Por: Villiet d’Arignon
En: Voyage du S. a la Havane, la Vera-Cruz et le Mexique (1741)
Es una ciudad muy extensa, de traza regular y de las mejor fortificadas de América. Su perímetro es como el de la Rochela, pero infinitamente más poblado.
Adórnanla muchos edificios públicos, iglesias y conventos; y contiene más esclavos negros que ningún otro pueblo de los dominios españoles. En su puerto, uno de los más vastos y hermosos, sostiene el Rey de España una numerosa maestranza, un arsenal y talleres destinados á construir buques de guerra; y la compañía, á cuyo cargo corre la construcción, constantemente tiene cinco ó seis sobre las gradas. A excepción de algunas, las calles son perfectamente rectas. Las casas de dos ó tres pisos, de mampostería y casi todas con balcones de madera, aparecen techadas de azoteas tan alegres como las de algunos pueblos de la península española.
Defendida por sus fortificaciones y por unos cuatro mil hombres de tropas regulares en brillante estado, la Habana es casi intomable, si se atiende á que lo remoto de su situación geográfica es un obstáculo para que puedan atacarla fuerzas muy considerables. Es el depósito del comercio español con la América central. Su clima es bastante sano, y los habaneros son francos y joviales. Las mujeres, por lo general hermosas, gozan allí de más libertad que en las demás colonias españolas.
Abunda en frailes y eclesiásticos, que no viven con la regularidad más propia de su estado, y son en extremo caras las necesidades de la vida, merced á los monopolios que ejerce en el mercado una compañía que compra los barriles de harina á cinco ó seis pesos para venderlos á treinta y cinco y treinta y seis.
Aunque constantemente se sostengan en el puerto buques armados para la persecución del contrabando, no consiguen evitarlo, ni dejan muchas veces de tomar parte en las introducciones los mismos comandantes de los guarda-costas. Así es que todo abunda en esa plaza; que las gentes de caudal disfrutan de todos los gustos y comodidades de la vida, y que sus habitantes visten con más limpieza y elegancia que en cualquiera otra ciudad.
Toda la población gasta para su consumo agua de aljibe, muy preferible á la de una sola fuente pública que hay en medio de la plaza mayor, reservada para abrevadero de mulas y caballos. Circulan por toda ella gran número de calesas, que la mayor parte se alquilan lo mismo que en los pueblos europeos.
Cuando el autor estuvo en la Habana, el gobernador D. Juan Güemes Horcasitas acababa de ser promovido al alto puesto de virrey de Méjico.
Puede decirse que lo compró; permitiéndole la inmensa fortuna que había acopiado en su gobierno aspirar á más altas funciones. Era de alta estatura y bello aspecto, aunque ya anciano, y de imaginación fecunda en discurrir arbitrios y exacciones. De tal modo le precedió esta fama en aquel país, que sus habitantes le aplicaron desde luego el poco lisonjero dicho de: “no es conde ni marqués, Juan es”.