Moscú, 17 de octubre de 1932.
Querida Chela:
Hoy o mañana espero recibir carta tuya. Estoy todavía varado en Moscú: figúrate que el Bureau Meteorológico de Berlín anunció una ola de frío en Moscú para el día 15, antes de ayer, así es que me alarmé algo, pero resulta que desde hace cuatro días se ha calmado el frío que ya estaba haciendo y hay ahora una temperatura muy grata, con muy escasa lluvia. Todavía no ha caído nieve; muy poquito hace diez días, con lluvia. De todos modos, ya supondrás el deseo que tengo de salir de aquí, teniendo en cuenta el daño que me hace siempre el otoño en esta ciudad. Ya los árboles de los bulevares y los jardines están casi desnudos y las hojas que les quedaban son tristes y muertas. Sin embargo, como tú sabes, el otoño tiene sus aspectos hermosos: por ejemplo, la vista de los edificios del Kremlin —cuyas cúpulas han sido recién pintadas— con sus techos restaurados de un color verde tierno, rodeados del encaje fantástico de los ramajes casi secos y envueltos a veces en una leve neblina alumbrada de un sol enfermizo, resulta un espectáculo de extraña belleza. Yo no sé por qué amo tanto esta ciudad. Es decir, por qué la amo en sí misma, aparte de su significación histórica y política, aparte de su carácter de símbolo, de centro mundial de esperanza de las masas y de odio babeante de los explotadores. Acaso está y estará muy unida a mí mismo porque he sufrido mucho aquí. La ciudad sigue cambiando; nuevos pisos en los edificios, nuevas construcciones, aumenta mucho el número de calles asfaltadas, más iluminación, muchos más automóviles, nuevos ómnibus —y completamente soviéticos en material y en construcción— y en numerosos sitios los trabajos preparatorios de la primera línea del subway; grandes letreros: «Se solicitan trabajadores», y no hay nadie parado entre ellos: ¡Imagínate la ócherez que se formaría en Cuba delante de semejante avisos! De allá —de la isla caliente— me llega en la prensa la relación fría de los últimos asesinatos: sigue la «emulación» entre los dos terrorismos. ¡Cuánto daño hace la campaña terrorista a nuestro Partido y a las masas! ¡Qué situación asfixiante hoy allí! ¿Cómo se vive? ¿Cómo se trabaja? No lo entiendo. Milagros de heroísmo que nos afirman en la confianza absoluta en el proletariado y en su Partido, no obstante los defectos, las faltas, los errores.
Aún no tengo una fecha ni un sitio fijado para irme. Tú sabes que no es rápido conseguir lugar en un sanatorio bueno. Sin embargo, tengo casi la seguridad de que no quedaré aquí hasta el último de mes. Ya te enviaré mi dirección cuando sepa adonde voy. ¿Cómo estás tú y cómo está Rusela? Recuerdos y cariños a todos.
Te quiere,
tu
RUBÉN.