El Louvre y teatros de La Habana según Samuel Hazard

Por: Samuel Hazard
En: Cuba a pluma y lápiz

En el café de El Louvre pueden tomarse helados y granizados tan buenos como en los Estados Unidos; además, es el mejor lugar de la Habana para observar la alta vida social durante la noche.

Después de la retreta, o de la ópera, los cafés se llenan de personas ansiosas de tomar un refresco o de comer algo.

Sala de espectáculos del Teatro de Tacón. Dibujo de Samuel Hazard

Las damas, acompañadas de caballeros, acuden a dichos lugares sin la más ligera vacilación; pero cuando les falta dicha compañía, permanecen sentadas en sus volantas a la puerta y allí les sirven los refrescos que piden y hablan con sus amigos. Los mantecados son más franceses que americanos; pero los helados son cosa soberbia, estando sazonados muchos de ellos con las deliciosas frutas del país; los de zapote, guanábana o guayaba, son algo completamente nuevo para el extranjero.

Cuando viene a la Habana una compañía de ópera, dan generalmente cuatro representaciones a la semana; y como las mejores acuden en invierno, hay la seguridad de oír buena música durante la temporada. En las noches de los domingos, el teatro se ve completamente lleno. Hay también excelentes representaciones dramáticas por compañías del país o españolas.

Para entrar en el teatro, los caballeros compran simplemente una boleta de entrada, y si desean sentarse tienen que adquirir una boleta de luneta, estando las lunetas situadas en la parte del teatro frecuentada casi exclusivamente por el elemento masculino, en traje de etiqueta.

Si se desea economizar, se puede pedir un asiento de tertulia, que corresponde a nuestro segundo piso, y que es casi cómodo, respetable y mucho más barato. Los asientos llamados butacas son sillas de brazos. La parte del teatro en que están situadas éstas está dividida en dos porciones, una reservada a las señoras solas y otra a los caballeros solos o acompañados de señoras.

Los palcos constituyen la parte más elegante del teatro, y los hay de primer, segundo y tercer pisos, todos buenos, aunque se da preferencia a los del primero o segundo. Estos palcos no tienen asientos fijos, sino simplemente cuatro o seis sillas, y todos están abiertos, separándolos de los pasillos una mampara movible y una puerta, y al frente tienen una ligera y graciosa balaustrada coronada de una baranda cubierta de terciopelo.

En las noches en que el teatro está lleno, ofrecen un realmente hermoso espectáculo las damas elegantemente vestidas, en grande toilette, sentadas en los palcos de los diferentes pisos, no impidiendo las luces que brillan al frente apreciar la elegancia de los soberbios atavíos, lo que junto con los claros y vivos colores de que está pintada la sala, dan una grandiosa apariencia al espectáculo, constituyendo los trajes negros de los caballeros que ocupan las lunetas, como un obscuro fondo que da más realce al cuadro.

Suponiendo ahora que estamos en una noche de luna, dirijámonos a dar un paseo a la vecina Cortina de Valdés, que a esta hora encontramos desierta, y contemplemos la bahía a la luz de la luna, a la vez que aspiramos la brisa nocturna que nos viene del viejo océano. ¿Hay nada más bello que esto? Mirad el quieto mar que tenemos delante, liso como un espejo, en esta noche tranquila; y los gigantescos muros del Morro y de la Cabaña, con sus gradaciones de luz y sombra. Y contemplad, a distancia, sobre las aguas de la bahía, el resplandor de la plateada luna, como si jugara con las leves ondas. Feliz el hombre que, al lado de una querida compañera, contempla la belleza de esta escena.

Diversión favorita para nosotros, después de la retreta, era ir, en compañía de un grupo de damas y caballeros, a dar en bote un paseo de una hora por la bahía. Es encantador en noche de luna, pero es mejor una noche nublada, obscura, para ver él peculiar efecto fosforescente de los remos al moverse dentro del agua, a la vez que la estela que deja el bote semeja un chispeante fuego.

Y bien, abandonemos esta tranquila escena, y llamando la primer volanta que pasa dirijámonos a “El Louvre“. Es el mayor y mejor café de la Habana, y puede decirse que es “el club”, pues en él veis a todo el mundo (sin su mujer). Ocupa un amplio y bello salón, al lado opuesto del Teatro de Tacón, en la esquina de la calle San Rafael, y es un lugar muy fresco y agradable, donde podéis tomar vuestros refrescos o fumar un tabaco en compañía de un amigo.

El Teatro de Tacón es grande y bien construido, capaz de contener unas tres mil personas, siendo considerado, hasta hace pocos años, el mayor y más bello del mundo, con excepción del Gran Teatro de Milán. Está dotado de portales en el frente, a los que se permite entrar los carruajes en tiempo de lluvia; igualmente tiene un grande y espacioso salón, con departamentos para tomar refrescos a ambos lados, y dentro el cual está la entrada principal, queda acceso a la sala de espectáculos.

El interior del teatro es espacioso y de hermoso efecto, teniendo cinco pisos y un amplio escenario, a la derecha del cual, mirando desde la sala, está el palco del capitán general, decorado con el escudo oficial y que ocupa generalmente en las noches de ópera.

Asiste a todas las funciones un representante oficial del gobierno, cuya misión consiste en ver que el espectáculo se presente propiamente. Si aparece o sucede algo que se estime un engaño para el público, el empresario o artistas en falta son arrestados y obligados a cumplir debidamente, bajo pena de una fuerte multa.

Los cubanos, al igual que todos los nativos de países cálidos, son muy amantes de la música y tienen superior buen gusto y un oído excelente. Consecuentemente, no toleran defectos en los cantantes, mostrando su disgusto con el ruido de los pies, que mueven a un vivo compás. Sólo demuestran su aprobación aplaudiendo con las manos.

Durante los entreactos acostumbran los caballeros visitar a las señoras, quienes usualmente permanecen en los palcos para recibir a sus amigos, saliendo raramente a los pasillos. Los caballeros, por el contrario, llenan el pasillo principal, hablando, fumando cigarrillos o los tabacos llamados entre ópera.

 Algunas novedades chocarán al extranjero, aun en la ópera, particularmente la de los pequeños pajes negros, brillantemente vestidos, muchos de ellos de ojos vivos y natural despierto, que permanecen de pie en la parte exterior de los palcos que ocupan sus señoras, listos a obedecer cualquier mandato o ejecutar cualquier comisión que se les encomiende, tales como llevar mensajes de un palco a otro, o deslizar una tarjeta o nota en las manos de algún caballero.

El gobierno se toma particular interés en que todo esté en orden y propiamente, para asegurar lo cual hay estacionada una fuerza de la guardia civil. En el exterior también se encarga a los militares el impedir que los carruajes pasen por las calles adyacentes al teatro en noches de función, pues estando todas las ventanas y puertas abiertas, el ruido impediría oír a los espectadores. Estos guardias, de marcial aspecto, son montados gens d’armes, en soberbios caballos tordos, uniformados con blancas chaquetas, altas botas, blancos tirantes y negro sombrero. Sentados, inmóviles, sobre las sillas, resultan verdaderos modelos de chasseurs á cheval.

 El Parque de Isabel, que últimamente ha sido mejorado, es un lugar encantador por las noches, cuando uno no tiene nada que hacer. En gran medida disputa a la Plaza de Armas su gloria, desde que las bandas tocan igualmente en él cada noche, de ocho a nueve.

¡Ah, esta vida fácil y sin objeto de los cubanos!

¿Cambiará algún día por la transmisión de energía, de actividad, de agitación de un pueblo de otra tierra? Quizás les sucedería lo que al autor, que la influencia de los trópicos cambiaría, con el tiempo, la naturaleza de los recién venidos, acabando por adaptarse a los métodos fáciles y corteses del cubano, cuya vida se reduce, aparentemente, a gozar del presente, de la manera más placentera.

¡Ay, de mí!

Guardia civil montado. Dibujo de Samuel Hazard

Pero he aquí que hemos llegado al Paseo, y de nuevo pasamos frente la Fuente de la India, más bella a la luz de la luna que a la del sol. Mientras nos dirigimos Paseo Abajo, detengámonos frente a Tacón y observad la quieta belleza de la escena; en primer plano, el Parque de Isabel, con sus canteros de aterciopelado césped, rodeados sus bordes de una diminuta cerca de alambre; a la izquierda, las bellas fachadas de los blancos edificios, a los que la luz de la luna presta un tinte pálido; la larga perspectiva de las columnas de los portales, con las sombreadas avenidas de árboles, que de trecho en trecho clarea la luz argentada; en tanto que, a distancia, se divisa el mar calmoso, cuyo suave batir sobre las rocas de La Punta, percibimos muy débilmente. Parece como si nos halláramos en un país encantado o que estuviéramos soñando en él. Por lo tanto, amigos, buenas noches.

 

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