Sinfonía urbana

1

Crescendo Matinal

Una incipiente lumbre se expande en el oriente;
uno tras otro, mueren los públicos fanales…
Ya la ciudad despierta, con un rumor creciente
que estalla en un estruendo de ritmos desiguales.

Los ruidos cotidianos fatigan el ambiente:
pregones vocingleros de diarios matinales,
bocinas de carruajes que pasan velozmente,
crujidos de maderas y golpes de metales.

Y elévase en ofrenda magnífica de abajo
el humo de las fábricas —incienso del trabajo—;
rezongan los motores en toda la ciudad,

en tanto que ella misma, para la brega diaria,
se pone en movimiento como una maquinaria,
¡movida por la fuerza de la necesidad!

2

Andante Meridiano

Se extingue lentamente la gran polifonía
que urdió la multiforme canción de la mañana,
y escúchase en la vasta quietud del mediodía
como el jadear enorme de la fatiga humana.

Solemnidad profunda, rara melancolía.
La capital se baña de lumbre meridiana,
y un rumor de colmena colosal se diría
que flota en la fecunda serenidad urbana.

Flamear de ropa blanca sobre las azoteas;
los largos pararrayos, las altas chimeneas,
adquieren en la sombra risibles proporciones;
el sol filtra en los árboles fantásticos apuntes
y traza en las aceras siluetas de balcones
que duermen su modorra sobre los transeúntes.

3

Allegro Vespertino

¡Ocasos ciudadanos, tardes maravillosas!
Pintoresco desfile de la ciudad contenta,
profusión callejera de mujeres hermosas:
unas que van de compra y otras que van de venta…

Tonos crepusculares de nácares y rosas
sobre el mar intranquilo que se dora y se argenta,
y la noche avanzando y envolviendo las cosas
en un asalto ciego de oscuridad hambrienta.

(Timbretear de tranvías y de cinematógrafos,
música de pianolas y ganguear de fonógrafos.)
¡La noche victoriosa despliega su capuz,

y un último reflejo del astro derrotado
defiende en las cornisas, rebelde y obstinado,
la fuga de la tarde, que muere con la luz!

   4

Morendo Nocturno

Un cintilar de estrellas en el azul del cielo
y una potente calma de humanidad rendida,
mientras el mundo duerme bajo el nocturno velo,
como cobrando fuerzas para seguir la vida.

Alguna vaga y sorda trepidación del suelo
rompe la paz augusta que en el silencio anida,
y la lujuria humana, perennemente en celo,
transita por las calles de la ciudad dormida.

Ecos, roces, rumores… Nada apenas que turbe
el tranquilo y sonámbulo reposar de la urbe;
y todo este silencio de noche sosegada,

en donde se adivinan angustias y querellas,
es el dolor oculto de la ciudad callada
¡bajo la indiferencia total de las estrellas!…

Rubén Martínez Villena

Insuficiencia de la escala y el iris (1921)

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