El Arsenal de La Habana por el Conde San Juan de Jaruco

Por: Conde San Juan de Jaruco
En: Diario de la Marina (3 noviembre 1946)

Desde mediados del siglo XVI, todos los buques que navegaban entre España y la América Central, tenían que hacer escala forzosa en el puerto de La Habana, lo que dio ocasión para que se desarrollara notablemente en nuestro país, la industria de construcción de barcos, adquiriendo los armadores de La Habana fama mundial, tanto por el perfeccionamiento de los buques que salían de sus astilleros, como por las excelentes maderas del país que empleaban en su construcción.

Por el año 1713, pasó a la Corte don Agustín de Arriola, para gestionar que acometieran con mayor auge en La Habana las construcciones navales para la Real Armada consiguiendo que don Bernardo Tinajero, secretario del Consejo de Indias, tratase del asunto con Felipe V, el cual ordenó poco después que se instalara en la ribera de nuestro puerto, en el espacio comprendido entre el Castillo de la Fuerza y la actual Aduana, un arsenal provisional, el cual fue dirigido durante muchos años por el célebre funcionario de Marina, Don José Campillos y Ocio. Las reglas y demás disposiciones por las que debía regirse el arsenal, fueron reconocidas y aprobadas por don Antonio de Castañeda, sujetos de grandes conocimientos sobre esta materia, famoso en toda Europa.

El ministro Patiño fue el primero que ordenó construir en el arsenal de La Habana, buques de importancia para la Armada, procediendo de dicho astillero, en 1724, el navío “San Juan”, de cincuenta cañones, y poco después, el conocido armador habanero don Juan de Acosta, capitán de maestranza, construyó en el mismo artillero, veintiocho buques de guerra, los cuales fueron lanzados al mar a impulsos de fueranimal, pues nuestra fábrica carecía de dique.

Los numerosos astilleros que se encontraban establecidos en la ribera de la bahía de La Habana a mediados del siglo XVIII, llegaron a embarazar notablemente el movimiento comercial de nuestro puerto (que ya había adquirido un gran incremento), por lo que se ordenó el traslado del primitivo arsenal, para el espacio cerrado de quinientas varas de fondo por cuatrocientas de ancho, que existía sobre la ribera de la bahía al sur de la ciudad, entre el baluarte de San Isidro y toda la mitad meridional de la calle de Factoría.

El traslado del arsenal y las obras que fueron necesario realizarse, las ejecutó con gran actividad e inteligencia el comisario ordenador de Marina, don Lorenzo Montalvo Ruiz de Alarcón, natural de Valladolid, más tarde conde Macuriges, intendente general de Marina, ministro de la Fábrica de Bajeles, de la Real Hacienda y Cajas de La Habana, y tronco inicial de esta ilustre familia en Cuba.

La nobilísima familia de Montalvo radicaba en el siglo XV en Palencia, empadronados como hijos-dalgo de Casa y Solar conocido, habiendo ganado ejecutoria de nobleza en la cancillería de Valladolid el 27 de agosto de 1527. Por los innumerables servicios prestados por esta familia en Cuba, se le concedieron los títulos de conde de Macuriges, y de Casa Montalvo, y de marqués de Casa Montalvo.

Don Lorenzo Montalvo pasó a Cuba muy recomendado por sus grandes dotes de mando, debiéndose a él la gran importancia que más tarde adquirió el nuevo arsenal de La Habana, donde se construyeron numerosos buques de guerra, cuyos nombres publicó en 1813, el historiador don José Antonio Valdés, en una interminable relación que aparece en su obra titulada “Historia de la Isla de Cuba”.

Las embarcaciones construidas en el arsenal de La Habana, adquirieron fama mundial, a tal extremo, que el rey Carlos III eligió para el transporte de su real Persona y de su augustísima esposa, un navío construido en el astillero de La Habana, por cuyo honor se le confirió al arsenal habanero, el nombre de “El Fénix De la Real Armada”.

La inauguración del nuevo arsenal de La Habana, coincidió con la orden por la cual se dispuso que se trasladara a su puerto el apostadero marítimo de las fuerzas navales empleadas en la América Central, situado hasta entonces en la incómoda y poco segura bahía de los “Sacrificios”, cerca de Veracruz.

Durante el asedio y toma de la plaza de La Habana por los ingleses, don Lorenzo Montalvo dió en muchas ocasiones pruebas de un gran patriotismo, iniciando espontáneamente actos de generosos desprendimientos de dinero en obsequio de la atribulada población. Trajo de su ingenio “Ojo de Agua”, esclavos, bueyes, herramientas y todo cuanto era necesario para la guerra, sin esquivar por su parte ningún género de auxilio personal. En la defensa del Morro, el inmortal Velasco, lo llamaba “su consuelo”, pues Montalvo ideaba rápidamente los medios de reponer los descalabros que hacía la artillería enemiga, con la construcción de aplanados, fortificación de la Loma de Soto ( altura donde después se construyó el castillo de Atarés) y en otras numerosas funciones de guerra que realizó con gran peligro de su persona, todo lo cual lo hizo constar el gobernador español don Juan de Prado y Malleza, antes de embarcar para la Metrópoli. Durante la capitulación, moderó la influencia de la severidad inglesa, como dijo después el historiador Guiteras: “al influjo de Montalvo se debió durante la dominación inglesa el arreglo de muchas cuestiones con hacendados, debiéndosele también la salvación de muchos procesados en La Habana, por sus tropelías contra los dominadores”. Por las cartas que más tarde se ocuparon de las autoridades británicas, se sabe que don Lorenzo fue amenazado en distintas ocasiones por los ingleses, anunciándole un rápido extrañamiento y una confiscación de sus bienes.

Montalvo desaprobó sin éxito la ineficaz medida ordenada por el gobernador español del abandono de la Cabaña, y de echar a pique los navíos “Neptuno”, “Asia” y “Europa”, para impedir la entrada en el puerto de La Habana, de la escuadra inglesa dirigida por el almirante George Pockock, oponiéndose también a otra serie de desaciertos cometidos por el jefe español, que dieron lugar más tarde a que se les formularon cargos a los defensores de La Habana.

Cuando el Conde Ricla llegó a La Habana en la escuadra mandada por él capitán de navío José Sa…… para recibir esta Plaza de manos del gobernador inglés conde de Albemarle, se encontró que el arsenal de esta ciudad había sido destrozado durante el asedio británico, que había creado, y cuyas obras fueron continuadas por don Juan Antonio de la Colina, comandante general de este Apostadero en 1767, y las cuales fueron terminadas por su sucesor el teniente general Juan Bonet.

Bonet fue sustituido en el apostadero de La Habana, por el teniente general José Solano, y éste lo fue por el teniente general Juan de Araoz, que fundó su hospital militar y reparó convenientemente los muelles de esta ciudad, donde instaló, cerca de la desembocadura de la calle de Luz, una potente máquina a la cual llaman vulgarmente “La Machina”, y que sirve para arbolar embarcaciones de todo porte.

Veamos a continuación a otros jefes de alta significación del apostadero de La Habana, príncipes de la Milicia, que son ascendientes de varias familias de antiguo arraigo y esclarecido linaje en Cuba:
Don Pedro Claudio Du’Quesne y Correur de Sercourt, marqués Du’Quesne, capitán de navío de la Real Armada española (que había renunciado a seguir sirviendo en la marina francesa, al enterarse de la ejecución de Luis XVI, y que con anterioridad había acompañado al general Lafayette, a hacer la guerra de independencia de los Estados Unidos), fue director del apostadero de La Habana.

Don Miguel Gastón y Navarrete, teniente general de la Real Armada, fue jefe del apostadero en 1822; don Angel Laborde y Navarro, jefe de Escuadra, lo fue también del apostadero en 1825; don Juan Bautista Topete y Viaña, jefe de Escuadra, lo fue también del apostadero en 1834, y don Cristóbal Mallen y Castro, jefe de Escuadra, lo fue también del apostadero de La Habana en 1854.

Los numerosos descendientes de don Lorenzo Montalvo Ruiz de Alarcón, primer conde de Macuriges, tienen también una gran importancia para la Historia de nuestro país, pues se distinguieron notablemente en la marina, en el ejército y en el desarrollo y fomento de la Isla de Cuba. Veamos a continuación a los que más se destacaron:

Don José Rafael Montalvo y Bruñon de Vertiz, segundo conde de Macuriges, fue teniente de navío de la Real Armada, y sus hijos, José María y Casimiro, alcanzaron igual grado en la Armada. Don Antonio, hermano también de los últimos, obtuvo el grado de brigadier de Marina.

Don Tomás Montalvo y Sotolongo, siendo ayudante mayor de la Corona, pereció a manos de los indios en un naufragio, estando en servicio activo, y su hermano Diego, fue coronel del Ejército y comandante del castillo de Atarés.

Don Francisco Montalvo y Ambulodi, fue teniente general de los Reales Ejércitos, teniente gobernador de la Isla de Cuba, capitán general y virrey de Nueva Granada (Colombia), y consejero de Estado. Restrepo, el historiador de la revolución colombiana, dice que, “durante el gobierno de Montalvo comenzaron las leyes a recuperar su imperio y aliviarse la suerte de los granadinos, que mientras duró el feroz imperio de Morillo, estuvieron sumidos en la opresión”. Sus hermanos, Rafael y Pedro Montalvo, alcanzaron el grado de teniente coronel de Ejército.

Don Ignacio Montalvo y Ambulodi, primer conde de Casa Montalvo, fue brigadier de los Reales Ejércitos, coronel del regimiento de Dragones de Matanzas, alcalde ordinario, primer prior del Real Consulado y miembro prominente de la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana, de cuya benemérita corporación fue uno de sus principales fundadores.

Don Juan Montalvo y O’Farrill, fue mariscal de campo de los Reales Ejércitos, consejero de Estado, prior del Real Consulado y director de la Real Sociedad Patriótica de La Habana. Introdujo en Cuba el primer buque de vapor nombrado “Neptuno“, que surcó nuestras aguas, haciendo el servicio entre La Habana y Matanzas. Su sobrina, la condesa de Merlín dice: “séame lícito citar en primer rango a mi tío Juan Montalvo, que no cesa de poner al servicio de sus conciudadanos todas las mejoras materiales e intelectuales, y todos los recursos de su talento y de su fortuna“. Sus hermanos Pedro, Rafael, Francisco y José Lorenzo, alcanzaron el grado de teniente coronel de Ejército, y el último, fue segundo conde de Casa Montalvo y diputado a Cortes por La Habana, para la legislatura de 1814.

Don Juan Montalvo y Núñez del Castillo, IV conde de Casa Montalvo, fue coronel del regimiento de caballería de Matanzas y procurador a Cortes en 1834. Refiriéndose Saco a este ilustre cubano dice: “tomó un día la palabra en el estamento de procuradores para denunciar las violencias del capitán general Tacón, quien considerándose gravemente ofendido, juró desde entonces a Montalvo la más escarnecida enemistad“. A pesar de los impuros manejos de Tacón, volvió a ser electo Montalvo para las nuevas Cortes de 1837, en unión de Saco, Armas y Escobedo. En la obra titulada “Fisonomía natural y política de los procuradores a Cortes“, encontramos lo siguiente: “Montalvo, rico y excelentísimo cubano, enemigo de las facultades omnímodas de aquellas autoridades, levantó la voz a riesgo de ser perseguido y proscripto cual otro Coriolano“. Montalvo fue autor de la novela “Un amor y una expiación“.

Don José de Jesús Montalvo y de la Cantera, natural de La Habana, conde de Casa Montalvo, y su hijo José María, conde de Macuriges, murieron en Madrid, durante la última revolución civil.
Durante la era republicana también se han distinguido notablemente los Montalvo, encontrando entre sus miembros más destacados a don Rafael Montalvo y Morales, general de la guerra de Independencia de Cuba.

 

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