Por: Luis Bay Sevilla
En: Costumbres cubanas del pasado. Diario de La Marina (7 marzo 1946)
Decíamos la semana anterior cuando nos referíamos a esta gran casona donde hoy está instalado el “Sanatorio La Milagrosa“, de la Asociación de Católicas Cubanas, que en el siguiente trabajo relataríamos una serie de antecedentes en relación con las familias que han ocupado esta residencia, que, como he dicho, fue construida por la señora María Teresa Herrera de Melgares, hija del marqués de Almendares, y proyectada y construida por el arquitecto Antonio Benítez Uthón, por lo que trataremos de dejar cumplida nuestra promesa.
En el año 1853 existía en La Habana una gran casa de comercio que giraba bajo la razón social de “Noriega, Olmo y Compañía“. En aquella lejana fecha, había llegado a la capital un joven español de familia distinguida de La Coruña, nombrado José Melgares, que ocupó la plaza de tenedor de libros de aquel establecimiento, y como estaba bien preparado y demostró tener excelentes condiciones de honradez y capacidad, a los pocos meses se le ascendió a jefe de ventas y encargado de los embarques de azúcar. La casa, bien administrada como estaba, amplio más y más sus operaciones a extremo tal, que fue una de las principales de La Habana, llegando hasta fomentar un ingenio y comprar tres, en vista de que el negocio del azúcar dejaba grandes utilidades.
El joven Melgares, disfrutando ya de una buena posición económica, contrajo años después matrimonio con la señorita María Teresa Herrera y Cárdenas, hija del marqués de Almendares, que era viuda del primogénito de los condes de Jibacoa, con el que había tenido una hija, nombrada Serafina, uniéndose de ese modo dos grandes fortunas, ya que en aquellos días el marqués de Almendares disfrutaba de una renta crecidísima, pues era propietario de los ingenios “Belfast“,”Santa María” y “La Victoria“; “San José“, ubicado en la provincia de Pinar del Río; “Peñalver“, establecido en Güira de Melena y “Atrevido” y “La Andrea“, situados en la provincia de Matanzas. Estos dos últimos fueron adquiridos posteriormente por el acaudalado hacendado y hombre de grandes iniciativas Sr. José Miguel Tarafa.
En estas fincas azucareras tenía el marqués de Almendares una dotación de más de dos mil esclavos que rendían labores de corte y molido de cañas, y también las de siembra y conservación, durante los meses en que no molían los ingenios.
Anhelando el señor Melgares duplicar el capital suyo y el de su mujer, se dedicó principalmente al negocio del azúcar, comprando a los señores “Noriega, Olmo y Compañía”, algunos de los ingenios que poseían, intensificando en ellos la producción.
En el año 1858, la Isla de Cuba resultaba el único país productor de azúcar en cantidad suficiente para abastecer los mercados de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, iniciándose, por lo tanto, en el propio año, una danza de millones que nos trajo grandes riquezas, pero que al originarse una baja considerable arruinó a varios hacendados cubanos.
Por esta época, la señora Herrera de Melgares decidió construir su residencia en la barriada del Cerro, y, al efecto, compró al señor Antonio M. Valeurino y Ceran Nonet una parcela de tierra que medía 2,950 metros cuadrados, situada en la Calzada del Cerro esquina a la calle Chica, que era como primitivamente se nombraba esa calle, poniéndosele después por el Ayuntamiento el de Santa Teresa, por gestiones que hiciera el arquitecto que iba a edificarla señor Antonio Benítez, teniendo en cuenta el nombre de la persona que se proponía edificar allí una gran residencia, cuya construcción, el propio Benítez, ajustó en una cantidad de ciento cincuenta mil pesos oro del cuño español.
Sin duda alguna que el arquitecto Benítez, al proyectar este edificio, mantuvo en su mente el recuerdo de las grandes mansiones sevillanas, pues logró dar a su obra la belleza que caracteriza a las residencias que existen en la bella región andaluza que baña el Guadalquivir. La fachada, de clásicas proporciones, la forman ocho columnas jónicas del orden toscano, acertadamente espaciadas, formando un amplísimo portal que tiene el piso de mármol, existiendo entre columna y columna una balaustrada de valiosas rejas de hierro forjado. Los techos, de elevado puntal, lo forman tirantes de madera dura ocultos por cielos rasos colgantes de gran belleza. La gran sala de fiestas, era de extraordinaria amplitud, con sus puertas de dura madera ricamente talladas, sus pisos de mármol blanco y negro, y sus techos, ricamente decorados con escocias y florones de clásicas proporciones. Junto a la sala, estaba la capilla privada de la familia, que daba a la amplísima galería formada de grandes arcadas y cerrada por amplios huecos con persianas a la francesa, con sus medio puntos de cristales de variados colores, quedaban a la pieza una encantadora tonalidad, formando las cuatros galerías el marco de un bellísimo patio sombreado por plantas tropicales, con un lindo surtidor en su centro que, con sus saltos de agua, refrescaban el ambiente. Los cuartos dormitorios estaban situados en el ala izquierda del edificio o sea la parte que da a la calle de Santa Teresa, y al fondo del mismo y paralelo a la Calzada, el gran comedor de la señorial residencia, cuya principal característica, según apunta Weiss, era la de enraizarse profundamente en las condiciones físicas y étnicas del país, produciendo en la arquitectura doméstica el cómodo y atrayente hogar de antaño, que era la casa donde pasaba la familia la mayor parte del tiempo. Las maderas duras empleadas en la construcción de los techos, puertas y ventanas, fueron traídas de los bosques de los ingenios “Atrevido” y “La Andrea“, de la propiedad de la señora Melgares, confeccionándose las verjas y balaustradas en un taller de fundición que estaba establecido en la Calzada de Vives, entre Carmen y Figuras, del que era propietario don Emilio Madurell.
La casa vino a quedar terminada el día 19 marzo 1867, fecha en que, según documento que he tenido a la vista, entregó el arquitecto la casa a sus propietarios. Y entonces, los esposos Melgares Herrera embarcaron para Europa, con el objeto de comprar allí el mobiliario y decorado para la casa, dirigiéndose primero a la ciudad de New York, donde adquirieron por la cantidad de diez mil pesos un primoroso juego de cuarto de fabricación francesa. Este gran juego de cuarto, al morir María Teresa, lo heredó su hija María Teresa, que estaba casada con el licenciado Manuel Peralta Melgares. En el año 1892, en ocasión de visitarnos los infantes españoles doña Eulalia de Borbón, tía del rey Alfonso XIII, y su esposo don Antonio de Orleáns, el gobernador general de la Isla pidió a la familia Melgares que le facilitara dicho juego para que fuera usado por la referida infanta Eulalia durante los días que permaneciera en La Habana, a lo que, como es lógico, accedió gustosamente el matrimonio.
Los esposos Melgares Herrera compraron en París los muebles de la gran sala y del saloncito de recibo, entre los que figuraba un juego de ébano con incrustaciones de nácar. Los de la sala eran de estilo Luis XV, tapizados en damasco de color rojo, y los del saloncito, del mismo estilo, aunque más sencillos, estaban tapizados de damasco azul y amarillo. En cuanto a cuadros y objetos de arte, trajeron verdaderos primores, comprando en Italia dos bellísimas esculturas talladas en mármol, por las que pagaron diez mil pesos al escultor Benzoni, una de las cuales era una Eva de tamaño natural, que representaba a la madre del género humano en el momento de comer la fruta prohibida. Esta escultura pertenece en la actualidad a la marquesa de Real Campiña, que también conserva la original fuente que existía en el patio de la casa. La otra escultura es “La última esperanza”, también del escultor Benzoni, y representa un esquife que, azotado por grandes olas, se encuentra a punto de zozobrar, apareciendo en la proa el busto de una mujer, en tamaño natural, con una cruz en la mano, implorando al cielo misericordia. Según nos cuenta un familiar de la señora Melgares, esa dama sirvió de modelo a Benzoni para el tallado de esta figura, que no pudo terminar el gran artista por haber muerto repentinamente cuando tenía casi terminado el trabajo, negándose ella a continuar posando para el escultor que la terminó. Esta escultura aparece sobre una base redonda de caoba que está adosada a un pedestal de mármol blanco de Carrara, midiendo desde la base a la rama superior de la Cruz casi dos metros y medio. Durante el bloqueo de La Habana por la escuadra norteamericana en el año 1898, cuando la guerra hispanoamericana, los herederos del marqués de Almendares vendieron la estatua al señor Prudencio Rabell, que la llevó para su casa del Paseo de Carlos III. Posteriormente, tuvimos ocasión de verla en uno de los salones de la redacción del Diario de La Marina, perteneciendo actualmente a la señora Silvia Hernández, la viuda del inolvidable director de esta publicación doctor José I. Rivero.
En cuanto a cuadros, poseían valiosísimos lienzos, entre otros, un San Pedro de Tebar, que aparece terminado en el año 1840, dos excelentes réplicas de Murillo y el “Descendimiento” de Rubens, admirablemente copiados por el pintor español Contreras. Encontrándose María Teresa en París, en el año 1872, posó especialmente para el famoso pintor francés Angel, quien le hizo un admirable retrato al óleo, de tamaño natural, luciendo en ese cuadro un gran traje de recepción. Este valioso lienzo, donde el artista captó admirablemente los rasgos fisonómicos de esta aristocrática dama, tiene unos nueve pies de alto por seis de ancho, conservándolo, con amoroso cuidado, su nieta la señora Teresilla Peralta de Chao.
En lámparas trajeron de París verdaderos primores, entre otras, una de gran tamaño para la sala, toda de cristal bacarat, con veinticinco mecheros, y otra más pequeña, para el comedor. Los servicios de mesa, vajilla y cristalería, fueron ordenados para ochenta cubiertos. La loza de mesa la eligieron de factura antigua y de fina porcelana, con cuatro tipos diferentes de platos. En cuanto a cubiertos, los de uso diario y los de comidas informales, eran de plata. Para las grandes comidas, eligieron un juego valiosísimo de oro y plata macizo que costó en París doscientos mil francos, completándose cada vajilla con las correspondientes poncheras, candelabros, jarros para agua, juegos de café, salvillas, todos de plata y del más exquisito gusto.
Los esposos Melgares Herrrera, cuando regresaron de este viaje a La Habana, vinieron en compañía de la señorita Serafina Herrera y Herrera, hija del primer matrimonio de María Teresa con su primo Miguel Herrera, primogénito de los condes de Casa Barreto, que se encontraba recibiendo educación en el Colegio del Sagrado Corazón, de París, decidiendo entonces esos esposos inaugurar la casa con una gran fiesta, para presentar a Serafina en sociedad, fiesta que constituyó uno de los actos sociales más brillantes que se han celebrado en La Habana.
Los esposos Melgares Herrera se sentían orgullosos y satisfechos de su casa y todo les sonreía para que prevaleciera en aquel hogar la felicidad, donde reinaba con su belleza y encantadora juventud la dulce Serafina.
En la próxima semana, relataremos la inesperada muerte de María Teresa, y las hondas tribulaciones que entristecieron a Melgares y a sus hijos con la desaparición de esta encantadora dama.