Por: Samuel Hazard
En: Cuba a pluma y lápiz
Una de las mejores y agradables maneras de formarse una idea de la Habana antigua, y particularmente de la porción que está inmediata al mar, consiste en alquilar un carruaje por horas y recorrerla temprano por la mañana, o, si se prefiere, después de la comida, cuando el sol ha declinado lo bastante para que no molesten sus rayos.
En el caso de efectuar el recorrido al atardecer, hay la desventaja de que estando la mayor parte de los comercios de la ciudad radicados en aquella parte, y no siendo costumbre efectuar negocios después de las cuatro o cinco, no presenta la animación que en las primeras horas de la mañana, cuando comerciante y dependiente, aprovechando la frescura matinal, atienden a sus labores en las calles y en los muelles, que presentan al extranjero escenas mucho más activas y bulliciosas. En cambio, la vida y el bullicio se reconcentran por la tarde en la parte de extramuros.
Ordenamos al cochero que entre por la puerta del Norte, conocida por la Puerta de la Punta, que está a un extremo de la ciudad, al lado de la bahía, donde comienzan las murallas de la parte antigua. Forma un arco de piedra, de unos veinticuatro pies de amplitud, a cuyos lados hay casamatas para depósitos de artillería. En su parte alta hay una batería en barbeta, con terraplén, baluarte de piedra y una rampa que llega hasta el suelo. Montadas como defensa se ven hasta media docena de carroñadas viejas y mohosas, que en caso de necesidad resultarían inútiles. Al otro lado se divisa el Morro.
Cruzada la punta y extendiéndose a lo largo de la calle, paralelo al agua, hasta muy cerca de la Maestranza, existe un paraje cubierto, con parapeto de piedra para la defensa en caso necesario. Por la parte de afuera, a la izquierda se halla el muelle destinado al embarque y desembarque de madera, caballos, etc., y el mejor lugar para desde él dirigirse al Castillo del Morro, hallándose siempre estacionados allí un bote o dos.
Siguiendo por la calle de Cuba, llegamos a un grande y buen edificio, situado a mano izquierda, de aspecto moderno, construido de piedra ennegrecida, de varios pisos. En él se hallan los cuarteles y oficinas de la Artillería y se conoce con el nombre de Maestranza o Parque de Artillería. Pasado este edificio, llegamos a la calle de Chacón, y girando luego a la izquierda podemos ir al Arsenal, perteneciente a la Maestranza, donde hay municiones de varias clases y cierto número de cañones antiguos de bronce, llevando algunos antiguas inscripciones y extraños nombres, tales como el “Purificador”, el “Fulminador”, etc. Al lado opuesto está la entrada al Paseo de Valdés, que se extiende al lado de la bahía hasta la calle de Empedrado.
Decimos al cochero que nos espere al otro extremo, para tener el placer de caminar por ahí. Aun cuando el Paseo no está actualmente en las mejores condiciones, conserva todavía una bonita hilera de árboles, bancos de piedra y una constante y deliciosa brisa, a la vez que es un excelente mirador desde el que se obtiene una magnífica vista de las fortificaciones al otro lado de la bahía. A la entrada hay una especie de arco y fuente, hoy de triste apariencia, pero que en su día lució bella. Una inscripción nos informa que fué construida en 1843 por el Real Cuerpo de Ingenieros. La inscripción está sobre una plancha de mármol de la Isla de Pinos, y encima se ven agrupados diferentes símbolos militares, particularmente del cuerpo de Ingenieros.
Os será grato pasear en este lugar por las mañanas, si no tenéis nada mejor que hacer, y oír la música de las bandas militares, que tocan en la Cabaña, al otro lado del canal, y cuyas notas llegan algo atenuadas, mezcladas con la brisa del cercano océano.
Subiendo de nuevo al coche, rodamos por la calle de Tacón, pasando frente a la Pescadería y la Intendencia, que se halla directamente frente de La Fuerza, el fuerte más antiguo de la ciudad, alrededor del cual se agrupan muchas viejas tradiciones de asaltos de piratas y otros enemigos.
Deseando visitarlo, pasamos por el patio del cuartel de la calle de O’Reilly, y solicitamos el permiso, que se nos concede. Es un fuerte con bastiones y una buena línea de fuego sobre la entrada de la bahía, y dotado de buenos y grandes cuarteles para la tropa.
[singlepic id=202 w=300h=300 float=left]Este viejo fuerte data del tiempo de Fernando de Soto, el conquistador de la Florida y descubridor del Mississipi, quien, siendo gobernador de la Isla, ordenó al capitán Aceituno, en 1538, construir dicho fuerte, destinando para tal propósito la suma de $4,000 que fué pagada por los habitantes de fe Habana y de Santiago de Cuba, a fin de tener una plaza fortificada en este lado de la Isla. Se completó a los seis o siete años de haberse empezado.
Al principio fué simplemente un cuadrilátero de muros de doble espesor, veinticinco yardas de altura, con terraplenes, bóvedas y casamatas y un bastión en cada ángulo y todo rodeado por un foso. En años subsiguientes fué objeto de varias reformas, pero todavía conserva su aspecto primitivo.
Los rastrillos y los cuarteles de las tropas fueron construidos en 1718 por Guazo, gobernador general en aquel entonces. Se asegura que la esposa de Fernando de Soto murió en dicho fuerte, después de esperar en vano durante muchos años noticias de su valiente compañero.
La estatua que se halla en lo más alto del Castillo es la de un indio que, al decir de la leyenda, fué el primero que recibió a Colón al desembarcar.
Al frente está la Plaza de Armas, y al lado oeste de ésta la residencia del capitán general de la Isla. El gran edificio inmediato a La Fuerza es el cuartel general del gobernador militar de la ciudad, que es el que concede los permisos para visitar el Castillo del Morro y la Cabaña, previa petición escrita hecha por el cónsul.
En la parte baja del mismo edificio están la Administración y Tesorería de la Real Lotería, así como también el Monte de Piedad, institución caritativa, que hace préstamos al ocho por ciento sobre prendas de oro y plata, y que mantiene el gobierno, siendo su capital de $80,000.
Los centinelas y guardias de servicio en estos ¡dos lugares son acreedores a alguna atención por parte de los que se interesan en asuntos militares. Generalmente son hombres escogidos, que visten de manera irreprochable mientras están de servicio durante el día, usando un -uniforme de inmaculada blancura, con adornos “limpios y alegres”, de género rojo. Ofrecen a la vez un aspecto elegante y militar.
[singlepic id=205 w=300h=300 float=left]Dirigiéndonos al lado bajo oeste de la plaza, nos hallamos frente a El Templete, en la esquina de la calle Enna.
Según la tradición, en 1519, al ser trasladada la ciudad a su sitio actual, se celebró bajo la vieja ceiba que allí se hallaba, la primera misa en conmemoración del acontecimiento; y en el mismo lugar se erigió, en 1828, el actual pequeño templo para perpetuarlo. Es un edificio de piedra, no muy grande, imitando un templo griego, con pórtico y columnas, y situado algo más atrás de la línea de la calle, de la que le separa una verja de hierro con pesadas columnas de piedra, descansando el todo sobre una sólida base de piedra.
Dentro la verja se eleva la columna de piedra que señala el lugar donde estaba el viejo árbol. Una vez al año se abre al público, y es el 16 de noviembre, día de san Cristóbal; pero en realidad nada hay en él que atraiga la atención del extranjero, pues sólo contiene un simple busto de Colón y dos o tres pinturas de escaso mérito.