La Habana de 1770 según Jacobo de La Pezuela

Por: Jacobo de La Pezuela
En: Historia de la Isla de Cuba. Tomo 3
(1770)

Ricla lo había planteado todo para afianzar la posesión de la Habana en una guerra; y Bucarely la dejó elevada al rango de primer plaza de América. Mas para su policía, su ordenamiento interior y sus adelantos morales se había obtenido poco, inspirando el solo aspecto de su capital menguada idea del que tendrían los demás pueblos de la isla.

Sus calles, aun desempedradas o intransitables de fango en la estación lluviosa, servían de depósito perenne a las basuras de un caserío ya muy crecido y aun privado en general de cañerías y sumideros. Los propios que se habían ido creando ya pasaban de cuarenta y siete mil pesos anuales; no llegaban a treinta y cuatro mil sus obligaciones, y con más de catorce mil restantes en favor del municipio no se había pensado todavía en ir suprimiendo tan notoria causa de molestia, deinfección y de insalubridad en el vecindario.

Aun seguía careciendo de esos solares y recreos que la civilización había hecho ya común en todos los de Europa; y a excepción de un campo que a la salida de la puerta de tierra habilitó O’Reilly para instrucción y ejercicio de las tropas, no poseía la Habana una espaciosa plaza, un teatro ni un paseo. “La ciudad, dice Valdés, uno de sus cronistas, lo era solamente por su denominación y reales concesiones que la colocaban en ese rango; pero absolutamente lo parecía en lo material.

Tenía que residir la primera autoridad en una casa alquilada a un particular,como los demás que no la tenían propia. Las oficinas de los principalesramos casi todas estaban hacinadas en el mezquino edificio apellidadola Contaduría, reservando sus departamentos más decentes paraviviendas del intendente y del Administrador.

Cuarteada en el huracánde 1768 la casa que servía de cárcel, había tenido Bucarely que repartirlos criminales y los presos por las fortalezas y cuarteles; e impropiamentese designaba con el mismo nombre en la calle de Mercaderes a unedificio estrecho, inseguro y confundido entre otras casas, donde seguardaban los menos delincuentes. En la isla no existía ni un principiode calzada.

Comunicábase la capital con su campiña por estrechas sendas que interrumpían parte del año las aguas y avenidas. Su ayuntamiento,sin local ninguno propio, celebraba sus sesiones en los mismosAposentos del gobernador. Gran número de vecinos conservaban auntechos de guano en sus moradas, habiéndose estrellado en la inerte resistenciade cinco o seis generaciones cuantas providencias habían dado, parasuprimir aquella mezquindad tan peligrosa, Dávila Gastón y muchos desus sucesores.

Tales eran las más salientes fealdades y pobrezas que perpetuabanen la Habana la incultura de su edad primera, y que, entristeciendola vista del observador, desanimaban al que se propusiera desterrarlas, no empleando gran tesón para obligar a que se cumpliera, su designio.

 

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