Moscú, 17 de septiembre de 1930
Ásela, compañera mía, mi amada:
Tienes que ser muy fuerte; es necesario y yo te lo pido. Acaso te escriba muy pocas veces más; acaso ésta sea mi última carta. Me he agravado aquí de tal modo, que tengo la convicción de que no hay remedio para mí. Ni siquiera creo iré a algún sanatorio, sino que moriré aquí en Moscú. Figúrate: el 8, después de muchos días de fiebre (salvo dos) en el hotel, y en un estado de debilidad espantosa, fui a la Sección Latinoamericana del Comintern, acompañado por Ramírez, para tratar al fin de nuestro Partido y del caso F.
Cuando acabé de informar y pedir para los dos asuntos, estaba hacía rato con un dolor terrible sobre la región apendieular que me llegaba hasta la espalda.
Tuve que suplicar suspendieran la sesión por algún tiempo para ver si me aliviaba: fue peor el dolor, y de allí J.39 y S. me llevaron al hospital del Kremlin; hubo que dar muchas vueltas y revueltas antes de tener acceso… y yo doblado de dolor. Al fin allí, tuve que esperar al médico como media hora. Pero me dio un vómito y entonces me llevaron a un cuarto de reconocimiento en que pude acostarme en un diván. Vino el médico, reconocimiento, etcétera, diagnóstico, apendicitis, y quizás hubiera que operar el mismo día. Por lo tanto, inyección de morfina y cafeína y traslado inmediato en ambulancia a un hospital quirúrgico. En ese hospital, en que estoy todavía, me hicieron nuevo reconocimiento y diagnosticaron cólico renal derecho. Me pusieron bolsas de agua caliente y por la noche otra inyección de morfina. Al día siguiente desperté sin dolor y el cólico no me ha vuelto; pero aquí, en una radiografía pulmonar que me han hecho han encontrado muy mal mi pulmón derecho, y algo afectado también el izquierdo. Mi debilidad general es espantosa; he tenido fiebres altas, llegando un día hasta 39,4°. Ayer y hoy (hasta ahora) he tenido muy poca temperatura, y estaba contento con eso, pero desde hace días no me siento bien del vientre, aunque me ponía lavados intestinales, y hoy he empezado a echar flemas y sangre. Es decir, tengo la seguridad de que mi tuberculosis se ha extendido al intestino. Claro que esto significa la muerte.
Aquí, en Moscú, en este momento no pueden mandarme a otro lugar por no haber espacio disponible. Y es necesario esperar unos diez o quince días un lugar disponible en el Cáucaso.
Naturalmente que creo no iré al Cáucaso, sino que lo lógico es que muera aquí mismo. Durante toda mi vida he tenido oportunidad de curarme y no la he aprovechado y ahora que quiero —es decir, quería— curarme, no tengo oportunidad.
Nunca, o muy pocas veces, he sufrido como en estos días: dolores de toda índole, sobre los cuales no tengo fuerzas para escribirte, y desesperaciones terribles. Pero al cabo, ayudado seguramente por mi debilidad creciente, me he serenado por completo.
Chela de mi vida: No puedo escribir mucho porque me canso. Tú le dirás a mis tres hermanos que les mando un beso y un abrazo. También a mi padre. Y debes dar mis recuerdos a tu familia, que ha sido, toda, tan buena para mí. Encárgale a Judith un abrazo para Pepe y un beso para el sobrino.
Dile a los compañeros, Chela mía, que mi último dolor no es el de dejar la vida, sino el de dejarla de modo tan inútil para la Revolución y el Partido. ¡Cuánta envidia siento por mi situación de los últimos días de marzo! ¡Qué bueno, qué dulce debe ser morir asesinado por la burguesía! Se sufre menos, se acaba más pronto, se es útil a la agitación revolucionaria.
Chela: ¿Qué decirte a ti, mía? Tengo tantas cosas que agradecerte! Si te hubiera hecho caso, también podría agradecerte la vida. Te agradezco en parte la que tuve hasta Nueva York. Dile a nuestro hermano el Chico, que lo he querido y lo quiero como él a mí; él siempre ha sospechado que no lo quiero mucho. (¿Qué será de todos ellos, que será de mis hermanos presos?)
Tengo el consuelo de haberte ayudado a dar un contenido tan grande a la vida, que él mismo te resguardará del dolor de mi pérdida. ¡Hay que estudiar, hay que combatir alegremente por la Revolución, pase lo que pase! ¡Caiga el que caiga! ¡No lágrimas! ¡A la lucha! Cuida tu salud y estudia. Tu carta de fecha 21, tan vibrante de noticias, espejo de la lucha formidable de allá, tan llena de vida, me ha dado alientos para lo que vendrá. Estoy conforme.
Adiós… o quizás todavía hasta otra.
RUBÉN