Por: Francisco González del Valle
En: La Habana en 1841
Así como el teatro, el baile y la música en general eran las diversiones favoritas de los habaneros en 1841, era el juego su vicio dominante, y de las más perniciosas consecuencias, pues no estaba limitado a una sola clase social.
Se jugaba todo el año, y el gobierno colonial y el de la Metrópoli, que sabían como se hallaba arraigado este vicio, empiezan por explotarlo para su beneficio, y desde 1812 establecen la Real Renta de Lotería, que constaba de 16 sorteos ordinarios que producían 110,000 pesos cada uno, de los que se destinaban $82,500 a beneficio de los jugadores; había un premio mayor de $25,000 y otro de $12,000, siguiéndoles los de 6, 5, 4 y 3 mil; en total había 123 premios con 24 aproximaciones. Pero no era bastante la lotería oficial para satisfacer la pasión del juego que dominaba a los cubanos de entonces y a los de ahora, y que psicológicamente obedece, más que a la sensación morbosa que se experimenta al arriesgar el dinero con la esperanza de obtener mayor cantidad, a la rápida manera de hacerse rico sin necesidad del trabajo y del empleo constante del esfuerzo, actividad y del tiempo que se requiere para llegar a serlo. Se jugaba a la baraja, principalmente el monte, en las casas particulares y en las sociedades de recreo; los gallos, para los cuales había una valla en esta Capital, pero cada vez que se anunciaba una lidia en los pueblos cercanos, acudían todos los de la urbe a hacer sus apuestas a la pata de los gallos. A los cafés se iba a jugar al billar que era el más recomendable de todos los juegos, por el ejercicio que representaba y por el adiestramiento de la vista y el pulso.
El Gobierno lucra con el juego de naipes y el de gallos; él es el único que puede importar y vender los primeros, poniéndoles el precio, que es por consiguiente de monopolio; con las vallas de gallos lucra también. No hay que olvidar que todo un Capitán General (Francisco Dionisio Vives) tiene valla propia en el cuartel de La Fuerza y es un gran jugador que alienta y sirve de mal ejemplo al pueblo. Este gobernante, como los que le siguieron, cada uno a su manera, trataban de envilecer al pueblo de Cuba como la mejor manera de gobernarlo. Así, fomentaban la trata africana y la esclavitud a la que dio aliento para su permanencia, y mantenían el juego y la falta de instrucción como medios para hacerle olvidar su miserable estado social y político.