Por: Conde San Juan de Jaruco
En: Diario de la Marina (22 junio 1947)
La religión católica ha contribuido notablemente a la civilización de Cuba, pues no podemos olvidar que a ella debemos las fundaciones de los primeros colegios, hospitales, asilos, cementerios y la Real y Pontificia Universidad de La Habana, creada esta última por los religiosos de la orden de Predicadores de Santo Domingo, en unión de la Compañía de Jesús y a semejanza de las primeras universidades del mundo.
También debemos de tener presente, que mientras otras naciones mantenían la ignorancia en sus colonias, España por el contrario establecía toda clase de centros culturales en las suyas, por eso vemos que cuando a fines del siglo XVIII, varios destacados cubanos, miembros de la primera nobleza del país, se dirigieron al ilustre capitán general don Luis de las Casas y Aragorri, solicitando la instalación en La Habana de la Real Sociedad Patriótica, encontraron en el culto y caballeroso gobernador la más cordial acogida, fundándose poco después esta Institución que ha sido la que más ha contribuido en Cuba al fomento de la instrucción pública, de la prensa periódica y de las vías de comunicación, y que más ha promovido los adelantos de la agricultura, del comercio, de la industria popular y de todas las demás ideas progresistas en el país. Esta bien intencionada política española, observada en todas sus colonias de América, fue la que dio lugar a que más tarde surgieran grandes figuras republicanas en ellas, que consiguieron su independencia, fundándose nuevos Estados, que son en la actualidad un orgullo, incluso para la misma nación creadora.
La Compañía de Jesús ha sido una de las órdenes religiosas que más han contribuido a la instrucción y a la educación en Cuba, enseñando a sus discípulos no sólo los diversos conocimientos culturales, sino también los grandes principios morales, que son la base de nuestra civilización; debiendo tener presente que es muy peligroso instruir, cuando no se encuentran bien arraigados estos principios.
Los jesuitas Pedro Martínez, Juan Rogel y Francisco Villarreal, fueron los primeros miembros de esta Compañía que llegaron a Cuba por el mes de agosto de 1566, en una embarcación belga que había salido dos meses antes del puerto de Sanlúcar de Barrameda y los cuales traían la comisión de Felipe II de pasar a San Agustín de la Florida para evangelizar a los indios floridanos.
Los tres referidos sacerdotes, para cumplir su comisión, en compañía de otros hombres embarcaron en el puerto de La Habana en dirección de la Florida, regresando a esta villa tres meses después sin el superior Pedro Martínez, que extraviado en un pequeño bote cerca de las costas de la Florida, donde hacía exploraciones para efectuar el desembarco con toda su gente, pereció durante un temporal a manos de los indios Tacatucuranos.
A raíz de estos acontecimientos fue conquistada la Florida, por don Pedro Menéndez de Avilés, general de la Real Armada de las Indias, gobernador de la Isla de Cuba, el cual por orden de Felipe II destruyó las colonias protestantes francesas y a su jefe Ribaud con más de seiscientos calvinistas que se habían establecido en esa provincia española bajo la protección del almirante Coligni. El general Menéndez de Avilés dispuso colocar en el pecho de los vencidos un cartel que decía así: “Muertos, no por franceses, sino por herejes“.
Una vez en La Habana los supervivientes Padre Juan Rogel y el Hermano Villarreal, comenzó el primero a predicar algunos días y otros sin interrupción los dedicaba al confesionario y el Hermano Villarreal explicaba al pueblo habanero la doctrina cristiana. Después de algunos días invertidos en este trabajo, y haciendo uso el Padre Rogel de sus facultades extraordinarias como misionero, publicó un jubileo “que ocasionó una gran conmoción en toda la villa de San Cristóbal de La Habana“. Poco después y en compañía del gobernador Menéndez de Avilés, partieron nuevamente para la Florida el padre Rogel y el Hermano Villareal, para cumplir su comisión y en la cual había sucumbido su superior el Padre Martínez terminando de esta manera la primera estancia de los Jesuitas en Cuba.
En el segundo tercio del siglo XVII comienza la segunda época de la historia de la Compañía de Jesús en La Habana, durante cuyo período gestionaron la fundación de su Colegio en esta ciudad, y también ayudaron a los Dominicos en el establecimiento de la Real y Pontificia Universidad de La Habana, a semejanza de la que ya existía en la isla de Santo Domingo.
El 17 de marzo de 1687 llegó a La Habana para tomar posesión de la mitra de Cuba el ilustrísimo don Diego Evelino de Compostela, el cual solicitó del Muy Reverendo Padre General el establecimiento del Colegio de los Jesuitas en esta ciudad, siendo rechazada su petición por carecer de rentas suficientes para su sostenimiento. No obstante esta negativa, el piadoso y constructivo obispo Compostela, compró por su cuenta en diez mil pesos a la orilla del mar, en lo que se llamó la Ciénaga (lugar donde hoy se encuentra la Catedral), porque en tal lo convertían las aguas al invadirlo, un terreno donde sólo se levantaban algunas chozas de pescadores y allí fabricó a San Ignacio de Loyola una humilde ermita de horcones y techo de guano, suplicando al Muy Reverendo le enviase varios Jesuitas para atender la ermita y misionar por toda la Isla, a lo cual accedió el general de la Compañía, mandando de México a fines de 1704, a los Padres Andrés Recino, hermano del obispo de la Florida y la Francisco Díaz Pimienta y Santander, natural de La Habana que antes de ordenarse había servido en las Galeras y la Armada Real del Mar Océano a las órdenes de su deudo y padrino el general habanero don Francisco Díaz Pimienta y Pérez de Mendizábal, almirante de las Flotas y Armada Real de la Guarda de las Indias.
Pocos años después, gracias a la donación que hizo a la Compañía de Jesús el caritativo sacerdote cubano don Gregorio Díaz Ángel, pudo fundarse en La Habana el primer colegio de Jesuitas. La donación consistió en una hacienda con dos corrales anejos, valuado todo en cuarenta mil pesos y que producían de cuatro a cinco mil pesos anuales. La escritura de cesión se otorgó el 4 de octubre de 1716 ante el escribano Gaspar Fuertes. Para la obra y plantamiento del Colegio fueron nombrados los Padres José de Castro Cid y Jerónimo Varaona.
El referido sacerdote don Gregorio Díaz Ángel, compareció el 15 de octubre de 1720 y declaró ante el brigadier don Gregorio Guazo Calderón, capitán general y gobernador de la isla de Cuba “que por la gloria de Dios y utilidad que resultaría al bien público de la ciudad, había deseado siempre con vivas ansias la fundación de un colegio de la Compañía de Jesús, por lo que había hecho donación a sus religiosos”. En vista de esta declaración, el capitán general Guazo Calderón acudió a Madrid en demanda de la Real aprobación, la cual se obtuvo por una real cédula expedida en Lerma el 19 de diciembre de 1721, tomándose razón en el cabildo del ayuntamiento de la Habana el 3 de noviembre de 1725.
Entonces se acordó la plantificación del Colegio de Jesuitas en el citado paraje y ermita de San Ignacio de Loyola (adquirida y construida por el obispo Compostela), que estaba al sur de la plaza de la Ciénaga y de la actual Catedral. Los principales donantes fueron el presbítero Jacinto Pedroso y González Carvajal, don Diego de Peñalver Angulo y Calvo de la Puerta, tesorero oficial de las Reales Cajas de La Habana y su mujer doña María Luisa de Cárdenas y Sotolongo (padres del obispo Peñalver, del marqués de Arcos y del conde de Santa María de Loreto); don Matías Fernández Poveda y Bravo, comandante de milicias de los Batallones de esta plaza y don Ignacio Francisco Barrutia, coronel de los Reales Ejércitos y caballero de la orden de Santiago, que donó un ingenio de azúcar valuado en más de ochenta mil pesos.
El 30 de junio de 1741, voló el navío “Invencible”, incendiado por un rayo, estando atracado al muelle de la Machina, ocasionando el sacudimiento grandes desperfectos a la iglesia mayor parroquial de La Habana, por lo que fue clausurada ésta, siendo sus vasos sagrados trasladados al oratorio de San Ignacio de Loyola, que hacía pocos años habian terminado los Jesuitas, junto a su convento y sobre los mismos solares en que hoy se encuentra construida la catedral.
En el año 1767, durante el reinado de don Carlos III, fueron expulsados los Jesuitas y ocupadas sus temporalidades, el Gobierno accedió a que el obispo cubano don Santiago de Hechaverría Elguesua y Nieto de Villalobos, trasladase el antiguo seminario de San Ambrosio para el edificio que habían construido los Jesuitas para su colegio al fondo de la actual catedral.
Así terminó la segunda estancia de los Jesuitas en La Habana dejando para el próximo artículo su regreso a Cuba y su instalación en el Colegio de Belén.