21 de January de 1933.
Querida Chona:
Antes de ayer recibí tu carta junto con una de Ásela. Esas dos cartas de dos mujeres que me quieren me hicieron mucho bien y me pusieron un poquito sentimental: las dos tenían un tono de ternura, es decir, de algo que está muy lejos de los términos de lucha, y por eso me «chocaron» como un contraste si se puede «chocar» con una cosa suave y blanda. Tu carta me traía muchos recuerdos, viejos hechos, datos lejanos de nuestra vida de hace diez, veinte años le extrañaba el fenómeno y me lo indicaba— de que treinta años:) Estamos poniéndonos viejos, todos, inclusive el Benjamín de la familia, a quien ya hace unos tres años le extrañaba el fenómeno y no lo indicaba— de que ya eran hombres y mujeres los niños que casi vimos nacer: Terita Barnet, los hijos de Nena de Armas, el hijo de Georgia, etc. En una carta Esther me comunica que se ha casado (o comprometido) Esperancita Barnet. Aunque espantado supongo que se refiere a la hermanita de Carmelina, que no sé por qué me hace el efecto de que era una criatura hace cinco años. En fin, no hay que darle vueltas al asunto: pasan los años y envejecemos. La cuestión es conservar siempre un pedacito interior de niñez; mientras eso exista podemos estar seguros de que aún podemos mejorarnos (ser más comprensivos, aprender cosas nuevas, ser capaces de generosidad) y así podemos alegremente acercarnos a la vejez, mientras algo no sólo permanece joven, sino está caminando hacia la juventud dentro de nosotros. ¿Sientes tú eso, no es verdad? Yo también, pero es cierto que se me pasa mucho tiempo sin que me de cuenta de que existe ese pedacito de infancia en mi interior (el cual se parece ya mucho a una máquina dura, inflexible, fría) mientras él está allá, en un rincón como un juguetito frágil perdido bajo un montón de tarecos sucios, feos, viejos. Pero, ¿qué estupideces insulsas te estoy escribiendo? El pedacito de infancia (¡qué ridículo!) puede jugarle a uno la mala pasada de que se cague en la cama: Perdona, pues, que yo haya hecho lo que no hace ya mi sobrino, el bravo y pillo y sorprendente Yoye. El también es para mí un ser mitológico, porque como cuando lo dejé de ver era chiquirritico, ahora tengo que imaginarme su conversación, sus gestos, etc. Su figura la tengo en retrato, pero seguro que ese soldado rojo está creciendo como la industria soviética.
Bien, chonita: saluda a este «tío» de mi sobrino. Al padre del sobrino que es buen «tío» también, y a ti que eres una tía —aunque no quieras— te besa tu hermano (y esto resultó un jeroglífico) que te recuerda y quiere como siempre, hasta cuando eras una chinita a quien picó en una piernita una abeja vil de la casa vecina. (¿Ves que tú no te acuerdas y yo sí? ¡Soy mucho más viejo que tú!)
RUBÉN.