Sujum, 26 de abril de 1931.
¡Ah, picarilla!, cómo te asienta la ausencia del marido! Ya había podido ver lo linda que estás, pero defectuosamente, en las fotografías de El Mundo y de Carteles, pero anteayer recibí tus dos pequeñas fotografías, una de ellas muy clara. En esa —que es pequeña como un retrato de carnet o pasaporte— se te traduce bastante en la expresión una melancolía —las tristezas de los últimos meses— que te hace aún más encantadora. En el grupo de los muchachos falta Pepito. María Marta está muy delgada y demacrada (¿ya la operaron?), y los demás, salvo «Natividad chiquita» también están un poco «halados»: todos salieron bien. Yayo con su expresión inteligente y burlona y la Beba con su risa de pilla redomada. Tú, en ese retrato, en el que ríes como la madre de toda esa cría, estás un poco oscura: sin embargo, se puede ver en él algo de tu encanto de mujer sabrosa, y tu sonrisa —esa sonrisa tuya inigualable— que es un reto, porque yo no sé por qué siempre que tú desnudas tus dientes magníficos dan ganas de empujarte sobre una cama.
Ayer, mía, recibí tu carta de 28 de marzo, 25 y 31. En la primera me hablas de que ya pasó tu disgusto con motivo del rozamiento con CB y J.O. y consecuencias, chismes, etcétera. En lo que escribiste el 31 me dices cosas que me preocupan mucho: tu malestar, catarro prolongado ronquera y cansancio. ¡Habrás ingresado en la Quinta para descansar aunque sea un mes? Mi vida, debes hacerlo. Acuérdate cuántos consejos te he mandado sobre el cuidado de tu salud, recordándote tus debilidades orgánicas y rogándote no excedieras la medida de tus fuerzas. Pero veo que me hiciste el caso que te hice yo a ti… Yo creo que en estos días también sentías desinterés y decaimiento de orden moral producido por la partida de Juan. ¡Cuánto me alegro de las buenas relaciones entre ustedes y de que encontraras en él un compañero como hay muy pocos! Eso te habrá servido de consuelo en esta terrible temporada de prueba que has pasado. Me dices que deseas yo sea un buen amigo de él, puesto que ha sido tan bueno y comprensivo para contigo. ¿Cómo no serlo? El es —yo lo sé no sólo por ti— un magnífico compañero, y yo seré su amigo indudablemente: no le guardo rencor alguno por su participación accidental en el viaje que por poco resulta —como yo sabía— el último para mí. Al fin y al cabo (aunque gracias a un milagro) él tuvo razón: me convenía venir al Congreso del Profintern para ingresar después en un sanatorio. Ahora te sentirás más sola allá.
Me dices que en las cartas mías del Chico y otra que adjunté ves «mi deseo de vivir sin contar contigo casi para nada». No sé, vida mía, qué quieres decir con esto. Te he escrito ya varias cartas, no una, hablándote especialmente de nuestro problema personal en el futuro. Yo tengo hecho sobre esto una decisión, pues es la misma que tengo en el orden político: volver a Cuba. Tú eres la que hasta hace poco tenías —y aún tienes— indecisión respecto de venir o no a Moscú. Pero tú comprendes muy bien que tu problema personal y el mío están en segundo lugar, y que primero hay que ver lo que tenemos que hacer y lo que nos manden a hacer, que es lo mismo, pues al fin y al cabo nuestros organismos nos encargarán hacer lo que las circunstancias exijan.
Me ha satisfecho tu reposición. Quitarte del lugar que con tanto éxito y celo has ocupado no sólo era una injusticia, sino una medida políticamente errónea. Pero creo que mereces unas vacaciones. He estado una semana recluido en el cuarto con una ligera pleuritis, pero ya estoy bien. No te escribo más largo para alcanzar el correo. Dile a Domingo que «Changó tiene sed y que Yemayá dice que hay que darle a beber la sangre de los ricos y de Machado.»
Ya recibí carta de Junco contestando mis cuatro, que se extraviaron burocráticamente en el Profintern. Ya él está en guardia sobre tu correspondencia para enviármela tan pronto llegue allí. Abrazos y recuerdos. Para ti, mi vida, mi esposa amada, mi amante, mi hermana, mi todo, para ti no sé qué mandar: me pondré yo mismo dentro del sobre. Te besa tu
RUBÉN