Por: Luis Bay Sevilla
En: Diario de La Marina (23 agosto 1946)
Marianao debe a don Salvador Samá toda una vida dedicada al encumbramiento de este sitio, pues no solo invirtió en las obras de mejoramiento de aquel entonces naciente pueblo gran parte de su capital, sino que sufrió las mayores contrariedades durante la ejecución de los trabajos de las paralelas del ferrocarril que, iniciándose en el paradero de Concha, en el paseo de Carlos III, tendría su terminal en Marianao,
en la llamada estación de Samá, siendo el mayor de los disgustos que sufriera Samá, el incidente que tuvo con el ingeniero norteamericano que había proyectado y se encontraba dirigiendo los trabajos de esa vía, al darse cuenta de que el plano, tal y como se desarrollaba, obligaba a la Empresa a construir un puente más costoso que lo que importaban las obras del ferrocarril, decidiendo una comisión de expertos y los propios accionistas, rechazarlo por ruinoso, surgiendo de este acuerdo que el ingeniero se suicidara disparándose un tiro de revólver en la sien derecha. La dirección de los trabajos se encomendó entonces al arquitecto e ingeniero civil don Antonio Benítez Uthon, que modificó el trazado de la línea, resolviendo el problema planteado con un puente pequeño de un solo arco, que dejaba a la Ceiba en alto y entraba en Buenavista a nivel.
Estos trabajos quedaron terminados poco después, y oficialmente se inauguró el servicio el día 19 de junio de 1863, saliendo el primer tren de la Estación de Concha a las siete de la mañana de ese día, celebrándose una serie de actos para festejar este señalado suceso.
Los habaneros se desbordaron aquella mañana sobre la Estación de Concha, animados del deseo de ver salir el tren de la inauguración, y tomar los primeros coches públicos que comenzaron a circular a las doce del día.
En este primer tren tomaron asiento el capitán General don Domingo Dulce, acompañado de sus ayudantes y personalidades invitadas, tardando solo diez y ocho minutos en llegar a la Estación de Samá. En aquel paradero lo esperaba la berlina que había de llevarlo hasta la residencia del señor Salvador Samá, situada en la calle Vieja y Santa Lucía, a quien ya había favorecido la Corona española con el título de Marqués de Marianao, en premio a todos los servicios que llevaba prestado para el engrandecimiento de ese pueblo. Allí fue objeto de una brillante recepción, procediéndose luego a servir un espléndido desayuno, presidiendo la mesa el Capitán General, y acompañándole el Segundo Cabo General Hallez, el conde de Casa Cañongo, el Comandante de la Marina, los marqueses de Almendares y finalmente los de Marianao que eran los anfitriones.
La aceptación que tuvo entre los habaneros este servicio ferroviario, se tradujo en un gran negocio para la Empresa, pues al año siguiente de quedar inaugurado, la recaudación ascendió a pesos, 169,294.38, rindiendo una utilidad de más de 40.000 pesos.
Abierto al servicio público este ferrocarril, días después o sea el 15 de julio del propio año, se reunió allí mismo un grupo de vecinos y de temporadistas, con el objeto de viabilizar la posibilidad de unir por carretera al pueblo de Marianao con la playa de su nombre, que era entonces un modesto caserío, donde sólo existían unas pocas casas de guano ocupadas por familias de pescadores. De esta reunión surgió la idea de encomendar al ingeniero señor Sagesbien el estudio de la carretera, redactando este además, un presupuesto que ascendía a siete mil pesos en oro del cuño español, procediéndose luego a celebrar una colecta que produjo no más de cuatro mil quinientos pesos. Enterado de ello el Marqués de Marianao, decidió contribuir para la realización de tal utilísima obra, con la cantidad que faltaba para cubrir el presupuesto, iniciándose, en el acto los trabajos bajo la propia dirección del ingeniero Sagesbien. Las obras quedaron terminadas quince meses después, pues el 19 de octubre del año siguiente o sea 1864, fue puesta al servicio público la nueva carretera, decidiéndose por los organizadores ofrecer algunos festejos para conmemorar el fausto suceso, los que no pudieron llevarse a cabo, porque lo impidió un gran temporal de agua que cayó sobre aquel pueblo, precisamente en aquellos mismos días.
El trazado de la carretera comprendía dos brazos, uno que salía de Marianao por la calle de Santo Domingo, hoy Luisa Quijano, y el otro que se iniciaba en los Quemados por la calle de Domínguez, actualmente General Lee, uniéndose ambos en la loma de la Gomera, cruzando por detrás de donde existe actualmente la Escuela de Aplicación, que hoy aloja las oficinas del Estado Mayor del Ejército, continuando por frente al antiguo Cementerio de Marianao, terrenos estos que forman parte del actual Country Club, extendiéndose luego en línea recta por frente a la tenería La Fe, que desapareció cuando el Ejército cubano, construyó su campo de polo, para terminar en la playa, junto a la que fuera la gran residencia veraniega de la señora Nena Pons de Pérez de la Riva, donde existía otro fortín, muy semejante también al que vemos todavía en la calle de Marina y Vapor, frente a la que fuera la vieja Caleta de San Lázaro, rellenada y convertida en lo que es en la actualidad, por el doctor Carlos Miguel de Céspedes, a quien tanto debe la Habana urbanísticamente.
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Conjuntamente con la apertura de la carretera hasta la playa, quedaron establecidos, en el verano del año 1864, los baños de Don Francisco Tuero, entusiasta catalán que laboró siempre por el engrandecimiento de aquel lugar. El edificio donde se instalaron estos baños tenía sobre doce varas de frente, por siete de fondo, formándose con pencas de palmas, en la parte que daba al mar, el departamento que propiamente constituía los baños, integrado por diez casetas de madera que tenían de superficie nueve metros cuadrados cada una, las que contaban como único mobiliario con dos taburetes de madera con asiento de cuero, siendo estas casetas, el lugar donde las bañistas cambiaban el traje de calle, por una trusa, sobre la que se ponían una especie de ropón de percal, siempre de color rojo, que les cubría hasta más de media pantorrilla. Cuando por aquellos alrededores habían hombres, las damas entonces se bañaban dentro de unas caseticas formadas con yaguas, que era, como dejamos dicho, lo que propiamente constituía el baño. A pesar de su construcción primitiva y modesta, a estos baños concurría la mejor sociedad habanera de la época.
Después de los baños de Tuero, se construyeron otros nombrados de los Mallorquines, y más tarde, don Emilio Madiedo edificó otros junto a los de Tuero, en dirección al Oeste.
Para dar una idea más clara de los lugares de aquella playa que ocupaban estos baños, diremos que los de Tuero estaban donde existe hoy el Círculo Militar y Naval; los de Madiedo, donde actualmente se levanta el edificio del Casino Español, y la Glorieta que construyera la Empresa de los Ferrocarriles Unidos, donde sólo se celebraban bailes y fiestas, en el mismo lugar donde vemos hoy al Club Náutico.
A la izquierda del muelle del Habana Yacht Club, existía una caseta que pertenecía a Mr. MacGlin, que desempeñaba en aquellos días el cargo de Administrador General de los Ferrocarriles Unidos de la Habana, y donde solo él y la familia, tomaban sus baños en la temporada de verano.
Existían allí también otros baños conocidos por el nombre del Americano, llamados así, porque fueron construidos por un individuo nacido en los Estados Unidos.
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Durante los días 9 y 10 de septiembre del año 1919, la costa norte de Cuba, desde las Bahamas al Golfo de México, entre Key West y la Habana, fue azotada por un intenso huracán que se movió lentamente a unas setenta millas de la costa, dejando sentir sus vientos con bastante fuerza en las provincias de Santa Clara, Matanzas y la Habana, sin causar daños de consideración. Pero el oleaje lanzado sobre el litoral de Cuba, desde Caibarién a la Habana, fue de una violencia sin precedentes. En el litoral de la Habana los daños fueron grandes y algunas vidas se perdieron. En el puerto de Key West y canales y estrechos de la Florida, se perdieron también muchos barcos, entre los cuales hay que citar el transatlántico de bandera española “Valbanera” que a pesar de encontrarse a la vista de La Habana, su capitán se alejó de nuestras costas, creyendo seguramente poderlo capear mejor, pero como el “Valbanera” era un barco viejo, fue juguete del viento que lo arrastró con terrible violencia, perdiéndose en las costas de la Florida, cerca de Half Moon, sin que lograra salvar la vida uno solo de los 573 pasajeros y 203 tripulantes, entre oficiales y marineros que traía a bordo. El barco, tras intensa búsqueda, fue localizado porque uno de los mástiles salía sobre la superficie del agua, encontrándose descansando sobre un banco de arena movediza, pues poco a poco fue hundiéndose hasta desaparecer.
En este barco regresaban a la Habana varias familias residentes aquí, que habían pasado en Europa los meses de verano, figurando entre ellos la señora Francisca Benítez de Pérez, que venía con sus hijos Juan, Carmen y María del Pino a reunirse con su marido que la esperaba en la Habana, motivando su viaje a Cuba la circunstancia de actuar como madrina en el matrimonio de su hermano nuestro querido amigo y compañero José Benítez y Rodríguez, Director de la Estación Radioemisora “La Voz del Aire”, con la señorita Esther Heyman.
Venía con ellos la señora Isabel Perdigón, viuda de Ezequiel Benítez, hermano también de nuestro compañero José Benítez, que perdió la vida junto con su señora madre doña María del Pino Rodríguez de Benítez y una hermana soltera nombrada Carmen, en el naufragio del trasatlántico español “Príncipe de Asturias”, hundido sobre un banco de arena en las costas del Brasil, en su viaje de Canarias a Buenos Aires. Este era el primer viaje que en esa ruta rendía el “Príncipe de Asturias”, barco nuevo, acabado de salir de los astilleros.
La violencia del oleaje, originada por el huracán, causó graves desperfectos en los baños establecidos en la Playa de Marianao, algunos de los cuales, como los del Mallorquín y los del Americano, desaparecieron totalmente, al ser golpeados con gran violencia por un grueso madero que flotaba sobre las embravecidas olas.
También sufrieron serios desperfectos las casas existentes entonces en aquella playa, algunas de cuyas familias fueron salvadas por el heroísmo de un grupo de jóvenes que valientemente y desafiando las iras del mar, las fueron sacando de sus respectivas casas.
Entre esos jóvenes, se encontraban Valentín de Cárdenas, hermano de Patricio, que fue Comandante del disuelto Ejército Nacional y de Eduardo que ejerce actualmente su profesión de médico en el pueblo de Marianao; Cándido Navas, teniente del Ejército Nacional, muerto de un tiro hace algún tiempo; Antonio Mesa y Valdés, abogado, coronel del Ejército Nacional y ex jefe de la Consultoría del mismo; Silvio y Godardo Nuño, hijos del licenciado José Miguel Nuño, notario del Colegio de la Habana y hermano de Adolfo, que era en aquellos días casi un niño; Horacio Fabré, primo de los Nuño y actualmente empleado del Registro de la Propiedad de Marianao, y Leoncio Rodríguez, que presta en la actualidad sus servicios en las oficinas del Ayuntamiento de Marianao.
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Las personas que en aquellos lejanos días residían o eran temporadistas de la Playa de Marianao, según he sido informado, eran las siguientes: Una familia norteamericana de apellido Smith, que ocupaba una casa de mampostería y tejas, conocida por la del americano, casa ésta que fue demolida cuando se hicieron las obras de urbanización de aquella playa.
Junto a esta casa estaba la que ocupaba con su familia el señor Carlos F. Carbonell, socio prominente del H. Y. C., y propietario del yacht “Gipssy”. Le seguía la casa conocida por la de los mallorquines, que eran unos pescadores viejos vecinos de aquel lugar.
Después se encontraba la casa del Alcalde de Barrio Don Vicente Esperón, que tenía dos hijas muy lindas casada una de ellas con Don Ramiro López de Mendoza, quienes fueron padres del doctor Ramiro López de Mendoza y Esperón, Presidente del Ayuntamiento de Marianao en funciones actualmente de Alcalde; Elena, la segunda de las hijas, es actualmente viuda y desempeña una plaza de maestra en una escuela de Marianao, donde reside. Don Ramón, como le decían sus amigos, era un hombre extraordinariamente bueno y servicial, que tenía allí un negocio de venta de pescado.
La mesa de su casa, como él decía y era así realmente, estaba siempre servida para sus amigos. Su viuda reside actualmente en Marianao. Contigua a ésta, existía otra casa que estaba ocupada todos los veranos por el doctor Pablo Mimó, que pasaba allí la temporada en compañía de su mujer e hijos. El procurador don José Ignacio Tarafa, iba también allí de temporada con su mujer doña María Urdanivia y con sus hijos Enrique, hoy colono del central Lugareño, en Camagüey, casado con doña María Leiseca; José Ignacio, médico especialista en huesos, casado con doña Mercy González Fantony y Estela y Pedro, que permanecen solteros y residen en Marianao.