Por: Conde San Juan de Jaruco
En: Diario de la Marina (7 julio 1946)
Escribo no para suscitar soberbias ni pueriles vanidades, impropias de una persona bien, sino para dar a conocer la verdad histórica sobre una materia casi desconocida en la actualidad en nuestro país, como es el origen de la nobleza cubana, erróneamente juzgado por escritores sin escrúpulos que falsean sin conciencia la historia, algunas veces por ignorancia y otras por halagar a las mayorías, sin necesidad, pues en la vida existen otros valores, que no son precisamente la cuna, como son el talento y el dinero; pudiendo también observarse que con más frecuencia practican la democracia los miembros de la nobleza que los que se encumbran por su propio esfuerzo.
Con estas publicaciones también trató de despertar el espíritu de familia que conservan cuidadosamente los pueblos que tienen tradición y cuya indiferencia es símbolo de degeneración y decadencia, como bien lo ha dicho el cultísimo Padre Rubinos, miembro destacado de la Compañía de Jesús: “Un pueblo sin tradición, es un pueblo perpetuamente niño, pues ser civilizado es tener tradiciones, conservar y mejorar lo que otras generaciones nos transmiten. Romper y renunciar a toda tradición es querer comenzar siempre. Somos civilizados porque tenemos tradiciones“.
Los acompañantes de Cristóbal Colón en sus viajes a Cuba, no quedaron en la isla, pero poco después llegaron personas de linajes esclarecidos, segundones de familias notables, expertos marinos, valientes militares, jurisconsultos graduados en las mejores universidades, hombres de refinada cultura, que aunque no tenían bienes de fortuna, traían lo mejor de la cultura occidental al Nuevo Mundo. Éstos fueron quienes constituyeron las familias que arraigaron en nuestro país y también fueron los troncos iniciales de nuestra antigua nobleza.
El primer gobernador de la Isla, capitán Diego Velázquez de Cuéllar, puso buen cuidado en las personas que enviaban a Cuba, recomendando siempre que prefirieran a los castellanos. La villa de Cuéllar, cuna del ilustre gobernante, debió de haber quedado desierta, pues fueron muchos los parientes y paisanos del gran colonizador que llegaron junto a él. En los primeros tiempos, para pasar a Cuba, era necesario obtenerse un pasaporte dado por la Casa de la Contratación, que radicaba en Sevilla, donde los pasajeros hacian constar sus antecedentes antes de embarcar. (Véase “Pasajeros a América”). Por lo tanto, no es cierto que a nuestro país viniera la escoria de la población metropolitana, como afirman maliciosamente quienes, denigrando a los fundadores de nuestra cultura, no caen en la cuenta de que denigran a sus propios abuelos.
La Habana, y cada una de las provincias, tenía su nobleza, que administraba la cosa pública y la cual estaba constituida por un grupo de familias emparentadas, ricas y poderosas, que en su mayor parte descendían de los primeros conquistadores y pobladores de la Isla. Con arreglo a la notable legislación de la época, habían probado su hidalguia ante sus respectivos ayuntamientos, pues debemos de tener presente que, en aquellos tiempos, para poder ocupar cargos públicos y otras elevadas posiciones, era necesario no sólo acreditar los méritos personales del pretendiente, sino también tenían que hacer previamente información de legitimidad, limpieza de sangre e hidalguía, dándose gran importancia a estas condiciones hereditarias que no se improvisaban. Las milicias urbanas estaban confiadas a los miembros de estas familias, que también supieron conquistar alta graduaciones en el ejército español, prometiendo dar más adelante, en una nueva publicación, una relación minuciosa de los cubanos que brillaron en el referido ejército, dando nombre a nuestro país en el extranjero, como militares distinguidos.
Por su antigüedad en el territorio y por su importancia, pueden considerarse estas familias como las clásicas cubanas. Durante muchas generaciones fueron contribuyendo notablemente en todas las ramas de la actividad humana, al desarrollo y fomento de la Isla; fundaron pueblos y ciudades a su costo, desempeñaron los primeros cargos y gozaron de gran influencia con sus gobernadores. Por los méritos contraídos dentro del territorio cubano, muchas de ellas obtuvieron títulos nobiliarios, algunas con Grandeza de España, y otros con Señoríos, cuyas mercedes representan a través del tiempo el recuerdo de grandes servicios prestados en la Isla de Cuba; por lo cual, sus nombres se encuentran vinculados a la historia de la nación.
Hasta mediados del siglo pasado, estas familias continuaron ocupando una gran posición social y económica en el país, pero tan pronto como comenzaron a tomar incremento las ideas separatistas, los gobernantes fueron desplazando de los empleos a los nativos, sustituyéndolos por peninsulares, en su mayor parte comerciantes enriquecidos en Cuba, que obtuvieron cargos de importancia y altas graduaciones en el Cuerpo de Voluntarios, habiendo también obteniendo algunos de ellos títulos nobiliarios oscuros, sin méritos de significación alguna y desprovistos de verdadera historia. Por lo tanto, no debemos confundir a esta clase que se improvisó violentamente en un momento de confusión política, con la antigua nobleza criolla, descendiente de los conquistadores y primeros pobladores de la Isla, que aportaron brillantes pruebas de nobleza para ingresar en las órdenes militares y en las Maestranzas y que obtuvieron sus títulos nobiliarios por la gran labor prestada en Cuba durante muchísimas generaciones ilustres, nacidas dentro de nuestro territorio.
La desaparición de los mayorazgos, que eran bienes inagenables y que servían para sostener con el decoro debido el prestigio de estas familias; la extinción de la esclavitud, la Guerra de los Diez Años y de la Independencia, durante las cuales fueron destruidos multitud de ingenios y el desplazamiento en los cargos públicos que sufrieron los miembros de las antiguas familias coloniales, fueron las principales causas que ocasionaron la ruina de las viejas familias del país, unido a la incapacidad e ignorancia de gran parte de sus descendientes, que no supieron dar aprecio a los grandes prestigios que heredaron; obra de siglos, que con todo el poder y el dinero no pueden improvisarse.