9 a.m. Hoy a las doce llegaremos a Cuxhaven. Me siento mejor que ayer, pues durante el día de ayer me cuidé de no coger ningún aire y descansé en el camarote. Ahora voy a preparar la maleta para el registro de la Aduana; un compañero de los Estados Unidos me ha metido un poco de miedo con eso, pero yo creo que no tendré tropiezos. Él me recomienda que todos los papeles los lleve en los bolsillos, pero tú sabes que eso es imposible, pues en realidad llevo muchos en el archivo de cartón, que ahora veo que hubiera debido dejar en Nueva York.

Voy a llevar en el bolsillo el informe y los datos que tomé en Nueva York, pero lo otro, las copias de cartas, etcétera, tendré que  dejarlas en la maleta. Creo que mi condición de abogado, que consta en el pasaporte, puede servir de mucho para que se  explique la existencia de libros y papeles en mi equipaje. Tengo manera de defenderme de cualquier atropello pues para salvar mis cosas estoy dispuesto a usar hasta al cónsul cubano, que tú sabes que es Rodríguez Embil, el poeta, muy amigo de Agustín, que quiso conocerme cuando estuvo en La Habana últimamente.

¿Dónde estarás tú, Chele querida?

No sé adonde habrás ido a parar, adonde habrás enviado el baúl al llegar a La Habana, ¿cómo quedarían nuestros últimos retratos? ¿Cómo habrás pasado el 10 de agosto en Nueva York y en La Habana? Aquí en el barco editan un boletín diario con noticias recibidas por telegrama sin hilo, pero no ha dicho nada de la demostración en Nueva York. ¿Cómo estarán los compañeros de Cuba? ¿Cómo te habrán recibido? ¿Cuándo sabré de ti, cuándo veré tus cartas tan queridas, desde aquellas primeras que me enviabas a casa estando yo enfermo, poco después de conocerte? Te amo siempre igual.

Tu RUBÉN.