Tampa, Fia., 21 de junio de 1924
Mi querido Enrique:2
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Me aconsejas que vuelva a Cuba. Solucionado el problema familiar a que me refiero antes, otras cosas me cierran por ahora el camino de Cuba. Yo creo que tú habrás hablado con José Antonio. Pero él como informador y como narrador es pésimo.
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En primer lugar hay una razón de índole material: Yo no regresaré a Cuba sino con dinero ganado por mis propias manos. Toda otra forma o facilidad que se me brinde, se me han brindado ya (el mismo José Antonio, papá y Judith, así como amigos de allá y de aquí que me prestarían gustosos), la rechazaré con agradecimiento pero irrevocable decisión. Yo volveré a Cuba cuando adquiera mi pasaje con dinero ganado por mis manos. Ese dinero no creo que me falte, pues lo estoy ganando así. Yo puedo hacerlo, aunque José Antonio te diga que no. Quizás juzgues esto un capricho pueril, caso lo sea, pero una vez establecido esto, comprenderás que es una razón que forzosamente ha de aplazar mi vuelta hasta el momento en que tenga efectivo para pagarla.
En segundo lugar, tenía, cuando se fue José Antonio, el problema de mi padre, que ya está solucionado, pero que tú comprendías tan bien, que hasta me brindas tu casa. Te agradezco eso infinitamente. Tú me conoces bien; comprendías cuál debía ser mi actitud si yo regresaba antes de resolver ese problema, y sabes que hubiera aceptado como cosa natural tu ofrecimiento. Este motivo que había descartado, lo menciono, porque era una de las razones que expuse a José Antonio.
El otro es de orden más privado, si cabe. Es un motivo que quizás no lo sea más que mío y para mí. Este motivo no lo debo considerar seriamente más que cuando esté en situación material de poder regresar a Cuba. Es un escrúpulo de dignidad lo que me retiene. El ridículo del derrotado antes de luchar, es difícil de arrostrar. ¿Dirás -dices- que no hay tal cosa? No es la opinión pública lo que me interesa más. Es mi propia opinión, mi propio espectáculo, bien miserable por cierto, ante mis propios ojos. ¿Debo volver a Cuba? ¿Debo volver ahora? ¿Debo esperar más tiempo cuando ese sentimiento haya desfallecido en mí?, o ¿no debo volver nunca? Éstas son mis preguntas. La opinión ajena no me importaría más que en el sentido de que no estoy dispuesto a soportar la burla socarrona y cobarde que se ampara en la amistad, o en el interés afectuoso. La revancha de los burgueses, metamorfoseados en profetas victoriosos. Creo que contra esta gentuza no voy a poder usar únicamente más que el arma de los superiores: el desprecio.
Y ante la Historia, ¿no estamos ante el más espantoso de los ridículos? Especialmente los que, como yo, tienen el concepto de la responsabilidad humana ante ella: los que preconizaron las promesas sagradas; los que de verdad se indignaron con las indignidades y juraron acabar con la desvergüenza. ¿Es posible que termine todo en un “cubaneo” con agasajos y zalemas mutuas entre los honrados vencidos y los cínicos envalentonados? Allá los que busquen ahora el camino sucio pero fácil de la política al uso, y hasta aprovechen la popularidad que adquirieron combatiéndola para atrapar en ella un acta de Representantes u otra posición por el estilo… Yo sé que soy de los inquebrantables. Mi opinión sobre los asuntos de Cuba está escrita antes y la sostengo ahora. Si yo
supiera que en Cuba podía ser útil, entonces iría, arrastrándolo todo: dificultad material y escrúpulo de amor propio. Por desgracia, veo claro que no soy útil en ningún lugar.
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Rubén