Por: Samuel Hazard
En: Cuba a pluma y lápiz
Me refiero a los vendedores de billetes de lotería, de los que hay de todas clases y especies, de ambos sexos y de varias edades, que se encuentran por doquier: en los cafés, a la puerta de las iglesias, en los hoteles y en todo lugar de esparcimiento. De hecho, no dais un paso sin encontrar alguna de esa gente.
Puede afirmarse que la lotería es la maldición de los cubanos. Todos ellos, desde el de la clase más alta a la más baja, desde el niño que está en condiciones de andar (pues en este caso compran los billetes para él) hasta el anciano achacoso, hombre o mujer; el pobre, ignorante y sucio negro, y el blanco más atildado y elegante; la humilde lavandera y la indolente, rica y bella señora; todos, todos están igualmente interesados en jugar a la lotería, de acuerdo con sus medios y al tenor del dinero que creen necesitar para dejar de trabajar, cometer alguna extravagancia o vivir en perenne fausto.
No cabe duda que esta general inclinación al juego tiene mucho que ver con la indiferencia e indolencia del pueblo hacia los altos propósitos de la vida. Los pocos pesos que las clases media y pobre salvan de la diaria subsistencia, todos se emplean en la lotería, en vez de ahorrarlos para futuras necesidades o para emplearlos en el aumento de las industrias. En este sentido, toda la comunidad está desmoralizada, y aun los extranjeros se sienten sugestionados al oír que fulano o mengano se sacaron un premio, o que tal casa comercial logró reponerse al obtener un premio de cincuenta o cien mil pesos.
Aquí tenemos a Ramón, quizás más conocido que el capitán general, extraño y curioso enano, de una altura no mucho mayor de tres pies, bastante ancho de hombros y una cabeza notablemente grande, natural de Puerto Rico, según él mismo me informó, de cuarenta y cinco años de edad.
Su cabeza es ya demasiado voluminosa para su cuerpo y se ve obligado a sostenerla llevando un bastón sobre su hombro, de la manera que veis en el grabado. El bastón le da una bélica apariencia y le sirve para soportar el cráneo, ya que no el cerebro. Tomado en conjunto, es casi un sujeto, aparte de ser una ilustración viviente del vendedor de billetes.
Pero no sólo personas como Ramón se dedican a este negocio. En adición a las mujeres suplicantes o los hombres gritones, os encontráis con el vendedor elegantemente vestido y de corteses maneras .que os suplica le compréis el billete que os ofrece, asegurándoos que es precisamente el número que obtendrá el premio mayor. Si le pedís un número cualquiera, se pone los lentes y empieza a mirar los billetes que lleva, hasta que repentinamente se acuerda que precisamente acaba de “venderlo“, y calurosamente os dice que no puede complaceros y se despide para ir en busca de un mejor comprador.
Imaginaos uno de estos ruidosos individuos, ambulando por las calles, gritando en altos tonos, de fuerte entonación nasal, estas palabras en la sonora y bella lengua de Castilla:
—¡Lotería, lotería! ¡Un buen número, el veinticinco mil novecientos cincuenta y uno!
La Lotería es una institución oficial, y produce al tesoro tanto como cualquier otro ramo rentístico, ya que ingresa en él la cuarta parte de su producto. La Hacienda emite anualmente unos quinientos mil billetes, a diez y siete pesos cada uno, en diez y nueve series, cada serie de veintisiete mil billetes. En cada sorteo, unos veinte al año, las tres cuartas partes del capital se distribuye entre los jugadores en las siguientes proporciones:
Un billete de ……………………………………………………..$100.000
ídem ………………………………………………………….…..$ 50.000
ídem ………………………………………………………….…..$ 30.000
ídem ………………………………………………………….…..$ 15.000
ídem ………………………………………………………….…. $ 10.000
Seis billetes de $2.000 ……………………………………………$ 12.000
Diez billetes de $1.000 …..………………………………………$ 10.000
Sesenta y dos billetes de $500 ……………………………………$ 31.000
Ciento cincuenta y tres billetes $400 …………………………….$ 57.200
En el sorteo, que es público, se ponen veintisiete mil bolas, numeradas del uno al veintisiete mil, en un globo, y en otro, doscientas veintisiete bolas que representan los premios. Un niño va sacando las bolas del primer globo y otro las del segundo, diciendo los números en alta voz. Una vez sacadas las doscientas veintisiete bolas de los premios, termina la lotería.
Además de dichos premios, se consideran agraciados con seiscientos pesos los billetes que tienen el número anterior y posterior del premio mayor de cien mil pesos, y con cuatro cientos pesos cada uno de los diez y seis billetes anteriores y posteriores a los premiados con cincuenta, treinta, quince y diez mil pesos.
Para que todo el mundo pueda jugar a la lotería, se ha subdividido cada billete en diez y seis partes, que se expenden a peso, y de ser premiado el billete, se paga proporcionalmente a cada fracción. Los vendedores de billetes han de tener un permiso especial y se les obliga a llevar en lugar bien visible una divisa de latón.
Antes de entrar en el hotel, otra cosa de Cuba llama nuestra atención: es el panadero, quien nos suple del principal alimento, por cierto muy excelente. Puedo asegurar que durante todo el tiempo que estuve en Cuba, fuera en la ciudad o en el campo, jamás comí un pedazo de pan malo.
El pan aquí no se hace en hogazas, como en nuestro país, sino en panecillos ligeros y bien cocidos.
El individuo que acompaña al panadero es el mozo, que se encarga de la distribución. A veces el mozo va solo, llevando su carga de panes, no como entre nosotros en una carretilla de mano, sino sobre su aparentemente insensible cráneo, mientras que de sus brazos penden saquitos hechos de hojas de palma, llenos de panecillos, que va distribuyendo en las casas.