Como el bibliotecario feliz quiere, Adrián Guerra Pensado, que lo conozcan. Este promotor cultural; consejero de adolescentes, padres y abuelos; lector voraz de todo lo que huela a literatura infanto-juvenil; conferencista e investigador, se conforma con que lo identifiquen como un bibliotecario, pero eso sí, uno feliz.
Cuando a alguien le preguntan por su profesión u oficio, generalmente olvida calificar cómo se siente haciendo su trabajo. Sin embargo, Adrián, a sus 70 años, pertenece al grupo de los dichosos que ha estudiado lo que con mucho placer ha ejercido desde 1974.
Si nos hubiera estado tomando el pelo, el primero en mentirse habría sido él mismo. Pero le creímos no solo porque nos miraba a los ojos y se emocionaba cuando conversaba con nosotros, sino porque Anette y yo lo vimos trabajar a gusto durante los 45 minutos que precedieron a esta entrevista.
Con paciencia bizantina y sólidos métodos psicopedagógicos trataba a todos los que llegaron en persona hasta la sala infanto-juvenil de la Biblioteca Rubén Martínez Villena de La Habana Vieja. Incluso, también atendió a quienes lo llamaron por teléfono.
“No te preocupes, Esteban, yo verifico si lo que viste por la televisión es cierto o no. Ahora mismo voy a hacer una búsqueda en internet y apenas encuentre el dato te devuelvo la llamada”.
En menos de tres minutos Adrián estaba nuevamente al habla con Esteban para evacuarle su duda. Ni a los que lo llamaron por teléfono, ni con los que llegaron hasta su mesa de trabajo los cortaba con un “te dejo que estoy apurado y tengo cosas que hacer” o alguna frase parecida.
A 1991 se remonta para argumentar lo de “bibliotecario feliz”. En aquel año le dedicaron un programa de televisión por vez primera. La muchacha le confesó que ella no sabía quién era él y le pidió que le explicara por qué tenía que hacerle una entrevista.
Ella, tan emocionada con las cosas que la gente decía sobre mí en el trabajo y el vecindario, me dijo que le pondría al programa: El bibliotecario feliz. Hasta una profesora en la universidad me decía así. Y no es mentira, yo soy el bibliotecario feliz. Al extremo que un día me di cuenta de que muchos de mis amigos se habían muerto o se habían ido del país; pero mis amigos, los que tocaba todos los días -los fieles, fieles- eran adolescentes.
“Era la persona que más amigos adolescentes tenía. Ya muchos de ellos tienen hijos y me visitan a mi casa. Vienen del extranjero y preguntan por mí y empiezan a decir cosas increíbles.
Apelando a sus dotes histriónicas engola la voz para compartirnos frases que lo enorgullecen: “Nosotros hubiésemos sido delincuentes si no hubiera sido por él”, “era como nuestro padre”.
– “¿Pero ustedes dijeron todo eso preguntando por mí en la biblioteca? ¿Pero ustedes están locos?”. Así -afirma- era cómo los regañaba cariñosamente.
– “No, Adrián, sabes que es verdad. Tú siempre fuiste nuestro padre, no el verdadero, pero eres nuestro padre”, le argumentaban.
– “Y así muchísima gente que me encuentro en montones de lugares, que fueron adolescentes y se consideran mis amigos. Los adolescentes son amigos para toda la vida”, expresa conmovido.
¿A qué se refiere usted con la teoría de la tercera persona?
De niño uno cree que quien tira la pelota más duro es su papá hasta que crece y se da cuenta de que es el pícher de tal equipo. También uno piensa que el que más salta es su papá hasta que crece un poco más y reconoce que hay un cubano que salta un fenómeno, y que además es campeón olímpico.
En la medida que crecemos se va quedando atrás aquella imagen idealizada que nos construimos de nuestro padre. Pero hay una tercera persona que sustituye a ese pícher o saltador. Y si esa tercera persona es un maestro que él o ella admira, ese va a incidir en la formación de su carácter y le va a agregar algo que le faltaba en la relación son su respectivo padre.
Él o ella escogen los matices, la cara de la moneda que le es agradable, en la cual confía y con esa se confiesa. Ellos necesitan a alguien a quien decirles lo que no son capaces de expresar en casa. Aunque aparentemente no son parte de tu vida, sí lo son.
Ellos tienen tanto valor como el que tú tenías a esa edad. Merecen lo que tú merecías a esa edad (…) Y ellos (los niños y adolescentes) necesitan dar afecto, y recibirlo. Que el vínculo no sea porque tú eres mi papá, y te tengo que querer aunque hagas cosas que no me gusten o maltrates a alguien. De ahí la importancia de la tercera persona.
¿Y cuál es su tercera persona? Usted sirve a muchos, ¿quién lo sirve a usted?
Tengo esposa, tengo hijos. Tengo amigos bibliotecarios, tengo amigos que no son bibliotecarios. Yo no sé qué decirte, mi tercera persona podría ser la Vida. La Vida me ha sonreído muchas veces. Aunque, como a todo el mundo, la Vida me ha llevado tenso, siempre he podido recuperarme inmediatamente.
No tengo ninguna herida vieja que no haya sanado. No tengo rencores, no. Sé que lo que tengo que hacer es seguir siendo feliz. Y eso lo que quiere decir es servir a todos. Ayudar a mis hijos, ayudar a todo el que conozco. Me han hecho una pregunta bastante engorrosa.
En un inicio pensamos que nuestro blog podría llamarse Afecto Martí y no Efecto Martí. ¿Con qué nombre se habría quedado usted si le hubiésemos pedido ayuda en aquel momento?
Cuando uno lee a Martí, se hace amigo de Martí y empieza a sentir afecto por sus palabras. Si vienes a ver, recibes de él más afecto que efecto. El efecto hay que esperar a que se reproduzca en uno. El efecto que logran sus palabras en mí es distinto al que provocan en ti. Pero el afecto que expresó Martí por todos, por favor.
Por todo lo que escribió y dijo a través de sus discursos, críticas de arte y poemas lo queremos y amamos. Como fue un ser humano universal todo el mundo puede sentir afecto al leerlo. El efecto que provocó Martí en los españoles no fue el mismo que el generado en los mambises. Ni tampoco el afecto, por supuesto. Pero yo me iría más por el Afecto Martí.
¿Y cree, como Martí, en la utilidad de la virtud?
Por supuesto. Ahorita hablábamos de algunas anécdotas sobre la utilidad de la virtud. Como el niño ese que le dijo al papá: “acuérdate lo que dijo el señor, que anduvieras derechito”. Si tú das emociones, recibirás emociones. Si das emociones positivas, vas a cosechar emociones positivas. Eso es ser feliz.
Uno no debiera olvidar que si algún día uno se siente aplastado, o está muy triste o decepcionado por algo tiene la posibilidad de mirar al cielo y percatarse de que el sol está divino y hay un fresco maravilloso.
Toda la naturaleza ignora tu desgracia. La tuya no vale nada, es algo minúsculo. Todas las personas tenemos alguna creencia en una medida u otra.
Soy de los que creo en el bien.
Me han pasado muchas cosas, y siempre estoy contento y confiado en que me va a pasar algo bueno después de cualquier suceso que me haya parecido inmerecido. Yo no he perdido nunca la fuerza de vivir.
Qué le gustaría que pasara después de que un adolescente o niño visitara esta biblioteca por primera vez?
Que salga satisfecho y que vuelva pronto. Si logro que quienes vengan se sonrían conmigo, entonces quiere decir que van a regresar. La biblioteca es una obra muerta si no hay un bibliotecario. Cuando tú dices que vas a la biblioteca a consultar algo a tu mente llega la imagen de alguien que te atendió bien.
No lo confiesas, pero cuando llegas al lugar estás buscando la cara amiga que te sonrió durante una visita anterior: “Eh, ¿otra vez por aquí?” “¿Cómo puedo ayudarte?” “¿Cómo te fue con aquel trabajo?” Ese es el que a ti te interesa. Si nos auscultamos, lo que buscamos todos cuando vamos a un lugar es la sonrisa, el afecto, la comprensión, una sintonía con alguien que converse contigo.
Aunque nosotros no seamos ni niños ni adolescentes tal vez seamos de los que regresemos a conversar con Adrián. ¿Quién sabe si llevemos a nuestro hijo Samuel para que se enamore aún más de la lectura?
Después de dos horas de conversación nos vamos de la sala infanto-juvenil de la biblioteca Rubén Martínez Villena. A nuestras espaldas permanece el cartel que leíamos al entrar: “¡CUIDADO! Leer se contagia y ganas nuevos amigos”. Ese mensaje acompaña la foto de un niño y un perro, que acostados sobre una alfombra, “matan el aburrimiento” repasando una revista de historietas infantiles.
(Esta entrevista la hicieron Anette Jiménez Marata y Randy Saborit Mora)
Tomado de Efecto Martí