Por el bibliotecario Adrián Guerra Pensado
El escritor cubano Omar Felipe Mauri Sierra cumple años el 13 de abril y seguramente las respuestas que él dio a las preguntas que le hicieron dos niñas de quinto grado, en la Sala Juvenil de la Biblioteca Rubén Martínez Villena, no son para olvidarlas.
Maité: Mauri, podría contestarme ¿qué significa para usted escribir para niños?
Maité, para mí es la mayor alegría, la más grande felicidad. Para mí, la fantasía, la bondad y el humor son las cualidades más importantes e inteligentes del mundo. El planeta marcharía mejor si lo gobernaran las niñas y niños. Y si algo puedo hacer para hacerlos felices a ustedes y que el mundo se dé cuenta que el mayor tesoro son ustedes, me siento feliz. Un importante escritor (también de Bejucal) que considero mi maestro, Félix Pita Rodríguez (quien escribió un conmovedor libro sobre los niños de Viet Nam), decía: “Servir vale más que brillar”. Yo me sentiría dichoso si mis libros sirvieran a ustedes y al mundo.
Milagro: Mauri, ¿Qué le gustaba leer cuando estaba en quinto grado como ahora nosotros?
Milagro, era un milagro que en las casas pobres y de trabajadores humildes que no habían podido estudiar, hubiera un libro. Y como otros niños y niñas, no veíamos más libros que los de la escuela. Había un único televisor en toda la cuadra. Íbamos al cine cuando nos regalaban una peseta. En casa había un viejo radio de mi abuelo, un radio de madera que demoraba mucho para encenderse y se oía con más ruidos que un camión. En ese radio escuchaba aventuras de Sherlock Holmes, Agatha Christie, Los tres mosqueteros y algunos cuentos infantiles. Mi abuelo tabaquero, mi abuela campesina, mis padres trabajadores y los viejos del barrio se reunían a contar historias y conversar en las noches de verano. Los muchachos nos sentábamos en el suelo a escuchar… Un día, convirtieron una casita en un lugar lleno de libros. Era una biblioteca. Nunca había visto tantos estantes repletos de libros. No sabía tampoco que existía un mueble que se llamaba librero. Después, muy cerca de allí, se abrió una librería. Otra cosa que no conocíamos. Entonces comenzamos a guardar las pesetas de ir al cine para comprar libros. Si los cuidábamos, no doblamos las hojas, ni las escribimos, nos permitían cambiar ese libro leído por otro de uso. Esto no es un cuento. Poco a poco, los libros empezaron a llenar los rincones de la vida, hasta que estuvieron en todas partes. Parecía que llovían libros. Cuando estaba en quinto grado, como ustedes ahora, tenía sed de libros y la Revolución llegó con su río hasta nosotros.