El Arsenal y las puertas de la ciudad vistas por Samuel Hazard

Por: Samuel Hazard
En: Cuba a pluma y lápiz

No está de más hacer una visita de curioso al Arsenal, para saber qué es lo que se entiende por tal en Cuba. Ahí se halla el depósito naval y los astilleros, y está situado al extremo suroeste de la ciudad, precisamente al lado exterior de las murallas, donde éstas comienzan, en el lado del mar.

Se entra desde la ciudad por la llamada Puerta del Arsenal, que con sus bonitos edificios para oficiales y sus árboles verdes, luce muy atractiva desde fuera. En la actualidad no vale gran cosa el Arsenal, aun cuando contiene astilleros, depósitos, talleres y otras cosas peculiares de la construcción naval. Sin embargo, en otro tiempo, el Arsenal de la Habana era muy celebrado. Se empezaron a construir en la Habana, el año 1722, buques de guerra, de los que llegaron a botarse al agua un buen número; dando tan buenos resultados por la excelente calidad de la madera usada, que se empezó la erección de un Arsenal en 1728, completándose en 1734.

En 1766 se construyó en él la “Santísima Trinidad”, dotada de ciento doce cañones. En el mismo año se reparó el Arsenal, que había sido dañado por los ingleses al atacar la ciudad.

Igualmente en cierta época se construyeron cañones de bronce, obteniéndose el cobre de las minas de Oriente. Pero en la actualidad todas estas actividades han cesado, apareciendo el Arsenal desierto, sin que se efectúe en él ningún trabajo importante. El dique es capaz para contener un buque de mil toneladas, y su maquinaria es sólo de veinte caballos de fuerza. Todo es muy distinto al movimiento, vida y extensión de nuestros arsenales; y ni siquiera la excitación de la guerra chilena ha despertado una nueva vida en este departamento.

Puerta de tierra. Dibujo de Samuel Hazard

Finalizamos la mañana volviendo por la calle de Egido, que corre dentro y paralela a las viejas murallas. Aquí se podían apreciar antes algunos de los más interesantes aspectos de la Habana, que le daban aire de antigüedad con sus murallas, ofreciendo algunas atracciones al aficionado a los estudios históricos, en los acontecimientos tan íntimamente relacionados con su construcción. Todavía existen las murallas en parte, en tolerable buen orden, aun cuando ya ofrecen un aspecto de decadencia y están condenadas a desaparecer.

Bastarían algunos certeros cañonazos para reducirlas rápidamente a fragmentos. No son ya de utilidad, pues puede decirse que están ahora en el corazón de la ciudad, y de nada servirían en el caso de un fuerte ataque, excepto como un dernier resort para un pequeño número de hombres. Con todo, todavía se monta guardia en algunas puertas y los cañones adornan sus bocas por las almenas cubiertas de hierba. Los fosos, con el tiempo, han ido llenándose de toda clase de estructuras y en ciertos lugares se ven cubiertos de huertas.

Estas puertas y murallas acostumbran a ser de gran interés para la mayoría de los viajeros, dado que por tantos y tantos años estuvieron relacionadas con la historia de la vieja Habana; y aun cuando en realidad ya no existen todas las antiguas murallas, todavía se oye la expresión tan usual y familiar de “intramuros” y “extramuros”.

Cuando se complete la mejora de ocupar el lugar de las murallas con nuevos edificios, esta parte de la ciudad progresará mucho, y ofrecerá la Habana mejor perspectiva. En nuestros grabados de la ciudad hemos procurado retener su actual aspecto, pero poniendo más de manifiesto lo histórico antiguo que lo moderno.

Vista de las antiguas murallas. Dibujo de Samuel Hazard

Como todavía permanecen enhiestas algunas porciones de estas murallas, y se conservan los fosos, con su rara apariencia, no podemos omitir el dar aquí algunos datos históricos con ellas relacionados. Algunas de las puertas fueron construidas originariamente con cierta belleza arquitectónica, que ya no conservan. La mejor de ellas, según me han dicho, fué la Puerta de Tierra, cerca del Convento de las Ursulinas, en la calle Sol, que todavía tiene un aspecto algo imponente. Las puertas de Monserrate fueron probablemente las más utilizadas.

Son dos, una de ingreso y otra de egreso, en las concurridas calles de Obispo y de O’Reilly. En el año remoto de 1589, bajo la supervisión del gobernador y de los ingenieros Tejada y Antonelli, fueron trazadas estas murallas destinadas a la defensa de la ciudad de los repetidos ataques de los piratas, habiendo estado en pie cerca de tres centurias. Se empezó regularmente su construcción en 1663, bajo el gobierno de Flores, y estaban ya construidas en gran parte el 1740, excepto los pasos cubiertos y los fosos, que no se completaron hasta 1797.

En 1664, el sucesor de Flores, gobernador F. Dávila Orejón, en atención a que el erario público estaba en pobres condiciones decidió que las murallas no siguieran construyéndose con la misma solidez con que venía haciéndose, dándoles un espesor menor. Sin embargo, en 1670 se reanudó la construcción sólida, empleándose en los trabajos hasta nueve mil peones a un tiempo, contándose con los fondos facilitados por los hacendados, que deseaban ver la ciudad en completo estado de defensa. En los años de 1680 a 1687, con ligeras interrupciones, prosiguió la construcción.

En 1695, bajo el gobierno de Diego de Córdova, se extendieron las fortificaciones de la capital, completando la cadena de murallas de la Punta a la Tenaza y hospitales de San Francisco; y en 1702, siendo gobernador de la Vega, se dio por terminada la obra; pero todavía en 1724, bajo el gobierno de Dionisio Martínez, se trabajó en las murallas, completando las de La Punta a San Telmo, desde El Ángel al bastión de La Tierra, y desde el ángulo de la Tenaza al bastión colateral. En 1789 se vio que una porción de las murallas se había resentido por la acción de las olas, y que era necesario reforzarlas, lo que se hizo derribando parte de las principales murallas y reconstruyéndolas bien reforzadas por ambos lados. En la actualidad conservan un aspecto sólido.

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