Por: Francisco González del Valle
En: La Habana en 1841
Las que existían entonces, simples aficionadas con más o menos aptitudes para el arte de partear y con la poca o mucha experiencia que iban adquiriendo en su arte, pero con casi ninguna ciencia, han desaparecido ya, por lo menos de esta Capital. Siendo las operaciones del parto de tanta trascendencia, aunque es la Naturaleza la que lo hace todo, no era posible que quedara abandonada a la irresponsabilidad de las comadres, sin los auxilios y la intervención de la ciencia; y así vemos que se escribiera la primera Cartilla de Parteras en 1824, por el doctor Domingo Rosainz, y después, en 1849 y en adelante, comenzó el doctor Ambrosio González del Valle a publicar sus Manuales de Obstetricia, en los que con más conocimientos ya de la medicina y de la anatomía y fisiología humanas, se iba avanzando en dichos manuales.
Era tal la ignorancia de las comadres, que el doctor González del Valle en el prólogo de su primer manual dice: “no se escribiría así ciertamente un manual de parteras en Londres o París; pero entre nosotros, quizá del modo que está escrito el mío, no pocas veces parecerá ininteligible a las que deben manejarlo“.
El propio doctor Rosainz funda en 1828 en el hospital de Paula, bajo los auspicios de la Sociedad Patriótica, la primera Academia de Parteras. A pesar de que ya a mediados del siglo XIX había muchos médicos competentes y especializados como parteros, no obstante las preocupaciones y costumbres de la época, más que nada la falta de medios económicos en muchos casos mantienen el uso exclusivo de las parteras o comadronas hasta fines de la última centuria. En 1841 existían en La Habana 12 comadronas autorizadas, 5 blancas y el resto de color. De las primeras quedarán citadas doña Walda Chávez y doña Merced Barrios; y de las segundas, Rosalía Portuondo, San Lázaro No 212, frente a la Sierra del Vapor, y Petrona del Pozo, Calzada de San Lázaro.
