trabajo. Además —como todos los trabajadores en la Unión Soviética—, cada cuatro días de trabajo tengo uno de descanso. Yo ya estoy adaptado a la vida rusa y a las comidas de aquí. Ásela, afortunadamente, se está adaptando mucho más de prisa de lo que yo creía. Ahora nos queda el problema de la llegada del invierno. En el presente estamos en verano, aunque un verano no insoportable. Pero dentro de dos meses ya estaremos en el otoño, que es la época peligrosa, en la cual acaso me vaya de Moscú para el sur. El invierno aquí es muy riguroso y muy largo y yo tengo miedo por Ásela, que sufrió mucho del frío cuando estuvo en Nueva York, a pesar de que era primavera. Yo ya estoy más aclimatado, más aunque el invierno en Gulprich es muy benigno, sin embargo allá nevó tres veces e hizo temperatura inferior a cero, y de tres a cuatro grados sobre cero durante casi un mes. La última vez que nevó en Gulprich salí a caminar bajo la nevada bien abrigado y no me hizo daño alguno, pero aquí en invierno la nieve es continua y la temperatura llega hasta veinticinco a treinta grados bajo cero. Yo creo que esas temperaturas tan bajas, en las cuales no puede haber humedad ninguna, si uno está bien alimentado y abrigado pueden ser buenas para los pulmones, pues el aire tiene una pureza casi absoluta. Tú sabes que hay sanatorios muy famosos en montañas muy altas donde siempre hace un frío muy intenso, así es que acaso el frío de aquí me haría bien. Tengo más temor por Ásela, pues ella es muy tropical.
Aquí estoy enterado de las cosas de Cuba, pues aunque con retraso grande, de unos dieciséis días, leo muchos periódicos cubanos. Veo por ellos que la situación es allí catastrófica por interesantísima.
Dale muchos recuerdos a los amigos y conocidos de por allá. Dile a Carmen que aún no he recibido su respuesta.
Te abraza tu hermano.
RUBÉN