Anoche hubo baile a bordo. Yo estuve en el salón, aunque, por supuesto, no a bailar, hablando con mi compañero de idioma. Me tomé con él dos vasos de cerveza alemana, que es muy buena, y no me hicieron daño alguno.
Me acosté tarde, porque después del baile, que acabó a las doce, me fui a cubierta a estar un rato solo. Y hoy tuve que levantarme a la carrera para alcanzar el desayuno, pues me quedé dormido. Ahora, a estas horas, ya debes estar navegando hacia Cuba. Los dos estamos en el mar, en el mismo mar, pero cada uno solo, en dirección distinta. ¿Cómo habrás pasado estos días en Nueva York? ¿Adonde habrás resuelto ir? ¿Cómo te recibirán en Cuba?
¿Cómo se portará la gente contigo?
La vida mía aquí es bastante lenta. Por lo regular en este salón apropiado para escribir, pues tiene mesita para eso, hay mucha gente tomando en otras mesas, cantando y hablando en alta voz. Me es casi imposible trabajar nada en el informe. Como no domino el inglés no puedo hablar mucho con los compañeros. Casi todos son jóvenes, pero he podido notar que —por lo menos durante el viaje— se comportan más bien como jóvenes simples y alegres. Sólo dos o tres parecen ser compañeros desarrollados. A bordo hay algunos juegos en la cubierta: tirar unos diseos de goma a unos números pintados en una tabla, o unos aros de cuerda para engancharlos en un piloncito de madera. Los compañeros juegan también algunos juegos americanos zonzos, juegos de muchacho, y se entretienen en esto, en hablar y cantar y en algunos idilios. La amiga de Paz parece muy embullada con un compañero italiano, y creo que no es —en esas cosas— más que lo que tú creías: una buena coqueta; no parece haber sentido nada la separación, o está curándose la pena con un nuevo flirt.
Este barco tocará en Cherburgo, Francia, antes que en Hamburgo, y también en Southampton, Inglaterra. Así es que esta carta la echaré en Francia. Hasta luego.