Por: Francis Robert Jameson.
En: Cartas habaneras (1820)
La Habana está situada, como casi todas las ciudades de las Antillas, en la costa llana de una bahía. Al acercarse a la ciudad por mar, se contempla una estrecha ensenada a cuya izquierda hay una alta prominencia rocosa coronada por una fortaleza, El Morro.
Se trata de un fuerte de proporciones y altura majestuosos, tachonado con cañones, banderas y atributos militares, que a plena luz del sol, ofrece un aspecto noble y en verdad impresionante. En la extremidad derecha de la ensenada existe un pequeño fuerte llamado La Punta, muy inferior en fortaleza y apariencia al Morro.
Al navegar entre ellos, un centinela llama y solicita que se le dé el nombre y puerto de salida, pues el ancho de la entrada permite tal conversación, pasada la cual se entra en el puerto, o mas bien bahía, que se extiende hacia adentro en cerca de una milla de ancho y tres hacia el interior. En la ribera derecha detrás de la Punta, se encuentra la Habana mostrando sus amontonados edificios de piedra, entre los que pueden verse numerosas torres de iglesias y conventos detrás de la muralla que los circunda. Visto desde el puerto el pueblo ofrece una atmósfera de vetustez que le da una apariencia grandiosa; el bullicio marítimo le presta interés; la idea de riqueza y lujo impresiona profundamente y uno escucha el chirrido de los carruajes y los acentos de alegría y contempla la peculiar brillantez y el oropel que distingue las escenas tropicales y se olvida de que la ciudad es el festival de la muerte.
La situación de la Habana es demasiado favorable a la propagación y desarrollo de las enfermedades, encontrándose rodeada, además de por sus fortificaciones, por un círculo de terrenos elevados que impiden la libre circulación del aire y ocasiona una atmósfera estancada de vapores fétidos, emitidos por una población amontonada y por las orillas pantanosas del puerto. La terrible fiebre amarilla (que aquí llaman “el vómito negro” por sus síntomas finales) hace sus estragos casi por entero a la orilla del mar; en todo caso no existe tal confluencia de seres humanos en los pueblos tierra adentro, y hay en consecuencia menos pestilencia y mejor alimentación.
Los navios extranjeros que llegan aquí sufren considerablemente. Tripulaciones completas son barridas a las pocas semanas de su llegada, y se experimenta gran dificultad para obtener tripulantes para el viaje de regreso…
Al entrar en el puerto, uno se da cuenta de un poderoso motivo de la enfermedad, el insoportable mal olor de los almacenes de tasajo y bacalao que se importan para el sustento de los negros. Aparecen a la vista una multitud de calles estrechas, cada una de las cuales hace su aporte a la asamblea de los malos olores, con la carencia de alcantarillado y pavimento, los surcos, hechos en la tierra por las ruedas y los caballos, llenos siempre de basuras. Añádase a esto el enjambre de la población negra, y tendrá usted un catálogo olfatorio muy variado.
Es corriente, aun en las casas de ¡a nobleza, que la planta baja se alquile a los comercios, o por lo menos, se habiliten las esquinas de la casa con ese propósito. Esto alivia la pesantez que de no ser así caracterizaría a las calles. Hay muchas casas y tiendas de una sola planta, lo que por supuesto les da una apariencia más alegre, especialmente porque la mayoría de las últimas tienen grandes tableros sobre las puertas con letreros pintados, tan falazmente indicadores de lo que hay en ellas como el rodillo de los barberos lo es en cuanto a sus jabonaduras y navajas.
Así se puede ver la figura de un héroe con grandes mostachos y patillas, un gran sombrero de tres picos y la espada de Goliath, bajo la cual, para evitar errores, se lee “El Héroe Español”. Al entrar en el lugar indicado, uno se encuentra con un sastre delgaducho de semblante demacrado, manejando sus tijeras en la tabla de cortar…
Pero hay que recordar que la Habana es una plaza fuerte, y que no se pueden construir dentro de sus murallas más casas que las que ya existen; que la afluencia del comercio ha sido súbita y sus utilidades enormes. Las casas que están fuera de las murallas no son tan exorbitantes, aunque allí, como se considera que esa ubicación posee cierta inmunidad contra la fiebre, tienen una renta muy elevada.
Probablemente usted habrá oido decir que el baile es un entretenimiento favorito de las Antillas. No está tan de moda aquí como en las Islas Británicas, pero gusta. El minuet (baile apropiado al clima) se sigue bailando aquí aunque apenas se le conoce en otras partes del mundo. El fandango es el baile realmente nacional y se le ve bailar frecuentemente al pasar de noche por las casas.
La tertulia tiene lugar con la ceremonia y orden debidos. La Habana puede ofrecer muchos salones con mujeres agradables y bonitas y hombres razonablemente caballerosos, pero existe un aire de formalidad en las buenas maneras de estos últimos que resulta muy anticuado. Cuando un caballero bien educado se despide después de haber hecho una visita, hace una reverencia con toda corrección, otra a la mitad del trayecto hacia la puerta, y una tercera al llegar al umbral. Todo esto estaría muy bien, parece cortés y majestuoso y da la impresión de un alto concepto de los modales de salón, de no haber estado el caballero, durante todo el tiempo de la visita, escupiendo alrededor de su silla en forma tal como para revolverle a uno el estómago.
Comienzo a ser severo nuevamente. Lo cierto es que estoy cansado de mi paseo, y ya es hora de pensar en el descanso.
La cama más comúnmente usada es una simple cruceta de madera en la que se extiende un pedazo de lona. Sobre ella se coloca un par de sábanas finas entre las cuales uno se acuesta mientras una delicada armazón sostiene una red que lo envuelve protegiéndolo de los mosquitos. Es lo que se llama catre. Hace falta un poco de hábito para conciliar los huesos con él, pero la frescura que ofrece lo induce a uno a preferirlo al colchón…
También se ha fundado una escuela naval en los últimos tres años, y se ha establecido un impuesto de dos reales por cada bocoy de mieles exportadas por este puerto, para su sostenimiento. El producto es de tres a cuatro mil pesos al año. Se han establecido también una cátedra de anatomía y química,, una escuela de pintura y de enseñanza de economía política bajo el patrocinio del gobierno. Pero hace falta tiempo y un prolongado intercambio de ideas con otros gobiernos que hayan pasado la infancia, para que estas instituciones lleguen a tener la amplitud de miras necesarias para que sean completamente eficaces. Por el momento sólo puedo decirle que un médico pomposamente aconseja a su paciente que sude cuatro camisas, o que permanezca en el baño durante tres padrenuestros y un avemaria; que los curas están tan gordos y prósperos como en el siglo XV; que un judío no puede aparecerse en la Isla sin correr el riesgo de perder la vida; que las vallas de gallos han resultado lo bastante valiosas para convertirse en monopolios reales y que anualmente se importan más de 10,000 juegos de naipes!