Por: Cristóbal de La Habana
En: Social (mayo 1929)
Nuestros lectores recordarán que en los Recuerdos del número anterior dimos a conocer datos interesantísimos e inéditos sobre cómo y por quiénes se hacía en Cuba la trata de negros el año de 1778, según aparecía de una representación que al Cabildo de esta ciudad se presentó en aquella fecha por gran parte de la nobleza, en demanda del privilegio de realizar los firmantes ese productivo negocio, petición que suscribieron también curas y militares y los señores componentes del Cabildo.
Ahora queremos recoger y divulgar otros datos no menos curiosos sobre las expediciones negreras, que encontramos en las memorias, varias veces mencionadas en estos Recuerdos, de don Antonio de las Barras y Prado, La Habana a mediados del siglo XIX.
Uno de los capítulos, escrito en la Habana, el 28 de febrero de 1861, antes de regresar a la Península, de su primer viaje a nuestra Isla, está dedicado a La trata y lleva por subtítulos: El negro y la estafa. Una venganza. Etapas de una expedición de negros desde que se proyecta hasta que desembarca.
Empieza el cronista por hacer resaltar que “la trata de esclavos no es ni más ni menos que un juego de azar en el que aparte de los grandes riesgos de todo contrabando, el explotador es el banquero, y el jugador de buena fe, la víctima. En éste, además, hay otras víctimas, constituyendo un delito de lesa humanidad“.
Era un negocio arriesgado, pero que producía ganancias, que De las Barras califica de pingües, aunque sólo daba, según declara, doce o quince por uno.
En aquella época, en virtud de los tratados concertados entre España e Inglaterra desde 1814 y de la Ley española de 2 de marzo de 1845, de represión del tráfico de negros, el negocio tenía el peligro de las persecuciones y opresiones por los cruceros ingleses, y las denuncias del cónsul inglés en la Habana, Mr. Crawford.
Pero aún saliendo bien de esos riesgos había que contar también, según el cronista, con la mala fe de los armadores, casi siempre desplumadores de incautos, que, o se quedaban con el dinero recogido para la expedición, que no llegaba a salir, aunque se hacía creer que había naufragado, o la realizaban felizmente, no rindiendo cuentas a nadie o rindiendo las del Gran Capitán. Cita De las Barras el caso de una que costó 25,000 pesos, produjo 450,000 y sólo repartió el armador 75,000. “El negocio se presta, afirma, a la mala fe, porque no se dá a los partícipes ni recibos ni otra clase de seguridades que puedan valer en ningún tribunal; pues se trata de un delito; descansando todo en la moralidad del armador, que generalmente es hombre de muy elástica conciencia, como lo prueba el negocio mismo“.
Empieza por una estafa la expedición y se desenvuelve en medio de toda clase de crímenes sangrientos, del capitán y la marinería contra los negros y de aquéllos entre sí, dándose muchos casos en que la dotación, sublevada, se apropió del dinero, matando al capitán y oficiales. “Así es que ni el revólver ni el cuchillo se desprenden un momento del cinto de los oficiales, tan bandidos como sus marineros, y que llevan, cuando salen a un viaje de estos, la vida pendiente de un hilo“.
¿Qué ocurre en las costas de África?
Al llegar el buque, procedente de un puerto de Cuba, Estados Unidos o Europa, al punto designado de la costa africana, el capitán pasa aviso al factor, generalmente un portugués, que o bien le entrega inmediatamente la carga, o le designa día para recibirla, ocultándose mientras tanto el buque dentro de algún río o paraje apropiado de la costa. La negrada se pagaba ya en efectivo, ya a cuenta de los armadores de Cuba para sus ingenios, ya a flete del factor consignado a su socio de Cuba.
En el viaje de regreso se multiplicaban los peligros por la presencia de los cruceros ingleses, avisados por los espías de tierra, de la salida de alguna expedición. Reconocido el buque y registrado, no era necesaria la existencia de los negros, sino que bastaba el encontrar aguada abundante, sollado, calderos para el rancho y grillos de hierro, para su detención y conducción a Sierra Leona, donde era juzgado el caso por el tribunal mixto. ¡Los infelices esclavos muchas veces habían sido arrojados al mar, al lanzarse el grito de “crucero inglés a la vista“!
Por la constante persecución contra los buques de bandera española, los armadores siguieron la trata bajo bandera de los Estados Unidos, por no tener así más riesgo grave que el de los cruceros de esa nación, pues los de otras sólo podían apresarlos cuando encontraban negros a bordo. Así pudieron escapar a la vigilancia y persecución inglesa muchas expediciones negreras organizadas por norteamericanos y amparadas por la bandera de la Unión, sin que faltaran así mismo las realizadas en barcos ingleses, franceses, sardos y portugueses.
A bordo, dice De las Barras, van los negros “mezclados los sexos, en completo estado de desnudez, lo mismo que si se tratara de un montón de animales, ajenos a todo sentimiento racional, incluso al del más elemental aseo“.
El barco solía recalar en algún cayo cercano a Cuba, donde un vigía entregaba al capitán un pliego de instrucciones para el desembarco. Convenido el sitio, se esperaban en el horizonte las señales que desde la costa le hacían con fogatas, de que no había peligro. Se desembarcaba a los negros contándolos, uno a uno; y al buque se le daba un barreno para que se fuera a pique o se le pegaba fuego, a fin de no dejar rastro de la expedición y por tratarse de barcos viejos y de escaso valor.
A los negros, vestidos ya con su primer traje, camiseta y pantalón de lienzo para los hombres y camisón largo para las mujeres, se les conduce al ingenio de su destino o a alguna finca para venderlos a los compradores que concurran.
El armador, después de pagar a la tripulación, se retiraba a su domicilio, donde daba cuenta, si la daba, a sus copartícipes, o les hacía las cuentas que creyera más fácilmente aceptables para timarlos.
No faltaban ocasiones en que la expedición era atacada a su desembarco en la costa, por ladrones y gente de mal vivir, que a viva fuerza se llevaban los negros; o bien los robaban en el tránsito de la costa a las fincas, entablándose sangrientas luchas.
En pocos casos la expedición era sorprendida por las autoridades españolas, quedando entonces los negros emancipados, pues aquellas solían estar “en el negocio“, desde los Capitanes Generales, Gobernadores de la Isla, —de los que De las Barras dice que de algunos era público “tomaban una y hasta dos onzas por negro desembarcado y que éste era uno de los recursos con que contaban al aceptar el cargo“,— hasta los Tenientes Gobernadores, Capitanes de Partido y Oficiales que vigilaban las costas.
Termina De las Barras sus notas sobre la trata de negros, expresando que “por muchas razones ganaría España en el concepto universal con la completa extinción de este inhumano tráfico“.