Confesiones sobre los libros y la lectura de Adrián Guerra Pensado, vinculado hace más de cuatro décadas al mundo de las bibliotecas
Por Fernando Rodríguez Sosa
Exclusivo para el Boletín del OCLL
No resulta extraño, en realidad, que al solicitarle una breve definición sobre ese antiguo instrumento del saber humano que es el libro, Adrián Guerra Pensado responda, sin titubeos, que «es una conversación que apela a mi inteligencia, un mapa para el camino».
Sus palabras confirman, igualmente, que el libro y la lectura han sido esenciales en la vida de quien, desde su graduación como Licenciado en Información Científico—Técnica y Bibliotecología en la Universidad de La Habana en 1973, se encuentra vinculado al mundo de las bibliotecas públicas de la Isla.
Lo realmente insólito es que este reconocido especialista en servicios bibliotecarios, promoción y animación de la lectura para niños y jóvenes, trabajador desde el año 2003 de la Biblioteca Provincial Rubén Martínez Villena, haya llegado a las páginas de un libro a través de su abuelo gallego, no precisamente un avezado lector.
—Fue mi abuelo gallego —recuerda— quien alimentó en mí el gusto por la lectura. Él tenía una tarima de venta de papelería (papel para envolver, libretas, blocks…) en el Mercado Único. Todos los viernes mi padre iba allá para comprar los mandados para la semana, entonces abuelo le entregaba cuatro historietas y dos más cuando mi hermano pudo leer. No era que él supiera sobre literatura, jamás me habló de libros. Nunca sabré si lo hacía por una razón especial que yo desconocía, pero siempre, como en aquellos tiempos, se lo agradeceré.
Su acercamiento a los libros, ya de manera más consciente, llegó algún tiempo después, con la adolescencia, cuando, con once o doce años, durante las visitas de sus padres a casas de amigos, se entretenía con las más diversas lecturas.
—Me refugiaba en los libreros y así logré acceder a muchos libros. Como me sentaba a leer, no me importaba cuánto demoraba la visita y, al final, me prestaban los libros. Gracias a mis primos Esther y Emilio, algo mayores que yo, conseguí conocer a Salgari, a Verne, a Stevenson, entre otros. Ambos tenían una pequeña biblioteca bien dotada, de aventuras, y ese género se volvió mi preferido por entonces. Los primeros libros que recuerdo haber comprado yo mismo fueron La Segunda Guerra Mundial, de Duff Cooper, y Automobile Parade, un catálogo de autos en cuatro idiomas y los encontré en La Moderna Poesía, creo que en 1961. No olvido que las revistas, por la variedad de los contenidos, siempre me tentaban y continúan hoy ejerciendo una atracción especial en mí. No me resisto a la tentación de hojearlas, aun en momentos en que sé que no podré leerlas.
Es fácil imaginar, por todo lo contado, que no debe haber resultado difícil para Adrián Guerra Pensado decidirse por cursar una carrera que lo vinculara, para siempre, al fascinante —y para algunos lamentablemente insospechado— mundo de las bibliotecas, de los libros y de la lectura.
—Un mundo lleno de libros era bien tentador para mí. No había nada que temer y mucho que descubrir. Ya desde antes de la adolescencia sabía que el buen encuentro con la literatura puede producirse en literalmente cualquier lugar, espacio y tiempo. De ahí que una biblioteca era algo así como trabajar en una especie de paraíso para lectores. Pero lo importante lo descubrí después, cuando empezaron mis prácticas de tercer año en la Biblioteca Nacional José Martí, justo en las salas para niños y adolescentes. Descubrí lo importante que resulta la coherencia entre lo que uno hace con lo que los demás sienten. Desde las primeras semanas de práctica, sentí que mi trabajo formaría parte de mi ser social, sería un medio de expresión personal y también una forma de comunicación.
Sería imperdonable, a partir de su vasta y fecunda experiencia profesional de varias décadas, encaminada a lograr el noble empeño de incentivar el placer de leer entre niños, adolescentes y jóvenes, no conocer cuáles son, en criterio de este especialista, los elementos a tener en cuenta para alcanzar tal fin.
—En primer lugar, hay que lograr una buena empatía. Podemos dejarnos guiar por su interés o sembrar un interés en ellos y acompañarlos en asombros mutuos, en emociones compartidas, en incógnitas develadas; pero siempre con alegría y haciéndoles sentir que, durante cualquier experiencia literaria o científica, la pasamos bien a su lado. Sin soporte afectivo, los pequeños pueden no tener la fuerza emocional para desplegar sus potencialidades de aprendizaje. Debemos siempre provocarlos para que piensen por su cuenta, para que sean ellos, se hagan ellos. Claro que muy, muy importante, es conocer bien una variedad de lecturas valiosas y seductoras, hallar con tino los lectores para cada una y fomentar el diálogo a posteriori.
Más compleja se torna, indudablemente, la empresa de acercar un libro a ese público no lector —sea niño, joven o adulto—, sobre todo si se tiene en cuenta la vertiginosa y arrolladora competencia de las nuevas tecnologías. Interesantes resultan las reflexiones de Guerra Pensado sobre tan compleja problemática.
—Estamos hablando ahora de intentar “surfear” los riesgos de las nuevas tecnologías. Los medios de comunicación son medios y no finalidades. Son fantásticos, importantes, pero hay que reflexionar a propósito de ellos y educar desde la infancia su empleo discriminado e inteligente. Detrás del extraordinario avance de las comunicaciones está el multimillonario negocio del entretenimiento con su encanto en extremo adictivo.
En los adolescentes y jóvenes no lectores, la adicción puede distraerlos de los deberes escolares y me consta que hasta arruinar desempeños en estudios universitarios. No bastará entonces con alfabetizarlos en el manejo de las nuevas tecnologías, sus códigos y lenguajes. Será necesario guiarlos en la comprensión de que el dominio de estas tecnologías puede y debe encaminarlos hacia el mejoramiento de sus vidas y fomentar una cultura informacional en beneficio de su actividad escolar y en su vida cotidiana. Guiarlos, también, en que su mal uso podría degradar el derecho a la vida digna que todos merecemos. Debemos convencerlos, con pruebas, de que no se lee para mejorar la ortografía, pues ese es solo un bien colateral. Se lee para ser feliz y enamorarnos de la vida. Se lee porque la lectura, cuando nos transforma, crea realidad y nos permite transformar, para bien, el mundo. Lo ideal es llegar y transitar por la adolescencia como buen lector, porque nos dejará sentir la vida con más intensidad y responsabilidad.
Llevar a los lectores potenciales, adolescentes y jóvenes, hacia la lectura requiere, repito, de mucha empatía e inteligencia emocional. Todos, a su edad, agradecen el trato profesional y afectuoso de alguien adulto y ajeno a los, a veces, demasiado estrechos lazos de la familia, si este consigue desde la amistad, sin exigencias, despertar sus inquietudes o despejarlas. A ellos les divierten frases como estas: «algunos escritores aumentan el número de lectores; otros sólo aumentan el número de libros». «Hay que llegar a leer lo no dicho en lo dicho». También debemos aceptar lecturas recomendadas por ellos y, finalmente, no escatimar un halago sincero: «si no es por tu sugerencia, tal vez nunca hubiera disfrutado esta historia, ¡te lo agradezco!». «Ese libro que llevas, me extraña no haberlo descubierto antes que tú. Me guiaré por ti para saber si vale la pena».
Se impone conversar otro sensible tema con quien, por cierto, acaba de publicar su primer libro —Somos piratas—; un tema hoy a debate en el mundo, que inquieta a editores, libreros y lectores: ¿morirá el libro impreso en papel, vencido por las nuevas tecnologías?
—No, a mi juicio el libro sobrevivirá en ambos soportes y en el caso de que se imponga la lectura digital, el soporte papel seguirá llamando la atención por los mismos encantos que le han permitido no desaparecer antes. Lo que tiene que sobrevivir a todo, para bien de la humanidad, es el lector.
Recordemos que leer es más que un hábito, es para los seres humanos una necesidad que no todos sienten con igual intensidad, pero aun así nuestra inteligencia es lingüística, funciona con palabras que son los elementos con los que nos explicamos, exponemos y expresamos. La lectura hechiza y da un movimiento vertical a nuestras vidas. Está claro que es una herramienta para el estudio y que primero aprendemos a leer y luego leemos para aprender, pero leer es una herramienta para la evocación y una experiencia vital que nos transforma. Leer es una puerta que abre otras muchas puertas. La manera de aprender a encontrar los medios para expresar con claridad lo que siento y pienso. Un nuevo comienzo tras cada final del día.
Tomado de: Boletín del Observatorio Cubano del Libro y la Lectura. Nº 11. Nueva época.