Gulprich, 26 de abril de 1932.
Querida Chele:
Cogí un catarrazo y estuve otra vez en cama, pero ya estoy otra vez en pie. He aumentado un poco de peso últimamente. No sé si habré bajado con el catarro y un poco de fiebre que tuve. La última vez que me pesé pesaba ciento treinta libras y media.
Ya estoy disponiendo todo para mi regreso a Moscú. Ya escribí a Mechkoskaia y a Sin., según te comunicaba en mi anterior.
¿Qué harán conmigo? Aún no lo sé, a pesar de que tú sabes que vine al sanatorio como condición previa a mi salida para América. Pero, ¡quién sabe! Yo me veo en un callejón sin salida. Si regreso allá, lógicamente eso deba ser el fin, para antes de un año, a lo sumo; si me quedo aquí, vuelta a la declinación y vuelta al sanatorio, es decir, vegetar resbalando hacia abajo, ¡qué mierda! Nunca creí que me llegara a encontrar en tal situación que no supiera qué hacer: hay que coger un camino, ¿cuál? Por eso, dejaré que allá, en Moscú, resuelvan.
Tengo un cansancio moral tan grande, que sé que solamente el trabajo activo y en relación directa con la masa, podrá aliviarlo. Y quisiera curarme de este cansancio, ya que la salud parece perdida para siempre.
En tu última me hablas en términos muy justos del padre de Yara, y me alegro que estés en tan buenas relaciones con él; es un buen compañero en todo sentido, sólo que tanto él como tú han sido a veces un poco tontos.
No sé por qué me envías las cosas con Rotman a casa de Felá; no es que me sea desagradable ir allá, me es indiferente; pero indudablemente que es más fácil que recogerlas en el cuarto de Isaac en el corozorad». Además, has hecho mal en desprenderte de algún dinero para que me traigan unas latas de cacao; en primer lugar porque no me sería difícil conseguirlo en Moscú, y en segundo lugar porque, ¿qué voy a hacer con una lata de cacao? Tendría que cocinarlo, o prepararlo con leche caliente, y tú sabes que no tengo reverbero en el cuarto. Yo te agradezco mucho que me envíes lo que crees necesario, pero me apena mucho que hagas sacrificios prácticamente en vano. El cepillo de dientes me vendrá muy bien.
Solamente antes de ayer vine a recibir el libro de Guillen, que no sé cuánto tiempo hace que mandaste. Es una buena cosa: Guillen —a quien conozco hace mucho tiempo— se ha encontrado, y aunque algunos poemas recuerdan a los romances de García Lorca, hay cosas formidablemente originales, a fuerza de ser iguales a las palabras, frases y sentimientos del pueblo negro.
Bien, Cheluca. No estés tan amedrentada con el parto. Sólo tienes que hacer por fortalecerte, por ti y por el cachorrito. Yo, a pesar de todo, tengo una gran confianza. La vida resuelve todos los problemas que ella plantea.
«¡Fe y adelante!»
¡Recuerdos y saludos!
Tu
RUBÉN.