26 de abril de 1932.
Querida Esther:
Hace algunos días recibí tu carta. En mis últimas cartas a J., a D. y a Ásela, les preguntaba por ti, pues me extrañaba tu silencio tan prolongado. Por una de Judith, hace tiempo, supe que te habías mudado, cosa que, la realidad, no acabo de comprender; con una situación tan mala como la que hay en Cuba, los pequeños líos o dificultades familiares para vivir juntos no debían pesar nada. No sé tu dirección, pues el hotel Campoamor que yo recuerdo estaba hace ya muchos años en Compostela frente a Porvenir, pero después en los bajos se estableció un garaje, y creo que el hotel se mudó, no sé a dónde.
Si los malestares que tienes coinciden con la fecha de tu mudada a ese hotel, acaso dependan de eso mismo, por ejemplo, de la comida que comes allí, o acaso hay en el hotel algún escape de gas, o alguna fábrica con chimeneas cerca de allí, cosas que pueden producir los mareos con cuya causa los médicos no aciertan. Si cuando estuviste tan gruesa (en la época del retrato) tenías algún plan de vida; debes repetirlo ahora.
Ya sabía por Ásela que vas a hacerle unas sabanitas al muchacho en perspectiva. Tú dices que estaré contento con la promesa del hijito, pero figúrate, podemos decir: «Éramos pocos y parió la abuela.» Ese pobre hijo viene simplemente a sufrir. Nacerá en una época muy mala y acaso no vea nunca a su padre. Pero, en fin, no es cosa de ponerse con pesimismos ridículos: a lo hecho, pecho.
Me da mucha pena lo que me dices de la mamá de Carmen. Dale mis recuerdos muy afectuosos a ellas. De Lola ya sabía que andaba muy delicada. Recuerdos a todas las amistades que se interesan por mí. Cuídate. Te quiere tu hermano,
RUBÉN.